Como en la alegoría de la caverna de Platón, en el friso del Tour se proyectan dos sombras, los perfiles de Jonas Vingegaard y Tadej Pogacar, que eran una. Son lo que ven el resto, apresados por las cadenas, condenados al yugo del danés y del esloveno, encadenados ellos también. El uno al otro y ambos, a la historia.

El reloj del Tour, insobornable, el rey Salomón, eligió a Vingegaard después de una crono dura, de 22,2 kilómetros, con rampas corajudas, entre Passy y Clomboux. El perfil era hosco, punzante, avieso. 1,3 km al 8,5% de salida, una ascensión de 2,5 km al 9,4 % y el final, con dos km entre el 5 y 6%.

Un ejercicio de resistencia, agonía y supervivencia que elevó al danés al cielo. Alado. Meteórico. Ángel exterminador. Marcó 32:36. Por encima de los 41 kilómetros por hora. Nadie le pudo oscurecer la luz. Aún resta carrera y Pogacar es un rival fiero, impredecible, siempre dispuesto al ataque, pero el ejercicio de doma y fortaleza mostrada por el líder le acercan al extrarradio de París.

El danés minimizó al esloveno. Colosal. Un gigante. Humanizó a Pogacar como sucedió un año atrás en el Granon. Le atizó duro al mentón del orgullo donde más duele. La diferencia: 1:38 en meta, 1:48 en la general. Un mundo. Vingegaard se aproxima a París.

Una barbaridad entre dos ciclistas que eran gemelos. La igualdad extrema la dinamitó Vingegaard con una actuación demoledora, hiperbólica, colosal. Una exhibición portentosa. Lo nunca visto en un ciclista ligero como una mariposa pero que pica como una abeja. Ali en bicicleta.

Posee pegada de peso pesado el menudo danés, rey de Francia salvo accidente. La tunda a Pogacar fue irrebatible a pesar de que el esloveno firmó una crono sin mácula. Ocurrió que el danés se sublimó. Superior de punta a punta. Deletreo una victoria incontestable. Sin parangón. Desde el amanecer hasta el ocaso.

Pello Bilbao, cuarto

El danés está muy cerca de París. En Clomboux puso a enfriar el champán. Bebida de campeón. Le dio un trago tremendo en un crono lisérgica. Agitó los cimientos del Tour Vingegaard, que se quedó con el reloj de oro.

El Tour lo lleva atado a su muñeca. Van Aert, tercero, se quitó el sombrero para saludarle. Esa misma sensación recorrió el espinazo de Pello Bilbao, cuarto tras Vingegaard, Pogacar y Van Aert, la santísima trinidad del Tour. Pello Bilbao se lució.

Pello Bilbao, formidable, cuarto en meta. Efe

La crono que separó como un desgarro a Vingegaard y Pogacar era una oposición al trono de París. Un asiento para siempre. Un examen contra el reloj, el espejo que todo lo refleja. Nada se le escapa. Orwell y 1984. El Gran Hermano observándolo todo.

El reloj, el tiempo, es el único instrumento capaz de concretar a dos ciclistas superlativos. Que son reales, pero parecen pura ficción sobre bicis de que se asemejan a naves y cascos de astronautas.

Vingegaard, por aplastamiento

Humanoides, quién sabe. Seres venidos del futuro que doblan el tiempo, que lo empuñan y lo encogen. El danés y el esloveno lo comprimen cuando el Tour es como esos relojes blandos de Dalí que se estiran en una distopía.

Por un lado, los elegidos, los Neo de Matrix, los que liberan el Tour de la realidad y lo empujan al mundo de los sueños, y por otro, aquellos que sufren la prosa descarnada del sufrimiento. A modo de Saturno, que devora a sus hijos, Vingegaard, monstruoso, se alimentó de Pogacar. ¿De qué planeta viniste?

A Vingegaard, de amarillo, las costureras del Tour le tomaron las medidas antes de medirse a la historia. Un pespunte aquí, una rectificación allá para diseñar el buzo de la pasarela de la crono. Un desfile de alta costura. Piel amarilla sobre la dermis traslúcida del danés.

De blanco, novicio, el color de la pureza, la bandera de la paz, vistió a Pogacar, que es un piel roja. Guerrillero. La liturgia de la crono, su orden, les separó por ver primera en el Tour. Dos minutos entre la irrupción del esloveno y la del líder. En meta, Vingegaard retrasó a Pogacar en 1:38. Lo imposible. Impresionante.

Una crono muy dura

A la crono llegaron con 21 días como líderes en la suma de sus participaciones en el Tour. Colgaron los chalecos de frío en la percha, el calentamiento en el rodillo y se acercaron a su Cabo Cañaveral. La lanzadera de los astronautas en Passy. Dos lunáticos ante otro episodio para la historia y los incunables de la carrera.

Duelo al sol, crepitante el asfalto. Disparado el termómetro, en los 30 grados, y la humedad elevada. Bochorno en un pulso claustrofóbico, envasado al vacío. Más fuego para una rivalidad que arde, que quema, esposados en el fulgor.

A la hora de la verdad, el danés enfrió al esloveno. Lo congeló en el tiempo. Pogacar montó un desarrollo de 58 x44 en el plato y 34x11 en las coronas. Vingegaard optó por 56x43 en el plato y 16x10 en los piñones. Después de los duelos con filo, a navaja, la crono era un lugar para las armas de fuego. Cargaron balas de plata. Disparados. Percutió el esloveno con ferocidad en la primera referencia: 10:10 minutos. Volaba Pogacar. Una estela blanca.

Superior desde el inicio

Entonces llegó el manto amarillo que lo cubrió todo. La kryptonita de Pogacar es Vingegaard. El líder, un cohete, quemó la sonrisa del esloveno. Trituró el tiempo de su rival en la primera toma de contacto. 16 segundos menos. Dos caballas desbocados. Locos maravillosos. Pello Bilbao, más sereno, estaba completando una crono estupenda.

Pogacar, con el rostro desencajado. Efe

El de Gernika quería avanzar y se coló entre la aristocracia. El peritaje entre Pogacar y Vingegaard seguía sonriendo al líder, que acumuló una renta de 31 segundos doblado el Cabo de Hornos de la crono. La Côte de Domancy analizaría al microscopio a ambos. Otra vez más fotogénico Vingegaard, que era un destello. La velocidad de la luz. En la sombra dejó al esloveno.

Pletórico Vingegaard

Pogacar optó por el cambio de bici. Desterró la montura de contrarreloj y optó por la bici ligera que se emplea en la montaña. La cabra tira al monte. Vingegaard continuó aplastando los pedales a coces sobre la bici de contrarreloj. Era una apisonadora el danés, concentrado al máximo. Allanó la subida. El esloveno, la mirada perdida, los ojos hundidos en la fatiga extrema, se sostuvo como puedo.

Vingegaard, enmascarado con la pantalla del casco, inescrutable, era pura ambición. Implacable el danés. El Indurain que vino del frío sometió a Pogacar. 1:38. Bestial. La memoria de la Planche des Belles Filles, el día que encumbró a Pogacar hacia la eternidad cuando enterró a Roglic y el Jumbo en el Tour de 2020, la lapidó Vingegaard en su mejor actuación de siempre. Rey del país de nunca jamás. El reloj del Tour elige a Vingegaard.