El cineasta Paolo Sorrentino, napolitano de nacimiento, ama Nápoles hasta el tuétano, entregado con descaro a su belleza y a su decadencia, a su pasión y a su crudeza, a su grandilocuencia y a su trilerismo.
Su última carta de amor hacia su ciudad es Parthenope, una película que homenajea desde la belleza cada recoveco de un universo infinito, pendenciero, arrogante, grotesco, melancólico, resplandeciente y mortecino.
En cada napolitano crece la mano de Dios, una mutación única, que lo mismo sirve para beatificar a Santa Maradona, que para dar el cambiazo y vender una cámara que al abrir la bolsa es un saco de arena.
Todo se escurre entre los dedos en Nápoles, que se agrieta y palpita con el pulso del Vesubio, el volcán que llena de energía una ciudad alucinante, exagerada, hiperbólica e histriónica. El magma que venera a San Genaro, a su sangre, esa que cobra vida si quiere ante el fervor de los creyentes.
El Giro se personaba en Nápoles en la travesía más larga de la carrera; 227 kilómetros desde Potenza, pero la carrera no la dirigía Sorrentino. El Giro responde al mandato de Mauro Vegni, al que el pelotón dio la impresión de extorsionar después de una caída numerosa.
La Cosa rosa se torció del todo con una caída extraña y masiva en el vientre del pelotón por lo resbaladizo del asfalto, barnizado por la lluvia, pero no demasiado. El peor escenario posible. La suciedad de la carretera enfangó después el Giro, que vivió un simulacro. El caos y Nápoles comparten colchón. No se entiende el uno sin el otro.
Etapa neutralizada
Se levantó un puesto de curas a modo de hospital de campaña tras una gran caída. Jai Hindley, campeón del Giro de 2022, y lugarteniente de Primoz Roglic, cayó a plomo, como si le empujara un vahído. Sentado en el arcén, sin daños aparentes, pero visiblemente desnortado, abandonó la carrera en ambulancia, sonado, mareado.
Pinarello, Hollman y Smith, que en Albania esquivó la embestida de la cabra que atravesó el pelotón, también tuvieron que dejar la carrera por una caída en el mismo fotograma.
Jay Vine, pieza del UAE de Ayuso, fue baqueteado por la caída que todo lo trastocó. Pedersen y Carapaz también sufrieron la mordedura del asfalto, pero siguieron adelante.
Llovió poco, así que el peligro creció demasiado. Se instaló el miedo, el peor de los enemigos posibles. Cayeron los ciclistas como fichas de dominó, rodando como bolos. Se formó una montonera y la carrera se neutralizó durante unos minutos.
Roglic y Rafal Majka, representantes de las formaciones más poderosas, hablaron con la organización debido a los efectos de la caída. Los capos en Nápoles.
Se desconoce si presionaron o coaccionaron a Vegni y los suyos, que no es la primera vez que ceden ante las peticiones de los ciclistas con el reclamo de la seguridad y de la integridad física. ¿Hubo chantaje?
Después de escuchar las peticiones del pelotón y tras una reunión en la propia carretera entre los comisarios de la UCI y los organizadores, el Giro comunicó que habría un ganador en Nápoles pero estableció que los tiempos para la general no contarían. El Giro echó pie a tierra.
"Cuando ves a la mitad del pelotón en el suelo, empiezas a preocuparte de que la etapa pueda comprometer la general. Como desconocíamos cómo sería el resto del recorrido por la lluvia, decidimos neutralizar la etapa inmediatamente. La etapa de hoy podía perjudicar el resultado final del Giro así que hemos decidido neutralizar. Los corredores no pidieron nada hoy, fue nuestra decisión; solo querían saber qué pasaba por detrás”, aclaró Vegni.
El mensaje que lanzó la organización es peligroso porque antepone la importancia de futuras etapas a la que se estaba disputando para salvaguardar el interés de la general. Sin embargo, el espíritu de la competición tiene que estar presente y resaltarse a diario.
Rehabilitada la marcha, Paleni y Van den Hoorn continuaban su fuga en una etapa capada, sin nada en juego. Kaden Groves se impuso en un esprint de atrezzo, envuelto en la polémica de una etapa para el olvido, que dejó la general como estaba, sin cambio.
El Giro como Nápoles hay que creérselo porque es una fantasía, fascinante y caótica, un viaje lisérgico hacia las contradicciones del ser humano. Lo sagrado y lo mundano convergen en Nápoles, que fue Parthenope, una sirena que fundó la ciudad.
Dicen que Parthenope quiso seducir a Ulises con su canto durante su travesía por mar. Cándida y dulce, al no poder atrapar el corazón de Ulises, que se tapó los oídos y se ató al palo mayor para no ceder al encantamiento, la sirena se suicidó. La mar la arrastró hacia Megaride.
Los pescadores adoraban a la sirena como una diosa. Se cuenta que de las formas de Parthenope se trazó el paisaje de Nápoles. Otros creen que Parthenope y Vesubio, un centauro, vivieron una apasionado romance.
Zeus, celoso y posesivo, castigó aquel amor loco, puro y sincero. Convirtió en volcán a Vesubio. Parthenope no pudo aguantar ese dolor y se quitó la vida. Nápoles adquirió su silueta.
Ser un embaucador es una profesión respetable en Nápoles, bien lo sabe Sorrentino, capaz de hipnotizar el alma a través de la luz y la belleza, a través del juego que domina. Un maestro de la hipnosis que bien pudo rodar la trama del Giro, que reunía toda la fauna humana posible.
Victoria sin lustre
El Cinema Paradiso de la vida tal vez sea contemplar el ocaso desde una terraza que se acoda al mar o tomando un Aperol en una plaza abarrotada de gente, con el ruido de las motos de escasa cilindrada pero desbordantes de chulería y arrojo entre la algarabía mientras suena una charanga que anuncia un final, feliz o triste, pero ruidoso. Es importante saber irse.
Las curvas, bamboleantes, pura sensualidad, que recorren los bordes y los recovecos de Nápoles, perfilan el punto de fuga hacia la mar, un templo de belleza que baña la carrera, donde además, los chicos corren en bici y colorean los paisajes entre el entusiasmo de los tifosi, encendidos como las bengalas del San Paolo, el estadio donde Maradona se hizo dios pagano.
Aunque en realidad fundó la iglesia Maradoniana. Los fieles recuerdan su mano de Dios, un gol divino. En el Giro, en un día extraño, se impuso la miseria. Nada había que celebrar salvo para Groves. Del ridículo uno no vuelve. Eso le ocurrió al Giro. Al menos queda Parthenope. Dios bendiga a Sorrentino.