A cientos de kilómetros de la zona cero del vertido del 'Prestige', los arrantzales vascos tuvieron un papel clave en la protección de la costa. Y es que cambiaron la pesca por la limpieza de fuel, y las redes que hace días hacían acopio de peces, subían en esta ocasión al barco repletas de chapapote.

Un gesto miles de veces repetido que sirvió para evitar una catástrofe mayor. Así lo cuenta Iñaki Zabaleta, presidente de la cofradía de Pescadores de Bizkaia, que recuerda cómo tuvieron margen de aprendizaje gracias a los días que tardó la contaminación en llegar hasta la costa vasca.

Y es que esas jornadas previas fueron imprescindibles para prepararse “para lo que nos venía encima”. Fueron días en los que varios barcos vascos se desplazaron hasta Cantabria y Asturias, para hacer salidas experimentales y comenzar a recoger el fuel, y aprender cómo hacerlo en el mar. Así, las reuniones con el Gobierno vasco comenzaron para coordinar cómo abordar la crisis.

La coordinación entre pescadores, Gobierno vasco y Azti, hizo que lo que pudo haber sido una tragedia también en Euskadi, fuera interceptada a tiempo. Y es que se recogieron 11.000 toneladas chapapote.

"Si el chapapote hubiese llegado a la costa hubiese sido un desastre absoluto"

Iñaki Zabaleta - Presidente de la Cofradía de pescadores de Bizkaia

¿Qué hubiese pasado sin la labor de los arrantzales? Zabaleta lo tiene claro: “Hubiésemos perdido la costa durante años. Había que evitar que llegara, por eso recoger en el mar era clave”, explica.

“Si hubiese llegado a la costa hubiese sido un desastre horrible. Y al mar solo podíamos ir nosotros, tenía que ser gente que conociera el medio”, sostiene. Por lo que fueron los encargados de hacer una barrera de protección para evitar que toda la contaminación desprendida por el Prestige tiñera también de negro las playas de Euskadi.

“O íbamos nosotros, o era una tragedia”, asegura. Sin embargo, fueron días difíciles. “No sabíamos si el chapapote iba a obstruir las tuberías de aspiración de agua. Pero visto lo visto teníamos que salir, y lo hicimos”. 

La primera salida desde Bermeo fue un desastre, porque “había una marejada impresionante” pero lo hicieron, se adecuaron mejor las grúas de recogida, y vieron que era mejor recogerlo con sacos de obra de una tonelada, ya que “se pescaba más, y se descargaba mejor”.

Por eso, más allá de la labor imprescindible de la recogida, señala que fue clave no solo por lo que se hizo, sino “porque ha dejado una seña de identidad para un futuro, para saber cómo se tiene que recoger en la mar”. “No había tiempo ni para comer un bocadillo, pero veías tanta porquería que te saltaban las lagrimas y te cansabas cuando llegabas al puerto”, expone. Y luego a la noche se reunían con el Gobierno vasco. “Yo siempre digo que Euskadi tiene menos niños y niñas por su culpa”, asegura entre risas.

Trabajo duro, pero clave 

Aquellas jornadas fueron “muy duras, pero necesarias”. Y es que al principio trabajaban los siete días de la semana. “Había mucho chapapote y no se podía parar, porque con el viento y la marejada podía alcanzar la costa en cualquier momento. Y así es como lo hicimos, trabajando desde por la mañana hasta la noche. Coger y descargar todo el rato, descargar, salir y volver a entrar”, zanja. Una labor recompensada con la vista de las costas a salvo.