Quedose prendado en su día y decidió no dejarlo “hasta hacerme mayor”, tal es la importancia que la pelota ha llegado a suponer para el joven y bravo pelotari del Club Adurtza; y es que, el frontón, “es parte fundamental de mi vida, el punto de desconexión que necesito en el día a día porque ahí me olvido de todo”, concluye Javi cuando la conversación llega a su fin, que anda con prisa para acercarse a Mendizorrotza y ver si el Glorioso se pone segundo en la clasificación caso de superar al Andorra de Sarabia. Había pasado un tiempo bien corto de la vuelta de Pau, donde el grupo expedicionario del barrio de Adurtza había pasado la Semana Santa compitiendo y pasándolo bien; Viteri es especialista en una y otra cosa. “Espero jugar hasta los 50 o más allá y terminar como los legendarios en el frontón de Ariznavarra”, que le roban horas al día para pasar un rato en la cancha con los colegas de afición.

Tiene sólo 23 años. Nació en el 99, el 9 de agosto. Vitoriano y de Peñacerrada, mitad y mitad casi, allí donde pasara las horas jugando a frontenis con el padre siendo un niño; “el frontón estaba al lado de casa”. El padre, Fernando, no se pierde una cita del hijo en el frontón. La madre no tanto, “la tengo que engañar para que venga a verme alguna final”, dice Javier. Raquel aguanta peor los nervios que su marido.

Javier Sáenz de Viteri Cedio terminó la carrera de magisterio y está terminando un Master de Educación de Carácter Emocional. Mientras tanto trabaja en el jantoki, en el comedor de Urkide, imparte particulares a chavales de primaria y “disfruta como nunca hubiera imaginado” entrenando a los chavales del club; “me encanta trabajar con críos, ayudarles a mejorar… lo paso mejor que ellos aún. Es un trabajo motivador ciento por ciento”, reconoce.

Tenía 14 años, algo mayor quizá, cuando se llevó al pueblo a un compañero de clase en segundo de la ESO en Urkide. Andoni Ajuria, así se llamaba el amigo, jugó en las fiestas del pueblo y “vi que, aunque era muy bueno, no estábamos tan lejos el uno del otro”. Y se animó a probar. El padre fue a ver que había por ahí y se encontró a Josu Iruarrizaga en Adurtza. Se estrenó junto a Eneko Frías en el escolar de segunda con victoria ante una pareja de Araia. Se integró al grupo donde estaban Xabi Agirre, Lerma, Euken Maiz, Asier Estivariz, Eneko y Jon Etxaniz, “que también jugaba a cesta”. Tras un intenso primer año decidió dejarlo. Prefirió quedarse con el fútbol, en el Iru Bat, donde tenía a su cuadrilla; era el capitán del equipo, central al principio y medio centro después. Aguantó así un tiempo, “hasta que me di cuenta que la pala me importaba más, que el ambiente, los compañeros y hasta los rivales eran donde y con quienes que ría estar”.

Tomás Lacalle –“nuestra referencia, sólo tenía ojos para él”, reconoce– le reclama para el cuero. Vuelve a ganar el escolar, ahora con Lerma, y pasa a jugar de zaguero, donde aprende de Rogelio Solana, “por su revés, por su rebote y por su calma”. Un día, Sergio Martínez le devuelve con los delanteros. Le costaría un poco hacerse, “aunque yo me veía con chispa y mala leche, con pegada y definición, un poco como Tomás, chuponcete también”.

Con 16 y 17 años va alcanzando cierto nivel y sumando los primeros éxitos. En la primera experiencia en Pau conoce y juega con Insausti –“el Messi de la pala”, le llama–, que convertía en sencillo lo que a los demás les pareciera tan difícil. Javier era hijo del mítico Oscar Insausti, que marcara impronta en los mundiales del 86 en Vitoria.

A partir de entonces ganaría tres veces el individual de cuero y sumaría otras dos victorias en el trinquete, éstas, más recientes. “Siempre llegaba a la final pero las perdía todas”; hasta el año pasado, txapela con Aketza Herrero y, éste, con Jon Martínez de la Fuente atrás. “Se hicieron de rogar un poco”, dice con sorna. Súmese además un triunfo en la Liga Vasca con Naur Junguitu, en 2007, otro más en el interpueblos con Ibai Agirre en 2021 y otros dos en el Provincial de cuero del campeonato de Álava. Este año perdería la final de corta con Mikel Tuesta; “Oier Sáez de Cámara y Aketza fueron muy superiores” y, en cuero, “quedamos en muy mal lugar, Sergio Martínez y yo, aunque nos reímos mucho todo el campeonato. Sergio es increíble, un compañero excelente en todos los sentidos”. La final de trinquete senior de este año “ha sido una pasada”. La ganaron bien. Por otro lado, entre todas esas finales perdidas a lo largo de estos años, hay una que evidencia cierto regusto ingrato, un mal recuerdo y mala ingesta: la final del GRABNI en el 17, en el trinquete, categoría juvenil contra los navarros Gaztanbide y San Martín; “imagina, ir ganando con comodidad 25-5, y caer al final por muy poco, 38-40 creo recordar, a Eneko y a mí se nos quedó una cara no muy guapa. ¡Vaya resbalón!”.

Lo de Mendi acabó en empate. Javi disfruta del fútbol tras la portería de Polideportivo, con Iraultza, desde hace 6 o 7 años. Dice que “animar, cantar y saltar con esa gente, el ambiente en sí es casi más importante que el propio partido”. El empate sin goles fue un pestiño; “tenemos un equipo corto pero bonito…”. La otra cara de la moneda, lo bueno, “lo disfrutamos en Pau, donde nuestros chicos jugaron todas las finales”. Los padres, 14 chavales y, con él, cuatro responsables: Aketza, Agirre y Aitzol Ayucar; “ahí si disfruté todo lo mejor”.

“Quiero jugar con mi club el Campeonato de España”, se marca como objetivo, “aunque con Oier en forma está jodido”, reconoce; “es que es muy bueno”. Habla maravillas de Aitor López de Lacalle, zaguero joven “con muchísima proyección”. Y no se olvida de los más jóvenes; de Julen Vacas, “el Insausti alavés, un gallo”; Asier Pinedo, “más técnico. Por fin tenemos zurdos con los dos”. Precisamente es el golpe de zurda “el que tengo que mejorar yo”.

Hace siete años en Pau, en 2016, le tocó jugar con el guipuzcoano Aitor Estéfano ante un dúo francés al que le metieron un 3-0 inesperado “que nos supo a gloria en cuanto supimos que eran los campeones de Francia, ¡imagínate!”. Fue un gran momento aquel. La pena es que en el siguiente, dos recios mocetones de la Reunión, una de las islas Mascareñas, “con más pelo en la cara que nosotros en…ya me entiendes”, les apeara la final. Otra final que se quedó en el limbo –“no debí jugarla quizá”– llegó al día siguiente de una fuerte bronca con los padres. Javier ha sido siempre un buen estudiante, “pero hablaba demasiado en clase”, asunto no bien resuelto en casa. Le recomendaron dejar paso al suplente pero prefirió jugar y “quitarme de encima la rabia”. No fue posible, “aunque luego lo arreglé con el padre”. El mejor triunfo.