Aunque estos últimos meses estamos oyendo hablar, cada vez con más intensidad, de los videojuegos, lo cierto es que una gran parte de la población asocia esta palabra con el ocio, la pérdida de tiempo o, incluso, otros temores mayores. Se diría que para muchos padres los videojuegos son sinónimo, en el mejor de los casos, de distracción, haciéndoles culpables de la desatención de las tareas que habrían de realizarse por sus hijos. No cabe duda que esta interpretación tiene sentido, pero hay que reconocer que se debe más a sus orígenes o a algunos casos de excesos que a su realidad actual. Los videojuegos como pérdida de tiempo no son más que una opción minoritaria de las múltiples que tiene (ocio, salud, deporte, simulación, enseñanza, competitividad, valores, etc.).
Hoy día el videojuego es mucho más que un juego y, además, es algo muy serio, particularmente si lo contemplamos desde su perspectiva creativa y no lúdica.
Desde el punto de vista económico, los videojuegos conforman un sector de actividad de enorme importancia y con unos ritmos de crecimiento espectaculares. Desde la perspectiva tecnológica, por su parte, constituyen la punta de lanza de muchas aplicaciones que son aprovechadas por muy variados sectores, desde la aviación hasta la Fórmula 1.. La formación que requiere un creador de videojuegos es muy exigente, precisando de amplios conocimientos en matemáticas, en física, en informática, en arte y en otras varias materias, de tal modo que una sola persona difícilmente puede abarcar todos estos campos del conocimiento y se hace necesario trabajar en equipos multidisciplinares.
Normalmente no somos conscientes de la dificultad que entraña pasar de ser simple jugador a ser creador de videojuegos. Si jugar entretiene, crear es fascinante.
Nos podemos imaginar un partido de fútbol en un pequeño estadio y encontrarnos con 22 jugadores ante pocos más espectadores. Si el campo es de mayor aforo, seguirán los mismos jugadores ante más espectadores. En el mayor estadio del mundo esos 22 jugarán ante más de 100.000 personas y si televisan el partido los espectadores se contarán por millones, aunque sigan siendo 22 los que juegan. En este ejemplo, al crecer el número de espectadores y mantenerse el de jugadores la responsabilidad y exigencia sobre estos es cada vez mayor, lo que da lugar a que solamente unos pocos sean capaces de alcanzar ese nivel profesional.
Con el creador de videojuegos sucede algo parecido. El creador no es espectador, es el que hace posible el espectáculo y, cuanto mejor sea su propuesta, más entretenimiento y más personas disfrutarán con sus creaciones. Conseguir esto resulta muy exigente y está al alcance de pocos. Pero, además de los conocimientos técnicos, el creador de videojuegos tiene una enorme responsabilidad ante su público potencial al trasladar a este, a través del videojuego, una serie de principios y valores de gran repercusión personal y social. Todo ello hace que esta profesión sea muy exigente desde muchos puntos de vista y que estén llamados a ejercerla quienes reúnan las aptitudes y cualidades más adecuadas en las ciencias y en las artes, unidas a principios éticos y valores sociales de gran significación. Por tanto, los videojuegos no son un juego, son algo muy serio, reservado para los mejores, los más creativos, para quienes sepan trabajar en equipo y transmitir valores socialmente positivos. Y, además, son una salida profesional muy apetecible y de gran futuro.