- En su mundo, ajeno a las miradas escrutadoras, en la víspera, se divertía Remco Evenepoel en los columpios de un parque antes de encender la Volta a la Comunitat Valenciana. El ciclismo es un juego para él, un tobogán. Se lo pasa en grande. Es tan joven el belga que está más cerca de la infancia, o de la adolescencia, en la que fue capitán de la selección de Bélgica de fútbol, que de la madurez que demuestra en carrera. Nada se le resiste al imperial belga, que en su primer día de competición mostró el plumaje brillante del triunfo para convertirse en el líder de la carrera valenciana. Pavo real. Evenepoel, un chiquillo que asombra al mundo, un campeón hiperbólico que viene del futuro, demostró todo lo que se le supone, que es muchísimo. Suma 23 triunfos desde que se subiera al sillín del profesionalismo. Fenómeno.
Esquivada la fatalidad de Il Lombardía que le rompió la pelvis, repuesto del mundo de las pesadillas, Evenepoel volvió a la luz. Cuando se endureció la carrera y cobró altura, él aplanó el terreno. Masticó la montaña. Venció por aplastamiento. Rodillo. Evenepoel subrayó su retorno tras vencer en Torralba del Pinar, donde llegó en solitario, empuñando el corazón. Segundos después asomó Vlasov con algo de aire sobre el pequeño grupo en el que estaban insertados Valverde, Mas, Carlos Rodríguez o Fuglsang, entre otros. Cedieron medio minuto. Media Volta anida en el bolsillo de Evenepoel, el prodigio. “Vamos a por todas y me gustaría ganar la Volta”, dijo. El verbo se hizo carne.
Joan Bou, valenciano del Euskaltel-Euskadi, se prestó a la aventura por la motivación de sentirse en casa y por la religión que se confesa en el equipo naranja: pelear y ser protagonistas. Bou respondió punto por punto a las expectativas creadas. Con Bou se animaron Ezquerra, González, King y Moreno. Bou cumplió su parte del trato. El pelotón, también. Atrapó la fuga cuando quiso. Entonces emergió Xabier Mikel Azparren, que es un rebelde con causa, siempre dispuesto a ondear la bandera naranja del Euskaltel-Euskadi. Se esforzó el donostiarra. Conmovedor su empeño, su valentía y su orgullo. Para entonces, el ritmo se había encrespado y el pelotón no le dio carrete. Le cortó el sedal de la ilusión antes de afrontar las dos chepas de Ayodar y Torralba del Pinar, la cima definitiva.
En ese pasaje de tensión, de apretarse para enfocar los altos, cayeron Nans Peters (al que tuvieron que grapar la ceja), Soler y otros. Los nervios bailaban en la panza del pelotón. El resto lo hizo la lija de la fatiga, arengada por el Quick Step, la muchachada de Evenepoel. Pello Bilbao brotó con fuerza. El gernikarra, que está mejorando la eficacia de su pedalada con un estilo más ortodoxo, se personó en la proa. El zarandeo provocado por el vizcaíno diezmó el grupo. Se estiraron los cuellos entre horquillas y revueltas. Desatado el Bahrain entre carreteras estrechas y pinos mediterráneos que festoneaban el asfalto. El Movistar enfatizó a Mühlberguer para arengar a Valverde y Mas, que amagó con la antorcha. Se apagó casi de inmediato el mallorquín.
Tolhoek fue la anunciación de la aceleración de Evenepoel, compacto y fuerte, engarfiado sobre el manillar. Un cañonazo el belga. Vlasov le buscó a cierta distancia. Demasiada. Mas dimitió. Le giró la cara. Miró hacia atrás. Evenepoel hacia el porvenir. Nibali, un ciclista del pasado, se hizo aún más viejo. Evenepoel le agrietó del todo. Nadie pudo mantenerle la mirada al belga. Aplicó su manual de estilo Evenepoel, algo balbuceante y rígido en el descenso, por eso de que la memoria y el recuerdo de su brutal caída en Il Lombardia lo tiene tatuado en la piel. El miedo es un pésimo compañero de viaje. Lo espantó dando coces a los pedales. Dejó los fantasmas encerrados para ver la luz del Mediterráneo iluminándole el rostro. El chico maravilla está de vuelta. Juego de niños. Evenepoel se columpia.
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