el conocido diario económico Financial Times abría a primeros de año una serie de artículos sobre "la crisis del capitalismo". El propio diario se sorprendía en su presentación de que fuera precisamente un órgano tan favorable al sistema quien fuera a reponer un tema que ha estado fuera del debate intelectual desde los años 80. (Efectivamente, la caída del muro de Berlín en el año 89 sanciona definitivamente la economía de mercado y el sistema capitalista como los únicos capaces de generar progreso para la Humanidad de forma sostenida)

Sin embargo, argumentaba el diario que la naturaleza de la crisis económico-financiera que estaba soportando, sobre todo, Occidente exigía una reflexión que trascendiera el debate sobre medidas de uno u otro signo y abordara otros aspectos de la vida en nuestra sociedad.

Entre los interesantes artículos publicados, quisiera destacar hoy el firmado por uno de los directores de la Universidad de Columbia que titula El interés individual, sin moral, conduce a la destrucción del capitalismo. Recuerda que en el origen del capitalismo, los calvinistas centro europeos perseguían el beneficio como prueba de su trabajo esforzado en este mundo, merecedor de su salvación en el otro, y ahorraban, después, ascéticamente para acumular riquezas que probaran la gracia de Dios y no para satisfacer sus apetitos consumistas.

El interés individual estaba, así, encuadrado en un código de valores morales, que también es posible encontrar en algunos grandes capitalistas norteamericanos que defendían que el patrimonio del empresario no era una propiedad personal, sino una fiducia de la sociedad para su administración teniendo en cuenta el interés general.

El autor indica que en el siglo XXI las restricciones morales se han desvanecido y se defiende que el interés individual e incluso la avaricia sin límites es fuente de progreso para todos. El consumismo se ha convertido en la nueva religión laica, sustituyendo al humanismo, la ciencia o cualquier otro valor y el egoísmo desenfrenado se ha convertido en la pauta de conducta de las personas económicamente más ricas.

Termina indicando que el capitalismo no está en riesgo por su falta de elementos innovadores o de mercados que estimulen nuevos desarrollos, sino por la destrucción de la cohesión social, del medio ambiente, etc. que un egoísmo de corto plazo y sin contrapesos genera.

Aun siendo sorprendente una reflexión de este tipo en un diario como el citado, no es, ni mucho menos, la única voz que, desde experiencias de responsabilidad económica mundial, subraya las carencias éticas como uno de los desencadenantes importantes de la crisis.

Entre nosotros, Michel Camdessus, vasco de Iparralde y exdirector general del FMI, ya lo subrayaba en el año 2009, a la vez que recordaba la incidencia fundamental de la falta de regulación y de instituciones financieras adecuadas para una economía ya globalizada.

Pero si el problema tiene también una raíz ética, ¿cómo se puede abordar, máxime en un momento en el que las iglesias cristianas están perdiendo una parte relevante de su influencia en orientar la conducta de los ciudadanos occidentales?

Desde otro punto de vista, Tom Peters, experto mundial en management, subrayaba que para gestionar con éxito un cambio a nivel de empresa es preciso actuar sobre "sonrisas y sistemas". Es decir, es preciso modificar tanto los sistemas y reglas de juego internas de la empresa como las actitudes de los empleados en la misma. Es claro que, tanto a nivel de empresa, como a nivel general, si los empleados o los ciudadanos se sitúan ante la normativa vigente con una actitud de sortearla en la medida de lo posible, esta pierde buena parte de su potencialidad. Aunque imprescindibles, no serán suficiente, por tanto, los cambios regulatorios y legales que se establezcan ni la ampliación de las funciones y recursos de las instituciones financieras internacionales para corregir los excesos del sistema.

Será necesario, por tanto, trabajar también para que las personas aceptemos unos códigos de conducta que sirvan para preservar los intereses colectivos y a largo plazo, sacrificando, siquiera en parte, intereses particulares y de corto plazo.

La forma en la que debamos actuar para lograrlo es un elemento de gran interés para su reflexión. Tanto a nivel de las iglesias occidentales como de otras instituciones civiles que aspiren a contribuir a la construcción de un sistema económico no solo más eficiente, sino más justo y sostenible. Y quizás merezca una modesta aportación en el futuro.