La Vuelta, en el ojo del huracán, arremolinada dentro de la tempestad, sonrió cuando el sol se personó el tercer día. Tocó la puerta el astro rey y se ventilaron la estancias. Los maillots coloridos en el tendal y la algarabía risueña que otorga un cielo azul con algún penacho de nube blanca. Aire fresco para desempolvar la polémica. Dejó de llover y los corredores dibujaron alegría en sus rostros después de dos días tormentosos en la carrera.

Barcelona sólo era un recuerdo, una hoja al pie de página. El sosiego se adentró en la competición tras los días de ruido y rabia. Recuperado el espíritu de la carrera, como si se tratara de un pasaje de Sonrisas y lágrimas, la Vuelta trepó hacia las alturas a través de Andorra, el país de los Pirineos, de las montañas. Esgrima en las azoteas.

En la cima de Arinsal, Remco Evenepoel clavó su primera bandera. Se golpeó el pecho varias veces y posó con mueca de superioridad para dejar su primera instantánea feliz de la Vuelta tras su quejas en Barcelona y sus aspavientos mafiosos el segundo día, cuando quiso reprimir al pelotón.

Se desató el belga al triunfo en un duelo cerrado en la ascensión a Arinsal, donde batió a Jonas Vingegaard y a Juan Ayuso. Primoz Roglic también estuvo cerca. En realidad, la primera cima pirenaica fue un esprint entre los nobles dela Vuelta. Lo esperado. No estuvo en la resolución Mikel Landa, que se perdió en la montaña. El de Murgia deberá olvidarse de la general. Andorra le descartó. Perdió 1:29. Demasiado.

El poder del Jumbo

La pelea por el trono de la Vuelta dejó a Evenepoel ensangrentado y victorioso. El belga dispone de 5 segundos de renta sobre Mas y de 31 respecto a Vingegaard. Roglic pierde 37 y Ayuso, 38. Para agarrar la dicha, Evenepoel esprintó con semejante furor el belga, que no le dio tiempo a frenar y estampó su deseo contra una auxiliar, que derribó. En la caída, el belga arrastró la parte derecha del rostro por el asfalto. La huella del triunfo. El rojo le sienta bien a Evenepoel, el color que le cubrió el pasado año.

El rostro ensangrentado de Evenepoel tras caer. Eurosport

Vingegaard es amarillo. Lo suyo es el Tour, pero estuvo a un palmo del sputnik belga. La llegada tuvo el aroma del Tour, cuando al danés le derrotaba Pogacar en la aceleración. Evenepoel tiene prisa. Vingegaard, prosa. Más allá de la foto de la victoria, cuando Ayuso lanzó el ataque, el danés retrató a todos. Remontó haciendo un rodeo.

Sólo los más fuertes son capaces de hacerlo. Con él llegaron de inmediato Kuss y Roglic. Los tres mosqueteros. Evenepoel tardó más en conectar. Fue un detalle, pero no menor. Enric Mas copió el modelo del belga entre altas cumbres y bajos impuestos.

Un centenar de ciclistas, Mas, entre ellos, se refugian en su paisaje durante el curso porque dicen que allí entrenan bien, que les gusta. También les parece muy Andorra la Vella a los youtubers y otra clase de residentes que prefieren alejarse de las obligaciones del fisco. Un paraíso terrenal por el paisaje y la escasa presión fiscal. La Suiza de extrarradio.

Jon Barrenetxea, en fuga

El final en Arinsal era inédito, pero no para tantos por eso de que muchos residen en Andorra. El viaje hacia los desconocido tenía asterisco y una fuga de once dorsales, con Jon Barrenetxea infiltrado entre los soñadores. En en esa cordada también estaban Damiano Caruso y Kämna.

La presencia del resistente italiano, un ciclista de aliento largo, aceleró la persecución de los costaleros del Soudal y el Jumbo. Evenepoel y el dúo Vingegaard-Roglic querían marcar territorio en la primera cita por los tejados de la Vuelta. Andorra convocaba a los generales y los jerarcas sin disimulo.

La carrera, tras la noche oscura de Barcelona y la reivindicación tormentosa de los ciclistas camino de Montjuïc, tomaba, al fin, cuerpo y sentido. Se abandonó de algún modo el infierno de los elementos y las pésimas decisiones para que fuera la carrera la que dictaminará el quién es quién de la Vuelta, difuminado por dos jornadas extrañas. Andorra debía dar luz. Iluminó a las estrellas.

El Coll de Ordino servía de aperitivo. En los tiempos modernos, al café torero se le dice tardeo porque es políticamente más correcto, aunque no deja de ser un eufemismo chispeante. La fuga jugaba con una renta superior a los 2:30 en esa fase de aproximación a la búsqueda del campo base que mandara la expedición hacia el nudo gordiano de la jornada.

En el tránsito, los equipos de los mejores pastoreaban la ascensión a modo de un ejercicio de rodillo de calentamiento. Convenía encauzar bien el cambio de registro. La aparición de la montaña tan pronto siempre genera inquietud. Es difícil saber cómo responderá el organismo. Lo nuclear es no fallar.

Caruso, Sepúlveda y Kämna resistían en el frente. Barrenetxea, tras completar una enorme actuación, tuvo que levantar la bandera blanca. Entre los nobles, las miradas bizcas de la desconfianza cincelaban la ascensión a Ordino en un puerto cómodo para rodar.

No para Andrea Piccolo. El líder se puso rojo por el esfuerzo en la cola del grupo. El italiano no pertenece a la realeza aunque reinó por un día. Evenepoel se tachonó a la espalda de Vingegaard como una incómoda etiqueta.

Landa pierde el paso

El DSM tensó para promocionar a Bardet. Kelderman se unió al francés y desbarató el asunto. El descenso, en mojado, era la advertencia antes del descorche en Arinsal. El termómetro tintineaba alrededor de los 10 grados en una carretera sinuosa, caprichosa, con ronchones de humedad.

Una cremallera de asfalto entre la exuberante y frondosa foresta. Se impuso la precaución y la cautela. El arrojo era para Caruso y Kämna, con una miga de esperanza antes del baile de máscaras con la nieve al fondo, cerrando el punto de fuga.

Las dudas mandaban en el grupo de los mejores. Nadie quería exponerse más de la cuenta. Prohibido descascarillarse. Esa idea cimbreaba en la subida, donde Jay Vine arengaba a Juan Ayuso. El alicantino, a pecho descubierto, se descubrió.

Vingegaard, las gafas cubriéndole la mirada, no quiso darle ni un palmo entre las curvas de herradura, que no son símbolo de buena suerte. Evenepoel, Roglic y Mas también se enfilaron. Mikel Landa se resquebrajó. El escalador de Murgia, que venció en 2015 en Andorra, se encogió de hombros. Resignado.

Ataque de Ayuso

Juan Ayuso desató la tormenta al ritmo del balanceo de su medalla, al aire. El impulso del descaro desveló el potencial, enorme, del Jumbo, capaz de secuestrarlo. Vingegaard, Kuss y Roglic le rodearon de inmediato. El resto tardó más en reaccionar. Esa puede ser la historia de la Vuelta.

Amainó la tormenta eléctrica. Se reconfiguró el grupo y se lanzó el esprint de los patricios. Descarga de vatios. En ese escenario, volcánico, se abrió paso el ansía y la voracidad de Evenepoel, al rojo vivo.