Subaru ha reconsiderado seriamente el proyecto Forester, que abandona la hechura familiar para transmutarse en crossover. La cuarta edición del modelo renuncia a la naturaleza de versátil station wagon para emular a los delicados sucedáneos de todoterreno que hoy se presentan como SUV (Sport Utility Vehicles). El singular producto japonés no ha precisado mucha metamorfosis. Se ha limitado a mantener las cuatro ruedas motrices que distinguen a los Subaru y aumentar la altura libre. Su diseño renovado, afín al anterior, le confiere un poco más de empaque y corpulencia; también aporta un plus de habitabilidad a la cabina. El Forester oferta tres mecánicas, dos de gasolina (150 y 241 CV) y otra turbodiésel (147), y propone cuatro acabados. Demarca su tarifa entre 25.900 y 39.000 euros.

Hace mucho que las lumbreras del marketing impusieron sus galones a la hora de diseñar los automóviles que llegan al público. A sus dictados se pliegan todas las marcas. ¿Todas? En realidad, no. Subaru todavía resiste, en plan aldea gala, a esa dinámica comercial y se empeña en encomendar los futuros proyectos al buen hacer de sus ingenieros. Y ya se sabe que los integrantes de este gremio tienden a anteponer la eficiencia a la apariencia, por lo que el resultado es el que es.

Subaru se ha caracterizado por idear y ejecutar productos prácticamente infalibles desde el punto de vista técnico, aunque estéticamente poco conmovedores. Sus resolutivas creaciones no responden, por tanto, a lo que espera buena parte del público. Comienzan por no seguir al pie de la letra las directrices de la moda; hasta hace nada eran peculiares, cuando no difíciles de mirar, lo que repelía a los devotos de las últimas tendencias. Más allá de esa presunta falta de estilo o de su puesta en escena refinable, lo peor de todo es que duran demasiado. La pequeña compañía oriental no se conforma con fabricar coches robustos y eficientes. Además los hace extremadamente longevos, con lo que hay inventar excusas para desprenderse de ellos antes de que llegue su hora.

Las nuevas generaciones de productos de la casa ya no son refractarias al diseño. De eso da fe la cuarta remesa del Forester, un modelo que se transforma cediendo al influjo de los aclamados crossover. Subaru ha caído en la cuenta de que su algo estrafalario turismo familiar solo necesitaba unos cuantos ajustes para competir en la categoría de los todocamino. Sigue siendo un automóvil de compra racional, pero gana el suficiente empaque para aguantar el tipo frente a rivales eminentemente pasionales.

La entrega actual no rompe todos los vínculos estéticos con el pasado, pero se estiliza y ornamenta algo más; no alcanza el poder de seducción del XV, aunque repite su parca ambientación interior. El nuevo Forester prolonga 3,5 centímetros la longitud del envase (alcanza 4,59 metros) y 2,5 la distancia entre ejes. Por tamaño y estampa, puede equipararse a creaciones como el Freelander, el Kuga, el Tiguan, el Sportage, etc. La interpretación más sencilla y asequible (Sport gasolina de 150 CV) sale de fábrica provista de siete airbags, control de estabilidad con función remolque, climatizador, llantas de aleación de 17", ordenador de viaje, asientos con calefacción, equipo de sonido, faros antiniebla, etc. En los acabados superiores va recibiendo detalles: control de crucero, cámara de visión trasera, climatizador dual, techo eléctrico doble, asientos eléctricos, tapicería de piel, navegador, acceso y arranque sin llave, etc.