"Un uomo solo è al comando, la sua maglia è biancoceleste, il suo nome è Fausto Coppi". Así se anunciaban las gestas del Il Campionissimo el pasado siglo en la voz de Mario Ferretti. Aquello sonó el 10 de junio de 1948. Italia vitoreaba a su ídolo escuchando la radio e imaginaba sus victorias. Era el sonido que enfatizaba a su dios pagano.

Siete décadas después, en el segundo paso por Superga, irrumpió la fiereza de Carapaz, otro gigante, para reventar la carrera. El ecuatoriano agarró la maglia rosa desde la sinrazón. Desnudó a Juanpe López, de rodillas diez días después y subrayó su candidatura al Giro. Solo Hindley, que le persigue de cerca, intimó con el ecuatoriano. El gesto de Carapaz solo está al alcance de los grandes campeones y de los locos. Probablemente los campeones cuerdos no existan.

Carapaz actuó como un enajenado. Se fue a por el Giro. El ecuatoriano es el nuevo líder. Hindley le pisa los talones a siete segundos. El australiano le rebasó en el esprint. Nibali, el inmortal, les acompañó. Un manojo de segundos antes Simon Yates celebró la victoria. Enterrado en el Blockhaus, el inglés resucitó en Turín.

En la ciudad que custodia la Sábana Santa, el sudario de Cristo, Mikel Landa perdió color, crucificado en el bypass entre Superga y la Maddalena. Concedió algo más de 40 segundos respecto a Carapaz. Pello Bilbao arribó de la mano de Landa. Se cuidaron en el desconsuelo. Landa, irreconocible en su territorio, concede un minuto respecto a Carapaz en la general.

"Se ha perdido tiempo pero no el Giro", dijo Landa, que reconoció que Pello Bilbao le rescató. "Por suerte le tenía cerca y me ha salvado el día". Al ecuatoriano le rodean Hindley, a siete segundos, y Almeida, otra vez negociando con la tortura, a medio minuto. Landa es cuarto. Acaricia el podio, pero Carapaz está más lejos que antes.

Lo que no fue capaz de hacer el Blockhaus, lo erigió el doble paso de Superga y la Maddalena en una jornada tumultuosa y bella. Caótica y cruel. Un pandemónium. Puro frenesí, espectáculo y agonía. Una etapa estupenda. En un atípico Giro, donde gobierna un mayo caluroso que escupe fuego, un dragón, el Bora apretó el gatillo del lanzallamas para que ardiera la carrera. Enloqueció la Corsa rosa, que durante un par de semanas dormitaba serena. Era un engañoso duermevela. Un ojo entreabierto. Kelderman, Buchmann y Hindley, la Santísima Trinidad, corrían con antorchas y los ojos desorbitados de loss que persiguen una misión.

Avivaron la pira incendiaria inspirada por Il Campionissimo, el recuerdo de Fausto Coppi en Superga, la montaña en la que quedó impresa para siempre la fatalidad. Allí pereció Il Grande Torino, uno de los mejores equipos de fútbol de Europa. El 4 de mayo de 1949 se estrelló el 212 de Avio Linee Italiane. Fallecieron todos los pasajeros. Nació la leyenda. Superga evoca irremediablemente a aquel luctuoso episodio. Sobre la huella de ese lugar, del mito, el Giro, que acumuló tres jornadas por encima de los 45 kilómetros por hora, era una invitación a la supervivencia en una jornada corta sobre un recorrido repleto de minas. Mecha corta.

EL BORA, A POR TODAS

Se desenmascaró el Bora, asalvajado, fiero. Derrocó la jerarquía del Ineos. De esa sacudida se sostuvieron solo una docena de dorsales. Se hermanaron los favoritos. Landa y Pello Bilbao se agarraron al mismo destino. Viajan en sidecar el de Murgia y el gernikarra. Juanpe López, el líder rosa, sonrojado por el esfuerzo, no concedió ni un palmo. Orgullo y pasión.

Almeida, a punto estuvo de desgarrarse. El luso sacó el pegamento del sufrimiento. Cerró el costurón. Carapaz se incrustó en la estela de la muchachada del Bora, que apostó a lo grande. En Superga subió de decibelios el Giro. Esa misma letanía acompañó la ascensión al Colle della Maddalena. No había paz cerca del santuario. Solo una saeta de sufrimiento. Fue el ensayo general a adentrarse al infierno. Sonó la campana.

GUERRA ABIERTA

Aleluya o réquiem. Gloria o miseria. Kelderman sirvió de pértiga. Se alzó Hindley, descamisado. Carapaz, Nibali y Juanpe López se soldaron. Landa se resquebrajó. También Pello Bilbao. Almeida agachó la cabeza, pero no se dejó. Es contrario a su credo. Creyente. Fiel a si mismo. El Giro era una explosión en cadena en Superga. Un tratado de supervivencia. Agosto en mayo. Se derretían los cuerpos, al límite.

Todos boqueaban. Algunos, balbuceaban; otros, gateaban. Landa, diésel, pudo reponerse del recalentamiento. Era una carrera por las migas. No sobraba nada. Se rebañaba cada pulgada a un coste titánico. Pello Bilbao no entró en pánico. Se conoce demasiado. Reguló cada centímetro de piel. Se arremolinaron los favoritos, los rostros apergaminados, las piernas, apolilladas. Narices chatas. Puñetazos de realidad. Hubo un momento para el resuello.

CARAPAZ, DESENCADENADO

Esa no era la idea de Carapaz, un guerrero. Valiente, depredador, corajudo, el ecuatoriano se detonó con estruendo a 28 kilómetros de meta. Un ciclista desmedido. Tronó en Superga. Carapaz contra el mundo. Detrás de él dejó humo y el eco de la desesperación. Mudos Landa, Hindley, Buchmann, Pello Bilbao, Almeida... Juanpe López era un quejido. El líder se agotó. Lengua fuera, el maillot a dos aguas. Inundado por el ácido láctico. Sin red de seguridad. Solo y aislado del empuje de Carapaz y del nido del resto de nobles. El lebrijano, aunque sonado, grogui, peleó hasta la extenuación.

VICTORIA DE YATES

Carapaz abría el futuro. Pello Bilbao pastoreaba a los otros. El de Gernika, estupendo, mantuvo el pulso hasta que la Maddalena elevó los cuellos, apretó el cuello y mostró el mentón. Carapaz bamboleaba su esfuerzo. Nibali resucitó. Hindley se aferró a su aleta dorsal.

A Landa le asfixió el puerto, indigesto. El de Murgia se balanceaba en la agonía, sin encaje. Lejos de su pose de escalador. A la intemperie. Desvalido. Pello Bilbao tiró de él. Lo llevó a hombros. Salvador. El gernikarra gestionaba cada palmo. En la Maddalena se reafirmó Yates, que echó el lazo a Carapaz, Hindley y Nibali. Después, se soltó. Liberado, venció. Landa y Pello Bilbao estrecharon sus vínculos. Amortiguaron la pérdida en Turín, donde Carapaz agrietó el Giro de Landa.