Me prometisteis colonias en Marte; en cambio, recibí Facebook." Con esta declaración Buzz Aldrin, astronauta en la misión lunar del Apollo 11, expresaba su decepción ante un presente que resembla una versión empeorada de nuestro pasado inmediato. Más de mil millones de personas todavía no tienen electricidad, millones carecen de agua potable, el clima está cambiando rápidamente y la demencia senil y el cáncer pueden afectar a cualquiera de nosotros, sin que ninguno de estos retos parezca que vayan a tener respuesta alguna en el horizonte

¿Podemos fabricar las tecnologías del mañana? Esta es la pregunta que ha lanzado MIT a su red de alumnado. La capacidad de la humanidad para resolver grandes problemas está ahí, pero algo ha ocurrido cuando en las últimas décadas inversión y esfuerzos, al menos en gran parte de las economías avanzadas, se han redirigido a otros cometidos.

Esta misma cuestión ha resonado recientemente en Silicon Valley, en donde se habla de una escasez de verdaderas innovaciones, de tecnologías disruptivas. En su lugar, se argumenta, los tecnólogos han desviado su labor produciendo y enriqueciéndose con juguetes triviales.

La explicación que ofrece Silicon Valley es que los mercados, en particular el sistema de incentivos que proporciona el capital riesgo en la creación de nuevas empresas, o el enfoque en una carrera de tres meses para demostrar los beneficios financieros en las empresas asentadas, no están alineados con los nuevos retos. Han retirado la inversión en iniciativas de transformación que no poseen un valor económico inmediato obvio. Han alejado las fuentes de financiamiento para el mañana que debíamos construir y, en su lugar, se actúa como promotores de proyectos que generan artilugios superfluos con rápidos retornos.

Según la tesis del economista Robert Reich, los excesos del capitalismo han producido un orden en el cual la gente se siente bien como consumidores, pero sufren como ciudadanos.

Incluso a nivel intuitivo se percibe una correlación entre la renuncia a encarar los grandes desafíos y la concentración de recursos económicos en áreas de menor retorno social, con el consiguiente abandono de la manufactura por servicios (en muchos casos de escaso valor añadido y sustentado en empresas con una menor capacidad de generación de empleo) y el eventual declive en la competitividad de las economías que han seguido este camino.

En el tiempo que requiere completar un sudoku medio, he realizado un sencillo ejercicio: primero he contabilizado las veinte principales OPVs en cada década en los tres principales mercados de valores, NYSE, NASDAQ y London Stock Exchange en los últimos treinta años, sacando de la lista, para evitar distorsiones, aquellas empresas públicas privatizadas y entidades financieras ya que no suelen ser de creación reciente y, por lo tanto, sus ofertas públicas no son representativas de las tendencias de la industria en cada momento. Después he dividido el número de trabajadores que componía cada empresa entre el valor de salida y, por último, la media por década. El resultado final, ninguna sorpresa aquí, es una pauta descendiente en el ratio de empleados/capitalización bursátil en estos treinta años. La muestra no es estadísticamente significativa, lo admito, pero resulta interesante que avale lo que apunta la intuición.

Twitter da empleo a unas 500 personas, pero ¿qué valor genera para la economía en su conjunto? Esto no es una crítica a estas firmas, de hecho en mi ejercicio anterior utilicé como herramientas a dos de ellas, Yahoo Finance y Google. Lo inquietante es el vacío existente más allá. Las tecnologías avanzadas de información han sido adecuadamente financiadas, al contrario que otros sectores que deberían dar respuesta a los grandes retos y tienen un fuerte componente de manufactura y, además, generarían más empleo.

Y, a pesar de todo esto, estamos en los albores de una nueva (tercera) revolución industrial que irónicamente vendrá de la mano de nuevas formas de producción. La visión de la Tercera Revolución Industrial planteada por Jeremy Rifkin está a la vuelta de la esquina. La convergencia de tecnologías de comunicación, con nuevos sistemas de energía (renovables y eficiencia) con métodos de manufactura digitales (impresión aditiva en tres dimensiones, y otras posibilidades en biofabricación y nanomateriales), dará lugar a esta revolución.

El futuro se ha demorado porque algunos de los países que lideraban la economía global se han dedicado a otros cometidos, pero esta transformación económica llegará, sean quienes sean los protagonistas nacionales finales. La clave, en cualquier estrategia de país que quiera posicionarse y capturar con éxito el valor que se va a crear, es factorizar en la fórmula elegida el largo plazo.

Suecia, Taiwán, Alemania, Korea, Finlandia o Singapur son sociedades muy diferentes, pero comparten en su posicionamiento competitivo varias similitudes destacables. En primer lugar, los gobiernos se centran en ser competitivos seleccionando y promoviendo sectores industriales de alto valor agregado, con un horizonte de planificación a largo plazo.

En segundo lugar, adoptan una política industrial coherente con un alto nivel de coordinación entre gobierno, sindicatos y empresarios, las decisiones de inversión, salarios y tasas de inflación. No eligen un grupo de empresas y las subvencionan, sino que construyen un consenso sobre lo que cada uno tiene que hacer para contribuir a la construcción de una industria nacional dinámica.

La Tercera Revolución Industrial deberá de dar respuesta a algunos de los grandes retos y tendrá en su centro a la manufactura. Si Euskadi quiere formar parte de ella tenemos que desarrollar una fórmula de parternariado público privada que nos permita acomodar estrategias y objetivos duraderos.

Los avances emergentes en áreas como energía, ciencias de la vida, transporte, medio ambiente o comunicación transformarán nuestra economía y sociedad. Pero solo los países que puedan establecer vínculos fuertes entre la investigación, fabricación e internacionalización, con garantes institucionales permanentes de una visión conjunta del bien común, serán capaces de extraer el máximo provecho.

En estos momentos el mundo que prometía un bienestar sostenido está roto y la sociedad avanza hacia mayores cotas de desigualdad. Nuestro futuro, el futuro de las próximas generaciones en Euskadi, debemos fabricarlo. Literalmente.