- Después de la fuga, la costumbre que siempre es y tradicionalmente acaba con una captura, apareció una joroba a varias leguas de Dun-Le-Palestal, apenas una cota de tercera, y se jorobaron Jakobsen y Groenewegen, atosigados los velocistas, sonrojado también Bennett, a cámara lenta en la subida. Resistió Mads Pedersen, un fortachón. Sobrevivir a la cota y al ritmo desorbitado del Jumbo que todo lo quiere le impulsó para ajustar cuentas al final. El danés se encorajinó para vencer. Tumbó a Coquard y Van Aert, el elegido por su equipo para la gloria. El Jumbo es el croupier de la París-Niza. Designaron el liderato de Laporte el primer día y querían imponer el de Van Aert en la tercera jornada. Para el final piensan en el amarillo de Roglic. Ese plan lo saboteó Pedersen, que sometió al belga en un esprint agónico, largo, una lijadora de voluntades. Se derrengó Van Aert y brotó Pedersen, con ese aspecto de estibador, para destemplar al belga. Laporte sigue en lo más alto.
El Jumbo despegó a cámara rápida en la cota. Los costaleros de Roglic son un ejército con las piernas exuberantes y la ambición disparada. Roglic, al que le suenan las tripas por el hambre de la victoria, arañó un par de segundos en la bonificación de Balsac. Hace cuentas para la general. Lleva una calculadora en el bolsillo de su maillot. El esloveno nunca descansa, como esas máquinas de vending que resuelven el hambre y la sed a horas intempestivas. Los repechos de la París-Niza también son inoportunos. Son un caudal de sufrimiento, una cascada con sonido de saeta, un quejío y un calvario cada vez que el Jumbo saca la cresta.
Rodaba el pelotón enfurecido, a más de 30 kilómetros por hora cuesta arriba. Bestias de tiro amarillas. Aplanaron la cota. Apisonadoras. En el llano situaron el velocímetro a 60 km/h. Una barbaridad. A esas velocidades nadie se movió. Un jardín de estatuas en fila de a uno. Se enredó la carretera entre bosques aún con el mantón de hojas marrones. Soren Kragh Andersen se agitó por orgullo. Le Gac quiso seguirle, pero se quedó en suspenso, en un no lugar. El danés resistió apenas unas caladas antes de convertirse en ceniza. Demasiado fuego en la boca del pelotón. Llamaradas del Jumbo, que deseaba cargar de pólvora a Van Aert, fogoso, incandescente. Descartados Jakobsen, Groenewegen y Bennett, en el Jumbo hicieron las cuentas de la lechera. De la ecuación se subrayaba el neón del belga. Con esa idea enlazaron con un esprint burlón, de nariz respingona, que exigía piernas de acero y pulmones de maratoniano. Eliminados varios de los velocistas con anterioridad, Van Aert quería triunfar. Philipsen se colgó de la percha del belga en un final que raspaba las piernas, las fuerzas horadadas por las termitas de la picajoso llegada.
Laporte, el líder, asistió a Van Aert. Quiso devolverle el regalo del primer día, cuando el Jumbo completó el triplete y el belga, el más rápido, obsequió a Laporte con la gloria. Después, el francés se desvaneció en la tripa del pelotón. Caída. Se le abolló la carrocería pero seguirá siendo el líder. El belga se situó en el lugar idóneo para el remonte, pero no tuvo la determinación de los salmones. Demasiada corriente en contra. Un muro. Se lo impidió Pedersen, excampeón del Mundo. El danés, un tipo fuerte, sacó a pasear su potencia. Se activó con celeridad y mantuvo el pulso firme. No rebajó ni un ápice su firmeza. Voluntad férrea. El resto, claudicó. Ni Coquard, segundo, ni Van Aert, pudieron soplarle en la nuca. Demasiado lejos. Una relación de hielo. Pedersen, un ciclista venido del frío, enfrió a Van Aert.
Tercera etapa
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