- Cerca de las murallas romanas de Lugo, sólidas, atemporales, resistentes, a Michael Matthews, el velocista menguante, trataban de repararle el intercomunicador. Al australiano se le está apagando el brillo del Bling-bling. Estropeado en los esprints, como su radio. Peor le fue a Jakobsen, que entre las montañas del amanecer, y las ráfagas de ataques para concretar la fuga, se quedó aislado. Lejos de todo, del único esprint que se imaginaba en la Vuelta, que entró en Galicia camino de Santiago de Compostela, la catedral que cerrará la carrera que alzó el telón en la Catedral de Burgos. De templo a templo. Catedralicio es Magnus Cort Nielsen, nombre de monarca. Uno de los reyes de la Vuelta. Cuando cuadró la fuga, todos sabían que el gran danés era el hombre a batir. El favorito. El neón en medio de la noche. El fuego en un día frío. La estrella polar. El puerto refugio en medio de la tormenta.

Al danés no le pesó la etiqueta. La arrancó de cuajo. Es un forzudo. Puede con todo. Más si cuenta con Craddock, escudero maravilloso, que le llevó a hombros. En realidad, Nielsen corría con cuatro piernas y dos corazones. El suyo y el del norteamericano. “Sin él no hubiera podido vencer”, agradeció el rey danés después de festejar su tercera victoria en el Vuelta. En el ser o no ser, Cort Nielsen apabulló al pelotón en un pulso de 190 kilómetros. “Craddock ha sido la clave”, explicó Juanma Garate, director del Education First, que definió al ganador: “Magnus es un animal”. Depredador. En Cullera, Córdoba o Monforte de Lemos. Siempre distinto, siempre igual.

“Todos sabemos cuál era la rueda buena”, dijo Jorge Azanza, director del Euskaltel-Euskadi, que mandó a Antonio Soto a la vera del danés. Soto, que está completando una Vuelta fantástica en su debut en la carrera, respondió afirmativamente. Lo mismo que Julen Amézqueta, de nuevo en fuga. Eliminado de la ecuación Jakobsen, el emperador de la velocidad, no se supo de la manada de lobos de Lefevere, que situó a Bagioli entre los 18 prófugos del amanecer. El DSM colocó las sirenas de persecución para catapultar a Dainese. El BikeExchange también arrimó el hombro. Stannard se deshilachó en la fuga. Meintjes, décimo en la general, se rasgó del todo. El sudafricano se rompió. Cayó en la panza del pelotón. Tuvo que irse a casa. En un terreno sin tregua, duro, complicado, una montaña rusa de sensaciones, la fuga se puso a dieta. Eran once. Roux, Padun, Kron, Craddock, Cort Nielsen, Oliveira, Bagioli, Touzé, Soto, Denz y Simmons. La distancia penduleaba alrededor del minuto. En medio de la persecución, Ion Izagirre se golpeó con un auxiliar del BikeExchange que repartía botellines. Uno de los corredores de la formación australiana desequilibró al auxiliar y el de Ormaiztegi no pudo esquivarle. Con el susto tatuado en la piel, Izagirre retornó a la acción.

La carrera volaba. Soto tuvo que claudicar. “Muscularmente no iba bien”, reconoció. El pelotón iba recogiendo las migas de la escapada, que perdía cuentas del collar. Simmons, campeón del Mundo juvenil, y Oliveira sacaron la cabeza entre los huidos, atosigados por sus colegas de hacía un rato. La vida es un cambio constante. Todo es efímero. Nuevamente unidos, mezclados. En el pelotón, alterado el sistema nervioso, el corazón acelerado, latiendo tensión, Roglic se blindó con el kevlar del Jumbo antes de abrazar a su mujer y a su hijo cerca del podio. El esloveno, a dos pasos de certificar su tercera victoria en la Vuelta, pretendía pasar desapercibido. “Es una locura que esta sea la camiseta de líder número 50 en una gran vuelta. Ojalá pueda quedármelo para siempre este domingo”, apuntó el líder. El escenario y el foco tenía que ser para otros. El pulso entre el sexteto y el pelotón no fluctuaba, trincado entre la determinación y la fatiga. Medio minuto. Los huidos pactaron un concordato. Hablaron por los codos. El gesto de la cadena de montaje de la solidaridad y del sacrificio. Todos a una. En el retrovisor, el BikeExchange se consumía. Buscaba una mano amiga. El DSM se la dio. Unieron voluntades a jirones. La patronal del esprint contra el sindicato de los hombres libres. Rebeldes con causa.

En largas rectas, aplanada la carretera, el horizonte atestiguó un duelo extraordinario. Simmons, Oliveira, Bagioli, Craddock, Cort Nielsen, Kron y Roux no se arrugaron ni un centímetro. Un grupo salvaje en busca del oro de la gloria. En el callejero de Monforte de Lemos, los seis jinetes rodaban y se vigilaban. Nadie se fiaba de nadie. Craddock, que se sacrificó en el altar por su amigo, abrió la comitiva. Era la ballesta de Cort Nielsen, una flecha con enorme puntería. Francotirador. Simmons, joven y fogoso, lanzó el esprint. Se le quemó la mecha ante la dinamita del danés, un polvorín. Cort Nielsen no perdonó. Se resignó Oliveira. Maldijo Simmons. Con la moral henchida con dos triunfos precedentes en la Vuelta, el danés firmó su hat-trick. Un genio. Para quitarse el sombrero. Nielsen venció por él y por Craddock, que festejó el triunfo del danés como si fuera suyo. Dos en uno para la tercera de Cort Nielsen, el hombre a la victoria pegado. Nadie como Magnus Cort.

Decimonovena etapa

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