NUEVA YORK. Dos años después de que Lehman Brothers protagonizara la mayor bancarrota de la historia, las devastadoras secuelas de la crisis financiera aún se notan hoy en los mercados del mundo, aunque, por fin, se han acordado medidas concretas para tratar de evitar situaciones similares.

Hoy se cumplen dos años del día en que Wall Street tembló al ver desmoronarse a uno de sus mayores buques insignia: El banco de inversión Lehman Brothers se vio obligado a declararse en quiebra, ante la falta de entidades dispuestas a apostar por él.

El Dow Jones de Industriales -el principal indicador de la mayor plaza financiera del mundo- llega a este segundo aniversario con 10.526,49 puntos, un 7,84% por debajo del nivel que tenía en el fin de semana en que se negoció a la desesperada el futuro de un banco de inversión que durante 150 años resistió todas las crisis, incluida la Gran Recesión.

El S&P 500, que mide la evolución de las 500 principales empresas cotizadas en Wall Street -epicentro de la crisis financiera-, está un 10,43% por debajo, tras haber caído de forma sostenida desde septiembre de 2008 hasta marzo de 2009, cuando tocó fondo.

A partir de entonces la Bolsa de Nueva York vivió un año de relativa recuperación y desde abril de 2010 trata de mantenerse, aunque no exenta de sobresaltos y con el constante temor de que la economía estadounidense vuelva a caer en recesión.

Como el neoyorquino, muchos otros mercados aún no han recuperado el nivel que tenía antes los tumultuosos días de septiembre de 2008.

Según un estudio de la consultora EPFR recogido esta semana por The Wall Street Journal, desde agosto de 2008 los inversores de todo el mundo ha retirado de los mercados unos 203.000 millones de dólares, cerca del 8,5% del total que se movía por entonces.

Aunque muchos mercados continúan resentidos, algunos otros, especialmente los de las economías emergentes, se han visto beneficiados de las penurias que vivían los más desarrollados, ya que ofrecen a los inversores una alternativa.

Su principal atractivo son sus elevadas tasas de crecimiento económico (en comparación con EEUU, Europa y Japón) y su relativo escaso endeudamieno.

Otros mercados que se han visto crecer su atractivo en estos dos últimos años han sido los de las materias primas, la inversión segura por antonomasia.

Por ejemplo, los contratos de futuros de oro más negociados el 12 de septiembre del 2008 -el viernes previo a la quiebra de Lehman- se cambiaban a 764,5 dólares por onza en Nueva York.

Hasta entones, el precio más alto al que jamás se había negociado ese metal precioso eran los 1.033,9 dólares del 17 de marzo de 2008.

En cambio, en la víspera de ese aniversario se negociaba un 66,34% más caro, alcanzando el precio récord de 1.271,70 dólares la onza.

Los inversores han ido así buscándose recovecos relativamente seguros donde depositar su dinero, a salvo de posibles nuevas crisis derivadas de una hipotética vuelta a la recesión.

Ello ha contribuido a que a los mayores mercados de valores les esté costando recuperarse, especialmente si se compara con crisis anteriores.

Los analistas recuerdan ahora, por ejemplo, que dos años después del famoso "lunes negro" de 1987 el Dow Jones estaba ya un 20% por encima del nivel que tenía antes de que los mercados de todo el mundo se derrumbaran en cadena.

A todo ello se suman los temores despertados por la crisis de deuda vivida en Europa, el retroceso sufrido por el mercado laboral e inmobiliario en EEUU y el retraso en la reforma financiera prometida tras la caída de Lehman.

Así, han tenido que pasar dos años para que responsables de todo el mundo en materia monetaria acordaran el domingo pasado las normas de solvencia de entidades financieras conocidas como Basilea III, que buscan atajar las malas prácticas del sector financiero que llevaron al terremoto financiero de septiembre de 2008.

Su mayor novedad es que endurece los requerimientos de capital que deben acumular las entidades financieras, pero sus efectos no serán inmeditos, ya que los miembros del G-20 deberán examinar estos acuerdos en su reunión de noviembre próximo y, en cualquier caso, el plazo para su aplicación llega hasta 2018.

Mientras, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha logrado sacar adelante -no sin dificultades- la mayor reforma financiera desde la Gran Depresión, que permite por ejemplo desmantelar empresas que pongan en peligro a la economía y aumentar la vigilancia sobre el sistema financiero y especialmente el mercado de derivados.