Arapahoe, Inu-na ina en su lengua y propia acepción al identificarse como pueblo, próximos a cheyennes y kiowas, dueños de las grandes llanuras en cuanto conocieron el caballo, animal que les cambiaría la vida y las costumbres, fueron la tribu del bisonte, literal y simplificado por ingleses y franceses que pelearon entre sí por apropiarse de sus tierras entre Canadá y los Estados Unidos.
Aroa es, desde chica, la paletista arapajó. Desde que apenas levantaba unos cuantos palmos del suelo, siempre al lado de la madre, con una paleta en la mano. Tez oscura, ojos enormes y negros; ni el azabache lo es tanto. Una mujer ya a la que no se le ha caído la sonrisa de la cara. Le gusta, vaya si le gusta la manera que tengo de llamarla desde cría, a sabiendas de que, en realidad, su tribu es de más al sur, mucho más al sur, abajo del todo del continente americano.
Es india, vasca y pelotari, a la manera de Oihana Fernández de Barrena, nuestra aizkolari de raíces africanas pero vasca y deportista por encima de cualquier otra cosa. Más Cuxirimay que Pocahontas. Desde al principio aceptó divertida el apelativo cariñoso; “arapahoe, que ni sabía qué era, era bonito y pegaba con mi nombre”, dice Aroa Torres Sáez, joven paletista vitoriana de 21 años –nació el 3 de abril de 2.002- que 19 años más tarde ha protagonizado un verano espectacular en los frontones.
Protagonista de las dos citas femeninas más emblemáticas del frontón de los Fueros: Green Cápital y Master Vitoria-Gasteiz de pelota femenina. Formando dúo con Haizea Salanueva nos regaló el mejor partido de todo el verano ante cientos de personas congregadas en la plaza. Más de 90 minutos de duro enfrentamiento ante Naroa Sáez y Nagore Martín, que acabarían por anotarse el triunfo tras imponerse por 5-4 en el set definitivo “después de jugármela con una pelota que se me fue bajo la chapa”. Recuerdo increíble para nuestra pelotari, encantada de haber podido pelear de tú a tú ante “una de mis pelotaris preferidas, un referente para todas nosotras, una jugadora top que siempre te exige al máximo”.
Nagore y “mi ama –es hija de María Sáez Arzamendi– son mis dos pelotaris de referencia”. Madre e hija ganaban juntas, en 2018, la edición de aquel año del torneo Green Capital de paleta femenina, torneo estrella que ha disputado una decena de ediciones convirtiéndose en la cita más importante quizá de la pelota femenina en Álava. Naroa tenía 17 años, “era la primera vez que jugaba junto a mi ama un torneo oficial. Tuvimos que remontar una final que se nos puso cuesta arriba y, enfrente, estaba Nagore”, deportista voraz que no deja migas sobre la mesa para nadie. “Aquello fue muy especial para mí”, recuerda Aroa. También para María, pelotari de mucho carácter, muy seria y con “una cabeza privilegiada. Somos muy diferentes” reconoce la hija, “en el frontón y en la vida. Yo soy una disfrutona a la enésima potencia”. María le metió el veneno en el cuerpo, quien la enseñó, “con quien más he aprendido viéndola jugar. Es una pelotari espectacular”, dice, “que con los años sigue ahí, aún mejor y sin bajar de nivel la tía”.
El último año fuera de casa, de Erasmus en La Coruña –donde estudió el tercer curso de CAFID– pasado el ecuador de su carrera de IVEF, nos la ha devuelto más hecha, más fuerte, mejor preparada, con un físico más resuelto y muy entrenada; “jugué todo el año en Galicia, a cuero y a frontenis, casi siempre contra chicos, lo que me hizo crecer un montón”. La pelota, claro, es “mi asignatura preferida de la carrera y, la praxeología, no tengo todavía muy claro lo que es”. He preguntado qué es, o para qué sirve, si se dice praxeología o praxiología… y leo en los comentarios a su definición: “es conocimiento muerto, no sirve para nada ni para nadie”. Igual no tenía que haber puesto esto último, pero es lo que hay. En cuanto termine el ciclo “veré si preparo un master o me decido por Educación Primaria”. Ese es su futuro profesional.
De chica probó con casi todo: patinaje, pádel, tenis de mesa, tenis –todo lo que tiene que ver con una raqueta–… hasta fútbol, pero “estar tan cerca del frontón, con 10 u 11 años, cada vez que jugaba nuestra madre tenía que influir”. Probó, se apuntó en Santa Lucía con Julián González, y ahí se quedó. Josu, Pedro, Ane Iñaki y Mikel Murguiondo, “el único que todavía sigue con la pala”, empezaron con ella. “Mis hermanos Aimar y Edgar y yo nos pasábamos el día en el frontón”; casi que la cosa tenía y tuvo que ver.
La pelota es para Aroa “válvula de escape, algo fundamental”. De hecho, ella y su pareja, joven paletista de vocación, Aketza Herrero, otro que no para de sonreír, trabajar y esforzarse, dispuesto siempre a transferir conocimientos a los más pequeños, comparten deporte, frontón y pelota “todo el día, entre semana, los fines de semana… es una maravilla, la bomba”.
No termina de decidirse entre pared izquierda y trinquete; “no podría elegir, sería hacerlo entre papá y mamá”, aunque sí hubiera que hacerlo, “me quedo con el tejadillo porque es un juego más técnico y divertido. Quizá me guste más que el frontón, donde impera la fuerza”.
Si de futuro se trata, “lo tengo claro”, proclama, “pelearé por jugar el mundial, como mi madre, aunque no sea sencillo”. Objetivo a largo plazo, difícil de preparar en Araba, pero “estoy dispuesta a lo que sea para mejorar y pelear por ello”. Nagore, su madre, las argentinas, los Andreasen, Berruezo, otro argentino… “me fijaré un poco en cada uno de ellos para llegar a la meta”. “Mi hija tiene futuro, estoy segura”, acota la madre. María Sáez Arzamendi, orgullosa de Aroa –“es la mejor hija que cualquier madre querría tener”– destaca “lo competitiva que es, sin dejare de ser compañera y sin perder la sonrisa nunca”, características que no casan bien por la general.
Aroa es adulta desde pequeña, “por su sentido común, criterio y cómo utiliza la información. Siempre ha tenido las ideas muy claras y ha madurado porque así se lo ha exigido la vida. Es tremenda”, concluye María. Lo dicho, Aroa es una guerrera muy gentil, de la tribu del bisonte, de las que te hace frente a lanzazos y con una sonrisa de proximidad. Un cielo de persona. l