En el mundo del deporte siempre es fácil recurrir a expresiones de fuerza, entrega, carácter o sacrificio para hacer referencia a los resultados y trayectoria de un club. Y aunque en muchas ocasiones puedan ser ciertos, no hay que olvidar que en deportes de “primera línea” los jugadores cobran cantidades muy elevadas por jugar (que eso esté bien o no ya es otro debate).

En los que no tienen tanta repercusión mediática ni tantos ingresos bien representan ese esfuerzo por querer sacar un proyecto para adelante. Un buen ejemplo de ello son las jugadoras del Vialki Udapa Jatorkide que hacen honor a los adjetivos anteriormente nombrados.

El primer equipo del club vitoriano -formado por 14 jugadoras y que se entrena en Aranalde-, compite en la Primera División Vasca, la cual equivale a la Segunda Nacional. Eso conlleva unos gastos muy elevados, ya que para empezar no solo tienen que desplazarse por el País Vasco, sino que también visitan Navarra, La Rioja o Cantabria. Aunque el Jatorkide solo tenga tres años de vida, es debido a la fusión de los dos clubes que estaban con anterioridad, es decir el Lankide y el Jatorria.

“Una unión en la que cada entidad aportó algo diferente para sumar en su conjunto y caminar hacia delante”, afirma la jugadora y entrenadora Itziar Aldea. Ella, como se suele decir coloquialmente en el mundo del deporte, es la primera en llegar con todo el material al polideportivo y la última en marcharse, y enseguida se le ve en los ojos su ferviente pasión por este deporte.

Aunque sea su primera temporada como entrenadora en esta categoría, la preparadora ya atesora experiencia en otras divisiones y “aunque al principio de temporada me costó adaptarme, ya que tenía que estar encima de las jugadoras para mejorar el nivel técnico y eso implicaba que no me podía meter mucho en los entrenamientos, ahora ya se ha cogido una rutina en la que lo compaginamos sin problemas”, comenta la también jugadora.

La situación no es sencilla ya que, desvela Aldea, “en los partidos no solo debo pensar en mí, sino que también lo tengo que hacer a nivel global, es decir, si estoy en el campo, también debo estar con un ojo en el banquillo”. A renglón seguido, puntualiza que “esto tiene sus aspectos positivos, porque ese papel de entrenadora y jugadora les brinda esa parte de liderazgo que todas necesitan, ya que hay momentos en los que en el banquillo no va a haber nadie y tienen que coger responsabilidades”.

un objetivo diáfano

Esta situación también la valoran de forma positiva las propias jugadoras de la plantilla, como la propia capitana Nahia Díez, quien argumenta que “todas estamos muy a gusto con esa combinación de entrenadora/jugadora, ya que la psicología femenina y masculina son distintas y el hecho de tener una compañera como entrenadora para mí es positivo en todos los sentidos. Por un lado, psicológicamente es como nosotras y entiende mejor cómo nos podemos sentir, y por otro porque al estar jugando sabe lo que supone estar en el banquillo”.

La joven jugadora Garazi Gil también valora esto como algo positivo por el hecho de que “cuando ella está en el campo, las que estamos fuera podemos proponer cosas y observar fallos que vemos; al final, es una dinámica diferente y curiosa”.

En lo que respecta a los objetivos de esta temporada, toda la plantilla lo tiene claro. El ascenso se encuentra entre ceja y ceja. “Aunque la primera plaza está muy disputada, tenemos esperanzas de terminar en lo alto de la clasificación para poder volver a Primera, una categoría en la que ya disfrutamos y aprendimos mucho en su día”, reconoce Alaia Unanue.

La capitana Nahia tampoco alberga dudas en este sentido. “No hay otra idea que no sea ascender y queremos volver sí o sí a Primera. Además, por nuestra parte el esfuerzo está claro, pero luego habría que ver el apartado económico, pero no creo que nadie nos quiera frenar. Aunque hay que admitir que el encontrar patrocinadores está muy difícil”, justifica.

A juicio de la entrenadora, el hecho de que el voleibol no sea un deporte mediático complica las cosas. “Nosotras estamos trabajando para estar en lo alto de la clasificación, participar así en la fase de ascenso y ganarla. Eso sí, luego habrá que ver si el club puede permitirse económicamente subir a Primera Nacional”.

Por su parte, Garazi Gil, una de las más jóvenes de la plantilla, también remarca que “estoy encantada de poder jugar a voleibol en un equipo así, ya que todos los días se aprende mucho gracias a mis compañeras. El simple hecho de estar aquí junto a ellas ya es un logro para mí”.

Cuando en el equipo se habla de esfuerzo, no solo se hace referencia al aspecto económico, sino que engloba otros aspectos. “Además de que cada jugadora aporta mucho dinero, todas tienen que hacer su función para sacar esto adelante. Y lógicamente todo ese trabajo se ve luego reflejado en el juego, ya que vienen todas con muchas más ganas. Por ese lado es positivo, pero ojalá no tuviéramos que hacer ese gasto económico y se impulsara más este deporte”, admite la preparadora del Jatorkide.

Algo que corrobora Alaia, para quien el voleibol “es un deporte que exige pagar bastante y además cuesta mucho buscar patrocinadores”. Eso sí, el esfuerzo de todas ellas comienza a verse reflejado, aunque sea poco a poco. Así lo valora la capitana, que observa cómo “el voleibol está creciendo un montón y hay muchas más niñas que quieren jugar y nosotras también necesitamos una mayor base y ojalá se impulsara más desde el comienzo”.

Un impulso que no vendría mal, porque este deporte transmite valores muy bonitos. “No trabajas para ti, sino que lo haces por el equipo y por tus compañeras”, afirma Garazi. “Todas nos ayudamos y nos impulsamos para ser mejores”, añade la capitana.

El esfuerzo suele tener a la postre su recompensa y el Vialki confía en que todo su sacrificio de los últimos tiempos se vea recompensado en forma de ascenso y de crecimiento. El voleibol en Vitoria no dejará nunca de crecer mientras ellas estén todos los años al pie del cañón.