En la nieve del Monte Carpegna, Remco Evenepoel se quedó helado cuando la subida, exigente, pintada del blanco de la nieve y el negro de la dureza, demandaba fulgor. El belga estaba caliente por dentro pero frío por fuera. Disfuncional. Sofocado en la montaña. Ardiendo. De él solo quedaron las cenizas. La Tirreno-Adriático estaba en la forja de Tadej Pogacar, el emperador. El rey de los dos mares también gobierna el fuego. Vulcano. Nadie se acerca al esloveno, que a todos aniquila con la mirada. Los quema. El esloveno levita mientras el resto gatea. Dictatorial. Es imposible medirse a Pogacar, que compite contra la historia, frente a los grandes campeones que fueron. Él es el campeón de esta era que se presupone larga.

Pogacar derritió la nieve y licuó a sus rivales en el Monte Carpegna, un lugar para la peregrinación. Un santuario del memorándum del ciclismo. El astro esloveno rastreó la historia. Retrocedió hasta 1973. Ese año, Eddy Merckx, el Caníbal, el mejor ciclistas de todos los tiempos, hizo cumbre en el Monte Carpegna. Esa victoria le facilitó el triunfo del Giro de Italia. Pogacar, otro hambriento, persigue febril el nombre del belga, que se reconoce en la ambición del esloveno. Es voraz y feroz Pogacar. Un muchacho despiadado a pesar de ese aspecto de revoltoso querubín. Juego de niños.

LANDA, AL PODIO

A Mikel Landa, fantástica su actuación, también le gusta el ciclismo a modo de deleite y disfrute. En eso se parece a Pogacar. Comparten carácter. Landa es valiente y le entusiasma el sentido lúdico del ciclismo. Agarrado a ese mantra, el escalador de Murgia saltó al podio de la Tirreno-Adriático desde el trampolín del Monte Carpegna, la montaña que sirvió de bisagra de la carrera. El alavés y Jonas Vingegaard, segundo en la jornada y en la general, se cosieron en la persecución de Pogacar, el hombre sin sombra. El esloveno completó otra actuación hiperbólica para subrayar su gobierno en la carrera que se cierra este domingo. El tridente de Neptuno espera a Pogacar.

El esloveno le dio forma en Monte Carpegna, donde Alex Aranburu, estupendo durante tantos kilómetros en fuga junto a Simmons o Alaphilippe, capituló en una montaña que fue mordiendo las piernas hasta dejarlas en los huesos. Derretida la nieve, en el descenso, Evenepoel era un recuerdo. Una postal del pasado. Landa acompañaba a Pogacar, Vingegaard y los otros favoritos, reunidos en la cima en el primer paso. En ese remolino, Pello Bilbao, un zahorí que sabe reconocer las corrientes internas de la carrera, apostó con un picado. Halcón peregrino. Simmons, entumecido, tuvo que pararse para no seguir tiritando. Al vizcaino le echaron el guante.

ATACA POGACAR

El Monte Carpegna lanzó otra vez sus puños de hielo a los rostros que respiraban vaho, la polvareda del frío. Landa invocó a sus entrañas. La llamada de la naturaleza. El alavés es un amante del frío. Nació en Murgia, a las faldas del Gorbea. Es un habitante de las alturas. Dichoso en su hábitat. Su aleteó convocó a Pogacar, silbante, Vingegaard y Enric Mas. Se sintió importante Landa, en su mejor versión, hasta que el esloveno se quitó de encima a todos con un ataque demoledor. Lo hizo de ese modo tan suyo, como quién se desprende una pelusa posada en el hombre de una chaqueta. Se puso en pie Pogacar con el turbo encendido y se agachó Landa de inmediato. Solo le quedó resoplar al alavés. El lenguaje de la resignación tejió las relaciones del cuarteto.

El esloveno, los hombros adelantados, como si quisiera salirse del cuerpo y alcanzar su propio futuro, el lugar del que viene, se elevó varios palmos sobre el resto. Pogacar corre contra la historia, contra sus propia huella. En el grupo, la ambición era el podio porque el esloveno es un ciclista inalcanzable. En el descenso, Mas se fue al suelo y se quedó en un limbo. Richie Porte también derrapó. Landa y Vingegaard se aliaron para subir al podio. Por delante viajaba una ensoñación, un fenómeno. Al monstruoso Pogacar solo le hacen humano los mechones que le salen traviesos por las rendijas del casco y le dan ese aire despreocupado. El esloveno enlazó el descenso con 1:30 de ventaja sobre los otros favoritos, que son terrenales. En apenas tres kilómetros. Medio minuto por kilómetro. Un disparate. Se posó en meta con más de un minuto de renta sobre Vingegaard y Landa. Pogacar pertenece a otro mundo, al de Merckx, su espejo.