hemos permitido al capitalismo hacerse, virtualmente, con cada aspecto de la existencia humana; tenemos un sistema financiero que está completamente fuera de control, y ninguna autoridad parece querer controlarlo; hay una carrera entre las compañías multinacionales para hacerse con los recursos que quedan, ya sea energía, comida, tierra, agua, metales, oro...". A las puertas del séptimo otoño en crisis, hago mía esta reflexión que nos dejaba, a principio del mes de agosto, Susan George, una politóloga, filósofa y escritora norteamericana, afincada en París desde 1954 y presidenta de honor de Attac (Asociación para la Tasación de las Transacciones Financieras y la Ayuda al Ciudadano) en relación al momento socio-económico que vivimos.

La opinión de esta mujer de 79 años debiera agitar la conciencia de más de un político y financiero si realmente fueran conscientes de su responsabilidad en la más grave crisis económica vivida, que cumple seis dramáticos años en los que se han destruido millones de puestos de trabajo, al tiempo que ha puesto en riesgo el estado de bienestar europeo porque el poder financiero, dirigido por el nuevo cuño del liberalismo, ha introducido la idea de que ante el riesgo de mayores consecuencias negativas para la sociedad es obligado y necesario anteponer lo dictado por el peligro (reforma laboral, pérdida de poder adquisitivo, recortes sociales, etc.) a lo prohibido por las leyes.

Por estas razones, las acertadas palabras de Susan George quedarán sin la adecuada respuesta, arrinconadas u olvidadas por las elecciones alemanas (22 de septiembre) que han marcado la política de Merkel, preocupada por seguir en la Cancillería de Berlín. También se prestará más atención a ese tsunami mediático obsesionado por aumentar cuotas de audiencia y venta de periódicos, bien sea mediante el ataque o defensa de Rajoy en el caso Bárcenas o, en segunda instancia, poniendo énfasis en las posibilidades que tiene la capital de reino para ser favorecida por la decisión que tome el COI el próximo sábado sobre la ciudad donde se celebren los Juegos Olímpicos de 2020.

Tradicionalmente, el inicio de un nuevo curso suele ser el momento de revisar la eficacia de estrategias existentes y prometer, como hacen muchos estudiantes, una mayor y mejor aplicación de sus responsabilidades, máxime ahora, cuando se empieza a instalar la idea de que este curso será el último de la crisis. Pues bien, no se hagan ilusiones. Merkel seguirá con ese retorcido proceso de germanizar Europa exigiendo a los endeudados países miembros de la UE una política de recortes en el gasto social y, si es necesario para sus intereses particulares y los de la banca alemana, quitará y pondrá gobernantes como ya lo ha hecho en Grecia e Italia, mientras el caso Bárcenas se mantendrá en las portadas periodísticas en detrimento de lo que realmente preocupa a la sociedad, como es la creación de empleo digno y de calidad.

Todo ello contribuirá a seguir ninguneando la realidad social que denuncia Susan George cuando señala que "la democracia está aplastada por la especulación y los ciudadanos pueden hacer muy poquita cosa con un simple voto". Para solucionar este desajuste, "lo primero es poner el sistema financiero bajo control. Está operando conforme a sus propias reglas y nos va a llevar más allá del borde del precipicio. Los banqueros usan un lenguaje que los líderes políticos quieren creer, o no comprenden, no sé. Pero el caso es que acaban haciendo lo que les viene en gana. Y no serán penalizados, ni irán a la cárcel, ni serán multados; seguirán haciendo locuras".

Y, entre esas locuras, hay que consignar la manipulación que se ha venido haciendo de conceptos como la prima de riesgo, el déficit presupuestario y la deuda pública que han servido de coartada para justificar la existencia de un sistema en el que conviven, bajo el mismo techo financiero, la banca minorista que mantiene cerrado el grifo crediticio y la especulativa de inversión que no tiene reparo alguno en jugar con nuestro dinero.

Claro que, para evitar que aumente la indignación social, siempre hay datos macroeconómicos que invitan al optimismo. Es el caso del aumento de las exportaciones españolas que permite un superávit semestral en la balanza de pagos (por primera vez desde 1990) o la creación de empleo temporal al calor de un verano que ha dejado cifras récord en la llegada de turistas. Y junto a estos datos, que siempre deben ser bien recibidos, también hay promesas a medio plazo, como la posible bajada de impuestos, anunciada por Rajoy para el próximo año.

Son datos oficiales que permiten a los gobernantes asegurar que el fin de la crisis está cerca. Ahora bien, convendría matizar porque lo que puede estar próximo es el final de la recesión técnica que se define como dos trimestres seguidos con decrecimiento en el PIB. En cuanto al final de la crisis, entendida por la creación de empleo y el aumento de consumo interno, queda lejos. Demasiado lejos, tal y como lo atestiguan las ventas minoristas registradas en julio (en plena época de rebajas) que siguen bajando y acumulan 37 meses consecutivos en caída, aunque ésta se haya suavizado.

Respecto a la balanza de pagos, dos apuntes. Si leemos la letra pequeña veremos que el superávit de 1.357 millones de euros queda sobradamente compensado por el aumento de 13.875 millones que se anota la rúbrica de turismo y viajes, beneficiada por la crisis en países como Siria y Egipto. En segundo lugar, la balanza de pagos también incluye las rentas del trabajo y del capital, que siguen en números rojos (6.940 millones de euros) aunque el déficit sea inferior en 4.000 millones al registrado en 2012.

Sería bueno, por tanto, que hiciéramos nuestra la reflexión de Susan George y no dejarnos llevar por datos que, siendo buenos en su globalidad, siguen proyectando serias dudas sobre la creación de empleo y la salida de la crisis.