Exploraba el Tour la región de Bretaña, la cuna de Bernard Hinault, un campeón volátil, pura nitroglicerina, en una carrera que es fuego y gasolina, cada vez más horneada por la temperatura y la velocidad. Una bola de fuego.

A Hinault le recogió un coche de la organización en Yffiniac, su pueblo natal, y lo paseó como un Napoleón entre sus tierras. El bretón fue el último campeón francés del Tour.

Cinco veces tallado su nombre en el frontispicio de la Grande Boucle, Hinault es un personaje que trasciende, un mito viviente. Tadej Pogacar recorre esa senda para cincelar su cuarto Tour.

Pertenece a la estirpe de los campeones que nunca se cansan de ganar. Insaciable el esloveno, ultrasónico. Pogacar se elevó al cielo en una etapa que fue un cohete. 48,7 kilómetros por hora de media.

La carrera armamentística prosigue sin disimulo trazando el Tour. En ese ecosistema de locura, Pogacar firmó una velocidad punta de 55,3 kilómetros por hora en los últimos 500 metros. En breve derrotará a los mejores esprinters. No hay muro que se le resista.

Pogacar recupera el amarillo

En el Mûr-de-Bretagne, el esloveno mágico, el ser llegado del futuro, amplió su museo de logros. La suya es la vitrina infinita. Otra vez posó con la liturgia sonriente del que se sabe invencible e intocable. Sumó su 19º victoria de etapa en la Grande Boucle. El campeón del Mundo, de blanco inmaculado, salvo la banda de todos los colores que le abraza el corazón, es todos los ciclistas en uno.

Pogacar posa de amarillo, su color en el Tour. Efe

Seguro de sí mismo, agigantada su figura, obtuvo una victoria quirúrgica para recuperar el liderato sin necesidad de derroches ni aspavientos. Solo se lo permitió en la celebración. Sometió en el vis a vis a Jonas Vingegaard, el único que pudo subirse a su rebufo en el esprint final entre los mejores.

Evenepoel, Vauquelin, Onley y Jorgenson, entre otros, compartieron plano un fotograma después. De la foto se desvaneció la saudade de Joao Almeida, caído en combate junto a Santiago Buitrago, Jack Haig o Mattia Cattaneo. Un fado de tristeza agrietó la alegría del esloveno.

El luso, el alfil y báculo de Pogacar, se golpeó de malos modos –sufrió una fractura costal que no le impedirá seguir en carrera– en la aceleración hacia el Mûr-de-Bretagne. Almeida llegó a meta con un retraso de 10 minutos y el dolor a cuestas.

El ángulo muerto del espejo de victorias del esloveno prodigioso. La sensación del padecimiento también se posó sobre Van der Poel, que en 2021 se vistió de amarillo en esa cota y años después se quedó desnudo y desprotegido.

El monocultivo de Pogacar

Vacío por dentro ante el desbordante Pogacar, el hombre que todo lo puede. Sumó la segunda etapa del presente Tour y cuenta 19 en su incomparable historia de amor con la Grande Boucle. Vingegaard, que acumuló retraso en la crono, le pisó los talones, pero la huella del esloveno es insuperable.

Reordenó la general, en la que manda con 54 segundos sobre Evenepoel, 1:11 respecto a Vauquelin y 1:17 con Vingegaard.

El Tour es un monólogo que corre el riesgo de convertirse en un monocultivo dada la supremacía de Pogacar, que se divierte con su juguete. La emoción parece una saeta, una letanía al dictado del esloveno, que dirige una competición a la que se le está agotando el debate por la aplastante prevalencia y jerarquía de Pogacar, que esprinta hacia la Historia con ese fuego de ardía dentro de Hinault.

Tour de Francia


Séptima etapa

1. Tadej Pogacar (UAE) 4h05:39

2. Jonas Vingegaard (Visma) m.t.

3. Oscar Onley (Picnic) a 2’’

4. Felix Gall (Decathlon) m.t.

5. Matteo Jorgenson (Visma) m.t.

6. Remco Evenepoel (Soudal) m.t.

7. Kévin Vauquelin (Arkéa) m.t.

8. Jhonatan Narváez (UAE) m.t.

47. Ion Izagirre (Cofidis) a 4:04

138. Alex Aranburu (Cofidis) a 14:13


General

1. Tadej Pogacar (UAE) 25h58:04

2. Remco Evenepoel (Soudal) a 54’’

3. Kévin Vauquelin (Arkéa) a 1:11

4. Jonas Vingegaard (Visma) a 1:17

5. M. Van der Poel (Alpecin) a 1:29

6. Matteo Jorgenson (Visma) a 1:34

7. Oscar Onley (Picnic) a 2:49

8. Florian Lipowitz (Red Bull) a 3:02 

67. Alex Aranburu (Cofidis) a 29:09

78. Ion Izagirre (Cofidis) a 32:59

El bretón era un ciclista excesivo y volcánico, indomable, de fuerte carácter. En la ceremonia de podio, en la que aplaudió a Pogacar, probablemente pensaría que su lugar estaba sobre la bicicleta y no como copiloto en un coche de organización saludando los recuerdos a su paso.

Momento de la ascensión con Evenepoel, Pogacar y Vingegaard. Efe

En su fuero interno prefería mostrar la rabia y la ferocidad que le alimentaban cuando corría a dentelladas, en el Mûr-de-Bretagne, la plaza que conquistó Van der Poel en 2021. Años después, el neerlandés solo la memoria le conectó con aquel pasaje. Las piernas, doloridas, y la fatiga, impresa en la piel, le negaron.

Peor es la negativa del Tour para Francia, que no sabe de un campeón de su amada carrera desde Hinault. Para un pueblo que venera el amarillo, que entiende la Grande Boucle como una cuestión de Estado, el dolor perdura desde 1985.

Cuatro décadas sumidos en una profunda depresión. En la presente edición, sin Bardet, que se retiró en el Dauphiné, arriada la bandera de Pinot, y a la espera de las crecederas de Paul Seixas, Francia hace ojitos a Kévin Vauquelin como portador de la grandeur.

En el Mûr-de-Bretagne, cuatro años atrás, Van der Poel, heredero de Poulidor, se vistió de amarillo, lo que nunca logró Poupou a pesar de su hoja de servicios. El nieto homenajeó su memoria. Apuntó al cielo y le disparó un abrazo. Le mandó su cariño y un maillot.

En el nombre del Poupou, Van der Poel vistió de amarillo a su abuelo. Varios almanaques después, Van der Poel regresó al mismo lugar como líder del Tour, con un chasquido de renta sobre Pogacar, la bola de demolición del ciclismo, que le concedió la prenda en préstamo porque son amigos. Después se vistió con el frac amarillo que luce en el Tour en su boda ininterrumpida.

Campeón del pasado

En los aledaños del reconocimiento del Mûr-de-Bretagne, el estrés, el tejido que impregna cada cuadrícula del Tour, era un una constate. Siempre presente la inquietud, que jadea entre espinazos. Los pulmones con gusto de arena dirigían a Alex Baudin, Marco Haller, Ewen Costiou, Iván García Cortina y Geraint Thomas en la fuga.

En el año de su ocaso, en su paseo hacia el final de su biografía ciclista, el viejo galés quiso anticiparse a los campeones modernos que nada respetan, que vuelan como cazas de combate.

Miembro de la realeza británica, de la dinastía Sky que dominó el Tour bajo el epígrafe de las ganancias marginales hasta la aparición meteórica de Pogacar y el pulso con Vingegaard, el galés alcanzó el trono de la carrera francesa en 2018. Los tiempos modernos no le pertenecen. El galés es memoria. Aquel ciclismo murió, sepultado por una generación voraz, exuberante y asombrosa a la que nada se le resiste.

Los equipos de los nobles del Tour tomaron el joystick de la carrera. Desafíos y miradas torvas. El metro cuadrado de Francia está por las nubes. Burbuja inmobiliaria. Simon Yates elevó el tono, con Vingegaard prensado a su espalda.

Pogacar, ligero, el arcoíris ondeando en su pecho, observaba la maniobra en un muro sostenido por los contrafuertes de la afición, que fortificaban la subida con ánimos, aplausos, gritos y entusiasmo. De la fuga solo quedó el aroma que se perdió.

Sufrió Van der Poel, que era una luz tenue. La lucha enconada entre los muchachos de Pogacar y Vingegaard fijaron las discusión para el asalto definitivo. Alrededor de ellos, a modo de satélites que gravitan, flotaban Evenepoel, Vauquelin y otros. En el descenso, despavorido el grupo de favoritos, estalló la carrera.

Cayeron de mala manera Joao Almeida y Santiago Buitrago, entre otros. Cuando el final alzó los cuellos de almidón, Evenepoel quiso atemperar la ascensión. Esa no era la idea del campeón del Mundo. Intimidante, pasó revista girando el cuello, fijando cada rostro, para despertar su aceleración en un esprint implacable. Derribado el Mûr-de-Bretagne, Pogacar honra a Hinault.