os Juegos Olímpicos de 1960 llegaron con la intención de España de abrirse al mundo, de demostrar avances e innovación. De haber superado ya la posguerra y de estar a la altura de las democracias europeas más modernas. Sin embargo, la realidad golpeó a los olímpicos estatales. Porque, aunque muchos de ellos habían nacido después de la Guerra Civil, los Juegos de Roma mostraron prosperidad y abundancia a unos deportistas educados en la moderación y acostumbrados a la escasez y baja calidad de los alimentos. La capital italiana exhibió un mundo desconocido a unos atletas que crecieron con las cartillas de racionamiento y que aún compraban los yogures en las farmacias; por eso, nadie en la delegación española pensaba en medallas. Y, si alguien se atrevió a soñar, despertó al ver a los estadounidenses, soviéticos y alemanes. Sin embargo, entre la mediocridad se aupó la selección de hockey hierba que, sorprendentemente, ganó a potencias mundiales para colgarse el bronce al cuello. La única medalla estatal en estos Juegos Olímpicos de Roma.

De hecho, el hockey hierba era un deporte minoritario en España. Casi desconocido y solo practicado en los núcleos universitarios. Y eso, en 1960, se traducía a muy pocas personas, pero todas pertenecientes a la alta y adinerada sociedad. Sobre todo de la barcelonesa. Por ello, tan solo el donostiarra Luis Mari Usoz, el bilbaino Rafael Eguskiza y el guipuzcoano Perico Murua ponían la excepción a una selección de abrumadora mayoría catalana. Haciéndose estos dos últimos, además, con un puesto en el once inicial. Sin embargo, aunque en España el hockey hierba era un desconocido, en el resto del mundo se veneraba como uno de los deportes más antiguos. India y Pakistán eran sus potencias, de hecho fueron los dos países finalistas de estos Juegos Olímpicos; pero la selección estatal se ganó el respeto desde el primer partido.

Debutó ante Gran Bretaña, los orgullosos y vanidosos inventores, y consiguió arañar un empate a cero. Eso le dio confianza y ánimos y en el segundo partido arrolló a Suiza (5-1) para cerrar la fase de grupos con otra amplia victoria ante Bélgica (3-1). Así que el combinado español se plantó en cuartos de final contra todo pronóstico, pero no paró ahí su fantasía olímpica. Y eso que enfrente tuvo a una Nueva Zelanda que siempre aterroriza. Vestidos de negro, los oceánicos corrieron más, jugaron más y dieron más -un bolazo dejó a Francisco Cavaller en horizontal y mareado-. Pero el que acabó marcando fue Murua. El guipuzcoano consiguió el tanto de la victoria casi al final de la prórroga. Cuando duele. Cuando más gusta. De esta forma, España se plantó en su primera semifinal olímpica en un deporte de equipo.

Ahí esperaba Pakistán. Un país en el que el hockey hierba era más seguido que el fútbol en la península. Palabras mayores. Y a punto estuvo España de dar el susto. Sin embargo, un solitario tanto de Atif mandó a la potencia a una final que, a la postre, ganaría ante India. En cuanto al combinado plagado de catalanes y tres vascos, se volvió a enfrentar a Gran Bretaña; pero esta vez el premio era el bronce olímpico. Con Usoz convaleciente, Eguskiza y Murua fueron de la partida, aunque en este encuentro fueran los hermanos Dualde los grandes protagonistas. De hecho, aunque empezaron marcando los británicos, Joaquín empató para que después, en el segundo tiempo, Eduardo lograra el 2-1 de penalti.

Murua consiguió el tanto de la victoria ante Nueva Zelanda (1-0) y metió a la selección estatal en las semifinales

En 1960, el hockey hierba era un deporte practicado solo en los núcleos universitarios y con India y Pakistán como potencias