Arrasate

En el corazón de octubre el termómetro marca 25 grados y el sol alumbra. Su luz, cálida, no impregna, sin embargo, el cielo de Arrasate, fundida a negro desde que el pasado miércoles Fagor, su emblema, el icono del cooperativismo vasco, anunciara un preconcurso de acreedores por las deudas que acumula y dificultan su viabilidad. Arrasate está en la calle, en terrazas, tertulias y charlas que hablan únicamente del frío, el frío helador que proviene de la incertidumbre del presente y del miedo del futuro. "La noticia ha caído de puta pena. Aquí no se libra ni Cristo", se sincera Koldo, dueño de un comercio en una calle céntrica del pueblo, que tiembla imaginando un paisaje inesperado, acaso ruinoso, seguro desasosegante. "Nadie pensaba que Fagor, ¡es que estamos hablando de Fagor!, pudiera caer". Un símbolo, un gigante demasiado grande como para que se derrumbara. La crisis, sin embargo, tampoco respeta a los mitos que fueron indestructibles. "De alguna forma se veía venir, tal vez no algo tan crudo, pero la empresa tenía problemas desde hacía tiempo", desliza Koldo, que prefiere no ofrecer más datos sobre su identidad. El anonimato es una condición para hablar de una "pésima noticia" que de alguna u otra manera afecta casi a la totalidad de habitantes de Arrasate y a muchos de la comarca. "Quien no trabaja ahí, tiene un amigo, un familiar, un conocido...", matiza Koldo.

En los últimos años, los recortes, las bajadas de sueldo, las eliminaciones de las pagas extra entre la plantilla se abrían paso en Fagor, que intentaba oxigenar las cuentas, arrasadas por las bajadas de ventas en los electrodomésticos de línea blanca. "Había gente que trabajaba 17 días al mes, o que libraban los lunes y viernes, pero el día 5 de cada mes les llegaba la nómina. En el pueblo, a pesar de la crisis, no se notaba demasiado, pero a saber qué pasará", argumenta Koldo, que desconoce que ocurrirá en las próximas fechas. En realidad nadie sabe qué sucederá. Es un ejercicio demasiado arriesgado y escasamente edificante cuando tantas personas están vinculadas a la cooperativa. "Es un desastre, Fagor es el alma de Arrasate. La gente de la comarca está aterrorizada", apunta un abogado que fue becario en Copreci durante los años 70. Ya nada tiene que ver con la cooperativa, pero comparte el dolor del pueblo.

"Ahora mismo estamos como un boxeador grogui que no sabe la que se viene encima, pero el futuro es negro", recalca un hombre de mediana edad sentado en un banco de piedra frente a un local cerrado del Servicio Técnico Oficial de Fagor. "Es la madre del cooperativismo y uno piensa que esto no puede estar pasando", dice mientras consume un pitillo. El puñetazo del descalabro de la factoría es una pesadilla para una localidad que se ha sostenido durante décadas en los brazos de la cooperativa. Generación tras generación, sin descanso. Un legado que pasaba de padres a hijos. "Fagor somos todos", enmarca una mujer que se reúne con sus amigas todos los jueves sobre las sillas metálicas de una terraza, que habla del "monotema", aunque le cuesta hacerlo con la prensa. "Gracias a Fagor hemos vivido muy bien hasta ahora. Lo que vaya a pasar nadie lo sabe", apunta. "Esperemos que el Gobierno vasco se involucre. No todo está mal en Fagor, lo que está bien habrá que mantenerlo, digo yo. Todos tenemos que ayudar", suspira la mujer, que se retira de la escena para ir a por los cafés.

"Nadie esperaba esto" Esa es la esperanza, que al menos, retirada la gangrena, el paciente pueda seguir con vida porque esto "nos salpica a todos", exponen en una tienda de pequeños electrodomésticos situada en la calle Iturriotz. "Sabíamos que había problemas, pero no esperábamos algo tan drástico, tan fuerte", puntualiza. En la tienda hay productos de Fagor y un folleto de la marca que habla de la riqueza que revierte en la sociedad. Visto hoy, parece un anuncio escabroso. Un lema anacrónico. "Es que nadie esperaba esto", es la frase más repetida en Arrasate. No al menos una tormenta que ha anegado de desesperanza a los vecinos. "Ahora es fácil señalar a uno u otro, comentar si se ha gestionado bien o mal la empresa, pero lo único cierto es que psicológicamente es una hostia del copón para el pueblo", agrega Koldo.

En una plaza, a espaldas de la iglesia, juegan los niños. Ellos son el futuro, el porvenir. El sonido es de algarabía, de diversión, de un mundo despreocupado. Los pequeños que se entretienen con una pelota, que corren de un lado para el otro o se deslizan en skate no entienden de problemas, salvo los que propone el propio juego. Entre los adultos, el gesto es triste, preocupado. La perspectiva está barnizada por los tonos oscuros de la inquietud, del después qué. La alegría no cotiza en Arrasate. "Si con la crisis ya había poca alegría, ahora hay menos".