Dos frases comprimen el Tour. Dos comunicaciones por radio. “Enséñale al mundo quién es el mejor”. Retumbó en la crono de Combloux. La arenga para Jonas Vingegaard. El triunfo irrebatible. “Estoy muerto”. El epitafio de Tadej Pogacar en el Col de la Loze. La capitulación. Esa es la historia de la gloria de Vingegaard y la derrota de Pogacar. El sonido de un Tour para siempre. Un eco que perdurará durante generaciones. Ese que se contará en la sobremesa entre rimas y leyendas de una carrera para la historia. El Tour que abrió los ojos en Bilbao y los cerró en París. Entre tanto, el sueño de 21 noches de verano.

Un maravilloso duelo entre dos ciclistas portentosos, que se han repartido las últimas cuatro ediciones de la carrera francesa. 2020 y 2021 para el esloveno y 2022 y 2023 para el danés. Dos supernovas, las más grandes y brillantes del universo ciclista que llenaron los cielos de Euskal Herria y Francia de fuegos artificiales. Un deleite.

Una explosión de júbilo acelerada en el corazón por los logros de Pello Bilbao e Ion Izagirre, que nunca dejaron que el Tour se fuera de Euskadi. Permaneció su influjo. Christian Prudhomme, director del Tour, vaticinó que el amanecer de la carrera sería una ráfaga de detonaciones.

Cañones de púrpura y confeti. “El inicio en Euskadi será un pimpampum”. Esa onomatopeya redactó la Grande Boucle con un comienzo imbatible. Arengados por una afición entusiasta, enamorada del Tour, pasional, Vingegaard y Pogacar arrancaron como un fogonazo. 

De Pike Bidea a Jaizkibel

Pike Bidea, el muro que salió de las tripas del Circuito de Getxo, encendió el Tour. Lanzallamas. El esloveno, un potro desbocado, siempre al relincho, midió la respuesta del campeón. Vingegaard, pétreo, no se quemó. Refractario soportó las descargas de Pogacar, siempre al ataque. La bandera pirata es su religión.

En Bilbao, Adam Yates tricotó el primer amarillo del Tour. Pogacar fue tercero. Sisó cuatro segundos de bonificación. Su puesta en escena, la recolecta de segundos en cualquier recoveco, era su modus operandi tras llegar a la cita sin apenas competición por culpa de una caída en Lieja que le fracturó la muñeca izquierda. Rebelde, alzó el puño.

Jordi Meeus vence el esprint de París ante Philipsen. Efe

Meeus vence el esprint de París

El segundo episodio que comparó a los dos astros, se situó en el ring de Jaizkibel. Otra vez peleando por las migas. Cada segundo es un tesoro. Pogacar se impuso. También en Donostia, donde se quedó con otra bonificación. Pogacar disparó sin desmayo en todas direcciones. También en París, antes de la ceremonia de coronación de Vingegaard y la victoria al esprint de Jordi Meeus. De Euskal Herria, el esloveno partió con una ganancia de 11 segundos y la sensación de que estaba dispuesto a recuperar el trono que el danés le arrebató el pasado curso.

Marie Blanque, Jaque de Vingegaard

Vingegaard, que no dispone la explosividad de Pogacar, se mantuvo firme. Lejos de la hipérbole y del histrionismo, evidenció el pulso firme del francotirador y la mentalidad de los campeones que no piensan en el cortoplacismo. Esperó su oportunidad. Actuó en el Marie Blanque, el primer gran puerto del Tour. En los Pirineos fijó la primera piedra de su segundo Tour. Observó que Pogacar, el alegre y travieso, tenía el rostro del agobio encima.

Sepp Kuss le descubrió. Vingegaard hizo palanca. Eureka. Quebró al esloveno, de repente plegado sobre sí mismo. Le colocó un minuto de lastre. Evidenció que en las montañas que exigen aliento largo, supera al esloveno. Los antecedentes de Mont Ventoux, Granon y Hautacam de los anteriores Tours confirmaban a Vingegaard. El danés no era el de París-Niza. El esloveno acusó el golpe. Obligado al remonte, a recortar. Salmón a contracorriente. Ese día Hindley se vistió de amarillo. Le duró poco el pantone del Tour. 

Tadej Pogacar festeja la segunda plaza en el Tour. Efe

Responde Pogacar en Cauterets

Los Pirineos fijaron la foto de la carrera. El Jumbo quiso ejecutar a Pogacar después de la muestra de debilidad del esloveno. Trataron de ahogarle en el Tourmalet. No pudieron. En Cauterets, tras la asfixia, se encorajinó. Arrancó como un desesperado, hambriento. Fue su mejor momento en el Tour. Vingegaard quiso seguirle, pero se atascó. Sufrió. Probablemente recalentó demasiado su motor para perseguir la estela de Pogacar, que saludó su logro como una estrella de rock tras un apoteósico concierto. Rascó el esloveno medio minuto. Esa distancia les separaba.

Vingegaard agarró el liderato, pero mostró un poro abierto. El Tour era una competición de esprinters en las alturas. Siempre juntos hasta que esprintaban. Pogacar, más rápido, mostró nuevamente su ambición en el Puy de Dôme. En una ascensión de leyenda, pura agonía, Vingegaard y Pogacar subieron palmo a palmo. Ese era el metropatrón que definía su distancia. El esloveno mostró la cresta. Tomó unos metros de distancia.

En el Puy de Dôme rasca el esloveno

Vingegaard tiró del hilo. Entre ambos apenas 8 segundos en meta en favor del aspirante, de blanco. El danés amarillo se sostuvo en una persecución que midió su fortaleza mental. El Tour era un diván de psicología. Un tratado de psicoanálisis. Se aproximaba Pogacar, cada vez más amenazante. Una cuenta atrás. 17 segundos en favor del danés, que apelaba a los Alpes. 

El pulso entre ambos lo invadía todo. Atacaba Pogacar, al asalto, y defendía su estatus Vingegaard. En el Grand Colombier, el esloveno siguió con su política de lijar. Restó ocho segundos. Las bonificaciones impulsaban su Tour. El danés trazaba un cortafuegos alrededor de su latifundio, cada vez más atosigado.

Vingegaard, con su mujer y su hija después de conquistar París. SprintCyclingAgency

En el Joux Plane comenzó a virar el Tour. Pogacar, que necesitaba el remonte, lanzó otro de sus ataques. Obtuvo de nuevo unos metros, después un ramillete de segundos. El líder no se quebró. Cada vez más firme, se reconstruyó. Le comió terreno. Le tocó el hombro. Otra vez juntos. Tanto que rodaron en paralelo. Casi se frenaron. Dos pistard por los techos del Tour.

Vingegaard crece en el Joux Plane

Hombro con hombro, como Anquetil y Poulidor en el Puy de Dôme en 1964. En la cima del Joux Plane se disputaron el esprint. Por vez primera, Vingegaard pudo con Pogacar en el reprís. Carlos Rodríguez se coló entre sus ambiciones y coleccionó Morzine. El esloveno fue segundo en meta. Vingegaard, pegado a él, tercero. De esa esgrima, el líder salió con un suspiro más a su favor, un segundo.

Sin embargo, el Tour era otro. Crecía el danés. Frente al Mont Blanc, una escena. Pogacar trató de dejar a Vingegaard. No pudo. En el esprint de meta, el líder adelantó por fuera a su enemigo íntimo. Después, le miró. Aquí mando yo. Dejó que Pogacar pasara antes la línea de meta. No había segundos en juego. Se citaron para la contrarreloj. El reloj de la carrera, en juego. 

La crono de la sentencia

El tiempo del Tour estaba en la crono de Combloux. Bajo el juicio del reloj sentenció el destino de la carrera Vingegaard. Estratosférico, en una actuación para el recuerdo, el líder se expresó en todo su esplendor. Exuberante, aplastó a Pogacar. El esloveno que limaba segundo a segundo, quedó grogui. La Planche des Belles Filles, la crono que lanzó a Pogacar a espacio, la reprodujo Vingegaard. Le abrió en canal. El danés obtuvo una ventaja de 1:38. 1:48 en el total. Realismo mágico. Un acontecimiento lisérgico. En una carrera que eran instantes, ese tiempo era la eternidad.

El hundimiento de Pogacar

El Tour enfilaba hacia Dinamarca. La remontada era un asunto quimérico. Esperaba la etapa reina. La jornada, imponente, configuró la ceremonia de coronación de Vingegaard en el Col de la Loze, otra montaña sin pasado, que será recordada en el futuro. La mole devoró a Pogacar. Le dejó en los huesos. Desnudo. Una letanía. El hundimiento definitivo al ritmo de Kwiatkowski. Vingegaard, extrañado por el suceso, tuvo que asegurarse de que aquello era real. Confirmado el calvario de Pogacar enterró al esloveno con más de cinco minutos. En la general, 7:35.

Vingegaard, a la Vuelta

Ese día Marc Soler rescató a Pogacar de una derrota aún más dolorosa. Dejó la etapa un relato para los arcanos del Tour. La caída de los héroes. La carrera pertenecía a Vingegaard, que anunció que estará en la Vuelta. Era de su propiedad su segundo Tour. La última etapa de montaña, a modo de inventario, sirvió para que Pogacar recuperara el ánimo con el triunfo en Le Markstein. Una victoria para la moral y para el futuro. La anticipación del duelo que no cesa entre el esloveno y el danés, otra vez rey de París. El Tour de Euskadi extiende el imperio de Vingegaard.