cUENTAN que transcurrían los años de la República, en la España a dos tintas, en blanco y negro, y en Andalucía un jornalero rechazó el dinero que le ofrecía un cacique para obtener su voto en unas elecciones. "En mi hambre mando yo", dicen que dijo aquel desheredado atado al campo, pero sin los grilletes de la obediencia al capital. Así lo escribió Salvador de Madariaga en un libro titulado 'España', fechado en 1931. La frase, de orgullosa dignidad, una declaración de principios es en estos tiempos convulsos un imposible desde que el hambre cotiza espumosa, efervescente, en Bolsa. Sobre el planeta de los estómagos vacíos gobierna el parqué bursátil de Chicago. La Chicago Board of Trade es la Bolsa de Comercio Mundial más importante. La institución nació para la creación de un escenario donde se facilitaran los intercambios comerciales, que uniformizara las prácticas en el comercio, y que promocionara estas prácticas entre el sector del comercio. Sin embargo, la idea primigenia se ha transfigurado hasta convertirse en el centro neurálgico del mercado de futuros. Mientras los países del extrarradio producen materias primas es el Chicago Board of Trade el que fija los precios a través de sus corredores que, disponiendo de información privilegiada, optan por especular, fijando posiciones en el mercado e influyendo de manera directa sobre los precios. En Chicago, los tiburones de las finanzas con sus chaquetas de colores estridentes, gritones, se dan un festín especulando con las cosechas, nutriéndose de la burbuja de los alimentos básicos, cuyos precios se han disparado por la hinchazón especuladora, que no encuentra límites.

El hambre es un producto financiero de primer orden y que cotiza al alza. Su rango es, en la actualidad, similar al que antes dispuso el mercado de las punto.com (cuando un portal de internet tenía más valor que General Motors) o las hipotecas subprime, la metástasis del cáncer que corroe la economía de occidente, ahogada en el pozo de las deudas de las hipotecas. Ellas fueron las reinas del baile hasta que aquel mundo imaginario, inventado, quebró, reventada la burbuja. Aquella disfuncionalidad, alentada por el mercado, se cobró los intereses. Millones de deudores. Los mismos infladores que validaron el juego macabro de la crisis que está paralizando las economías, continúa soplando para hacer negocio, con la salvedad, de hacerlo en el mercado de la alimentación, un hábitat extraordinariamente sensible que está generando el peor de los escenarios posibles en los países pobres. El obsceno y lujurioso precio que están alcanzando los precios por la especulación sobre los productos más básicos: trigo, arroz, harina, azúcar... implica que el hambre se extienda sin remedio entre las naciones más castigadas. "Es un daño colateral", proclaman los que juegan con las cartas marcadas en la mesa de la vida y la muerte. El daño colateral es un esquela para los más pobres.

Entre junio de 2010 y el mismo mes del pasado año, los precios mundiales del grano estuvieron a un centímetro de duplicarse. El trigo escaló el 70% entre junio y diciembre de 2010, y un año después había superado ese listón siendo un 83% más caro que en el curso precedente. El maíz, otro básico, incrementó su precio durante ese mismo periodo en un 91%. Por su parte, el azúcar está en su cotización más alta de los últimos treinta años. El engorde artificial de los precios ha provocado el aumento del hambre en el mundo como nunca antes. Mientras que en las sociedades más pudientes se calcula que el dinero que se invierte en alimentación se sitúa alrededor del 15% de los ingresos mensuales, en los países más pobres, la alimentación ocupa entre el 50% y el 90% del gasto de las familias, que se calcula, engloba a 2.000 millones de seres humanos. Desde que las cosechas se convirtieran en un productor financiero, en un refugio para la jauría de especuladores que antes despedazaron con sus mandíbulas otros sectores, la pobreza se ha incrementado, y son más de 2.000 millones las personas que pasan hambre en el mundo según cálculos de la ONU. Mientras, los especuladores ajenos al drama que producen las luces de su casino infernal, miran para otro lado cuando se les señala. El banco Goldman Sachs, icono de la crisis, obtuvo un beneficio de 5.000 millones de dólares gracias a la especulación alimentaria. El lucro supuso un tercio de los beneficios totales de la entidad.

los bancos De hecho, la banca irrumpió como un bisonte en estampida en el mercado de la alimentación en los últimos años. Históricamente su incidencia era sensiblemente menor hasta que detectaron la bonanza del negocio en ese mercado. Es más, el volumen de negocio alrededor de este mercado ha pasado de los 100.000 millones de dólares a finales de siglo a los 450.000 millones de dólares que coronó la actividad en abril de 2011 según el Instituto Internacional de Finanzas.

Desde la trinchera del dinero por el dinero se traslada la idea de que son factores como la meteorología, el aumento de la demanda de los países emergentes, el estancamiento de la producción agrícola, las malas cosechas o el empleo del uso de tierras de cultivo para la producción de biocombustibles (solo se emplea un 6% para ese cometido) los que han elevado el precio de los alimentos. Sin embargo, la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) subraya que el sobreprecio que están soportando las materias primas se establece en los corrillos bursátiles entre operaciones promovidas por los fondos de alto riesgo, que han encontrado un filón en el mercado alimentario, una veta ilimitada para llenar las arcas al transformarlo en un mercado financiero como cualquier otro. Heiner Flassbeck, economista jefe de UNCTAD, aporta en su informe que debido a la especulación se produce "una distorsión masiva de los precios", puesto que estos no se rigen por la ley de la oferta y de la demanda, "sino que responden al reglamento que implantan los especuladores que empujan los precios de las materias mucho más allá de los niveles que justificaría el propio mercado".

El nudo gordiano del aumento irracional de los precios proviene de la mutación que ha padecido el mercado de alimentos, que ha dejado de serlo para convertirse en un mercado de futuros negociados en el zoco de la Bolsa a modo de derivados. De hecho, la especulación de los mercados de alimentos no resulta novedosa. En Japón, en el siglo XVII se especulaba con el precio del arroz en los mercados nipones antes de recoger la cosechas. Dos siglos después, Estados Unidos vio nacer el mercado de agrofuturos con el objetivo de dar cobijo a los productores, de asegurarles un colchón como escudo contra imprevistos o contingencias de diversa índole. Se trataba de un mecanismo que garantizaba cierto sosiego al agricultor, que acordaba con un especulador el precio fijo de la cosecha antes de que esta fuera recogida. El trato quedaba plasmado en un contrato. Embrionariamente, el interés para el comprador de la cosecha provenía de un posible incremento del precio de la cosecha cuando esta se recogiese. Después, el vendería la mercancía y el suministro para la sociedad estaba garantizado. En la compra venta se fundamentaba su negocio. Bajo los parámetros de un mercado regulado, esta clase de especulación se denomina beneficiosa y a los intermediarios se les considera hedger porque ofrecen cierta seguridad, nada que ver con los especuladores, que en un 98% de los casos, según la FAO (Organización de Agricultura y Alimentos de Naciones Unidas) vende los contratos de las cosechas obtenidos en el mercado de futuros a modo de derivados sin que los mismos cristalicen en las mercancías adquiridas. El almacén es una caja registradora.

Los especuladores nada quieren del mercado de la alimentación salvo el dinero que suministra de manera inmediata. Por eso actúan como en cualquier otra industria financiera. El arroz, el trigo, el maíz... son máquinas de hacer dinero para las rapaces que sobrevuelan el mercado de futuros como en su día lo fueron las hipotecas o las punto.com. Los especuladores, sobre todo fondos de alto riesgo, venden los contratos obtenidos antes del plazo de vencimiento de los mismos y con la plusvalía obtenida invierten en otros futuros financieros mientras el precio de los alimentos no deja de crecer en un círculo vicioso que alimentan sin vacilaciones y sin que hagan pie en el suelo de los auténticos precios del mercado. La materia prima es el dinero y el organismo parasitado el mercado de alimentos. La colonización de este nicho se produjo a partir de 2007 cuando el cataclismo de las hipotecas basura obligó a los index funds (son fondos que poseen acciones y bonos de compañías que representan todo el mercado de acciones) y hedge funds (fondo de alto riesgo) a rastrear entre los escombros producidos por ellos mismos con la idea de ordeñar otra vaca. Encontraron asilo en el mercado de la materias primas de la agricultura.

Ese sería el nuevo tablero en el que tirar los dados de la especulación. Tocaba jugar a ser dioses una vez más. El desembarco de los voraces inversores, afilados los colmillos, tensadas las corbatas, en el mercado de futuros de la agricultura estiró la demanda y los precios comenzaron su enérgico ascenso. A su vez, los hedge funds y su músculo financiero dispuesto para la compra accedieron al plató y espesaron aún más los precios, que para entonces viajaban a la velocidad de un cohete aeroespacial. La suma de ambos factores cinceló una burbuja que va de cosecha en cosecha. La sobredemanda, artificial, cosida a la disponibilidad de dinero para la inversión en la materias primas y una escasez de mercancías promovida por el almacenaje de los especuladores a la espera de un aumento en el precio, construyó la descomunal pompa, que se forma durante el periodo de escalada de los precios. Cuando explota la burbuja, los precios caen al abismo, un proceso que no puede vincularse a la leyes de la oferta y de la demanda.

soluciones Para delimitar el impacto las devastadoras consecuencias de la burbuja del hambre, que penaliza despiadadamente a los más vulnerables, el informe de la UNCTAD publicado en septiembre expone que es necesario "restablecer el funcionamiento norma de los mercados de materias primas" mediante una rápida y eficiente "actuación política". El escrito considera imprescindible una mayor transparencia en estos mercados así como el cumplimiento de unas reglas más severas de los distintos actores que participan en los mismos. En esa misma línea se expresaron los discursos de apertura de la cumbre de Davos, que condenaron el comportamiento de los especuladores, pero no acordaron ninguna solución a un problema gravísimo para el futuro de millones de personas y ética y moralmente nauseabundo. Afortunadamente, según recoge el último informe de la FAO, el precio de los alimentos se redujo un 8% en los primeros diez meses del presente año. La bajada es, sin embargo, apenas perceptible dado el exponencial aumento que padecieron los precios en los años anteriores. Ante esa realidad Flassbeck, director de UNCTAD, expuso un plan de choque para deshacerse de los especuladores de alimentos, la peor plaga de las cosechas. Flassbeck sugiere que hay que sacar a los especuladores del mercado, quitándoles los alimentos. Estima imprescindible poner las materias primas y cosechas a salvo bajo el control estricto de la ONU, que sería el organismo que determinaría el precios de las materias primas acordando el mismo con los productores, comerciantes y consumidores. Únicamente estos tendrían cabida en ese mercado. Los especuladores estarían vetados. No habría sitio para los mercaderes del hambre.

Corredores de bolsa en el parqué de Chicago, donde se fijan los precios de los alimentos. Foto: DNA

Los especuladores juegan con el precio de las cosechas, comprando y vendiendo contratos en el mercado de futuros

El volumen de negocio en este tipo de mercado ha pasado de 100.000 millones de dólares a 450.000 millones

Más de 2.000 millones de personas viven con un dólar al día. Foto: DNA

Los especuladores inciden sobre el precio de las cosechas del futuro. Foto: DNA