En solo un año Mario Draghi ha tenido que lidiar con la peor crisis económica del euro y ha ejercido de mediador entre ricos -los países del norte- y pobres -los del sur-. Una guerra que aún no ha encontrado fin y en la que el italiano ha lanzado flotadores a los castigados navieros del sur, reservando los botes salvavidas para cuando ya no haya marcha atrás y esos navieros alcen la bandera blanca, aunque está por ver si no será demasiado tarde.

El 1 de noviembre de 2011 Mario Draghi sucedió como presidente del Banco Central Europeo a Jean Claude Trichet y lo hizo bajando los tipos de interés en 25 puntos básicos, hasta el 1,25% en su primera reunión como presidente del banco emisor. Fue el 3 de noviembre. Hoy, los tipos están en el mínimo histórico del 0,75%, tras la última rebaja del organismo, a primeros de julio. Y es que este economista no ha dudado en usar las armas del BCE para combatir los problemas de la eurozona, aunque aún guarda balas en la recamara.

Esa munición la reserva para cuando los países con más problemas pidan ser rescatados. Es la condición que ha impuesto. Durante estos doce meses de mandato la furia de los inversores -en forma de pérdida de confianza y desinversión- se ha desplazado de este a oeste, de Grecia a España, pasando por Italia. Es el Estado el que más está sufriendo ahora la falta de credibilidad y su deuda soberana es la que recibe los golpes. Prueba de ello es el interés que a diez años paga España para financiarse, que este verano superó la barrera del 7% con una prima de riesgo que lleva meses sin relajarse por debajo de los 350 puntos básicos. Draghi tiene un plan para paliar estos problemas -que amenazan con extenderse a Italia e incluso Francia-, pero no será sencillo, sobre todo, porque el poderoso Bundesbank, el banco central alemán, no ha puesto facilidades.

Los más ortodoxos han defendido durante los últimos meses que el BCE ha excedido su línea de acción. En especial es desde Alemania desde dónde se han alzado las voces que reclaman que el banco central ocupe únicamente la función para la que fue creado, es decir, vigilar la inflación. Pero Draghi y su equipo han diseñado una política monetaria al servicio de los problemas de la zona euro.

Así, por ejemplo, impulsaron dos macrosubastas de liquidez para tratar de paliar los males de la banca europea y de paso impulsar que el crédito volviera a fluir. En diciembre, el BCE puso 489.190,75 millones de euros a tres años entre 523 bancos europeos, a un tipo de interés referenciado al precio oficial del dinero -1% en este momento-, para facilitar la refinanciación de los vencimientos de las entidades y en teoría el acceso del crédito a los hogares y las empresas. A finales de febrero se repitió la operación, con otros 529.500 millones de euros.

Más tarde, la entidad también decidió reducir a cero el precio que paga a los bancos porque dejen en la hucha del BCE el excedente de liquidez -del 0,25 al 0%-. El objetivo era promover dinero más barato para reactivar la maltrecha economía y aliviar la presión sobre empresas y ciudadanos en la eurozona.

Pero los problemas no se han solucionado aún y en España su Gobierno tuvo que salir al rescate de la banca. Tras el agujero hallado en algunas entidades, como Bankia, Rajoy se vio obligado a solicitar un auxilio a sus socios europeos para poder hacer lo propio y atender a su banca.

Compra de bonos El pasado verano la tormenta económica que azota a la eurozona fijó su epicentro en las cálidas costas de España. Fue entonces cuando el bono español y la prima de riesgo alcanzaron sus nuevos récords históricos. El nivel de financiación de España alcanzó la barrera del 7% y las alarmas se dispararon, ya que se considera que a ese nivel es imposible devolver lo recibido y es el nivel que los analistas marcan como la frontera del rescate. España estaba ahogándose y el BCE no activaba ningún mecanismo de auxilio, como desde Madrid se le reclamaba.

Una masiva compra de deuda soberana por parte del BCE podría haber rebajado sus costes de financiación, o al menos, eso era lo que entendían muchos analistas y miembros del Gobierno de España. El 24 de julio Draghi dijo que el mandato del organismo que lidera no pasa por "resolver los problemas financieros de los Estados", algo que encendió la mecha del polvorín español.

Poco después reculó y se mostró abierto a activar un programa de compra de bonos en la institución monetaria. En realidad, bajo el mandato de Trichet el BCE ya había comprado bonos soberanos de Italia y España un año antes para tratar de rebajar tensiones. Draghi también ha impulsado su propio kit de emergencia para rebajar los elevados costes de financiación que algunos socios se ven obligados a pagar, pero no será a cambio de nada. El BCE quiere soluciones definitivas y no activará ningún mecanismo sin antes lograr garantías de éxito. Draghi aboga por reformas estructurales que permitan a los estados atajar sus desfases entre lo que ingresan y lo que gastan.

El BCE contempla realizar fuertes compras de deuda soberana en los mercados secundarios de deuda durante uno o dos meses en caso de activar el programa de intervención. Tras ello, suspendería estas adquisiciones para tomarse un 'periodo de reflexión' y valorar su intervención y que los beneficiarios cumplen las condiciones. Antes, España debe pedir ese rescate. Algo que parece cada vez más próximo, viendo que las presiones no desaparecen.

Desafíos pendientes Acabar con la crisis de deuda que asola a la eurozona y que ha llevado a Grecia, Portugal, Irlanda, España o Italia hacia el abismo es la principal prioridad del mandato de este italiano. Pero no la única.

En la lista, Draghi tiene más tareas pendientes. La unión bancaria es una de ellas. Desde el año próximo -aunque no estará plenamente operativo hasta 2014- el Banco Central Europeo será quien actúe de supervisor único de la banca europea.

Aunque los detalles sobre el proceso de entrada en funcionamiento de ese supervisor europeo se debatirán en las próximas reuniones del Eurogrupo, la pasada cumbre de la UE aclaró que las futuras funciones del BCE -política monetaria y supervisión bancaria- deberán estar "claramente separadas" dentro de la entidad que dirige y que el organismo supervisor tendrá un consejo propio de 21 miembros que trabajará separado del consejo de gobierno del BCE. Éste presentará informes regulares al Parlamento Europeo.

Hay otro reto al que deberá enfrentarse próximamente. La perspectiva de género. El parlamento europeo ha afeado el nombramiento del último miembro del consejo del BCE, el luxemburgués Yves Mersch, para llamar la atención sobre la ausencia de mujeres en las altas instancias económicas y en concreto en el equipo de trabajo -masculino- de Draghi.