l trío se apuntó a la historia -fueron invitados- por puro amor al arte. Y por una simple cuestión personal y de relaciones. Además, el salto por unos días al ancho océano, les llevó a uno de los lugares más lindos del planeta, Cancún, en la península del Yucatan, al norte de la Riviera Maya, México, entre el 1 y el 11 de abril, donde el frontón cobró protagonismo principal, aunque no faltaron otros atractivos de relación personal, relax y exploración.
El tío José Vicente Alonso, Alonso I. El sobrino Ibon Alonso, Alonso II. Y Julen del Rio, el profesional, que conocía el país -ha estado ejerciendo la profesión en la capital federal tres años de manera consecutiva- y aprovechó la oportunidad para acercarse a la costa y la Riviera en época vacacional, que no todo va a ser xistera y frontón.
La familia Salas de Cancún, adinerada y gentil, quería inaugurar su frontón a lo grande. El abuelo Salas, el “Güero”, cumplió ochenta y tantos la semana pasada. Ha sido siempre un gran aficionado al Jai Alai. Los hijos del “rubio”, Javier y Arturo, quisieron hacerle un obsequio y tuvieron el detalle de levantarle un frontón de pared izquierda de 30 metros y con rebote. Y alrededor el monumento, para alimentar la fiesta, prepararle un festejo con pelotaris locales e invitados del otro lado del Atlántico. Algún nietecito del “Güero” también participó de los eventos preparados para el acto.
La representación alavesa se unió a los cinco integrantes del Berriozar Jai Alai navarro -“destaca nuestro agradecimiento a la familia Gamarra por tenernos en cuenta para acompañarles”, insiste José Vicente a lo largo de la conversación- otros cuatro participantes de Puebla, cuatro más de Tijuana, siete de Hondarribia y Loren Harris, presidente de la Asociación Norteamericana de Jai Alai encargado de cursar las invitaciones.
Los expedicionarios vascos se unieron a los pelotaris locales para disfrutar del juego y compartir las jornadas de exhibición, cada día, en el que los más pequeños y el público asistente disfrutaron del juego más internacional de la pelota vasca. La primera jornada, el primer sábado del mes de abril, la cita quedó reservada para la creme de la creme, calidad suprema con intervención de Inclán y Julen frente a Gamarra y Alejo; luego se intercambiaron. Julen no perdió un partido. Ni qué decir tiene que el público presente agradeció el espectáculo y que los puntistas lo disfrutaron al máximo. En el turno para los veteranos e ilustres, que también tuvieron lo suyo, además del contador de viajes Alonso I, pisaron la cancha y lucieron lo que la edad todavía les permite, el americano Loren, David II y su compatriota Julián Abed, mejicanos, y el maestro cubano Eduardo Jara, entrenador de la chavalería local.
Fiesta vasca por todo lo alto y ambiente mejicano que lo rodeaba todo, en la cancha, en el graderío y en el bar anexo que regenta la familia del que disfruta la vecindad. Cierto es que los asistentes eran, en su mayoría, aficionados al Jai Alai que, en México han sido muchos, donde aún perdura el sentimiento de mediados del siglo pasado, al que contribuyeron con pasión algunos de los mejores especialistas de la modalidad de aquellos días y más de un alavés. En D.F. han querido recuperar el pasado y reabrir el negocio, rebuscar entre los rescoldos de un pasado reciente que todavía mantienen el calor y la pasión de la afición. El frontón México reabrió sus puertas en 2017 y, por un tiempo, todos vivimos la esperanza de un renacimiento. Ekhi, Julen y un jovencísimo Aarón formaron parte la primera marcha expedicionaria al reencuentro con el Jai Alai. Los inicios no fueron malos pero el negocio no llegó a despegar del todo. Ekhi se estableció en el país norteamericano y Julen regresó otro par de veces, pero “aquello no va como nos gustaría”.
En estos tiempos de pandemia, el “bicho” no ha faltado a la cita y ha querido estar presente en la aventura. Los viajes de ida y vuelta “resultaron una odisea”. Bilbao-Frankfurt-Cancún y cambio de billetes para no tener que pasar por EEUU y, para volver, Cancún-Frankfurt-Bruselas-Madrid. 40 horas entre aviones y aeropuertos y mucho cansancio y las PCR -pruebas de diagnóstico rápido- por doquier. Añádanse ocho horas diarias de frontón, cancha continua, juegos y la eterna ilusión de los más jóvenes, que hicieron piña. Cabe destacar que Ibon, Alonso II, era el más joven. A sus 13 años llamaron la atención sus bonitas posturas en el frontón y el buen dúo y sintonía que formó junto a David (45 años). Otro de los puntistas que llamó la atención fue Julio Ortega, de 17, zaguero. “Me puse con él”, me dice Julen, “así que tuve que jugar un rato de delantero”. Julio destacó: “jugaba fácil atrás y tenía mucho poder”, cuenta Julen. Procedentes de Puebla, se apuntaron un par de chavalas “que jugaban muy bien y se atrevieron con los chicos”. Eran Tania Mayorga y Mafer (María Fernanda) de 18 y 14 años respectivamente.
No todo iba a ser pelota, naturalmente -el pelotari es un deportista que sabe disfrutar de la vida. El pelotari, es conocido por todos, es un deportista abierto y “disfrutón”, y dada la generosidad del anfitrión, los expedicionarios aprovecharon para conocer la ciudad y proximidades. Chichén Itzá, ciudad emblemática de los mayas, Patrimonio de la Humanidad y una de las siete nuevas maravillas del mundo moderno, Gran Cenote Sagrado donde mora Kukulkan, el Dios; la ciudad Boca del Pozo de los Brujos de Agua en traducción al castellano. Aquella tierra está llena de agujeros de agua, grutas abiertas en medio de la selva, lugares mágicos que también tuvieron la oportunidad de visitar desplazándose 80 km al interior. No solo por tierra firme. También aprovecharon el tiempo para alquilar un yate y acercarse hasta la Isla Mujeres, 13 kilómetros al sureste de Cancún, en pleno Caribe. No es que fuera por ellas -los conquistadores españoles la llamaron así porque, al descubrirla, tropezaron con multitud de ofrendas de formas femeninas que los indígenas dejaban en honor a la diosa de la fertilidad, del amor y de la luna, Ixchel-, sino por sus maravillosas, cálidas y clarísimas aguas donde practicar buceo con tubo de respiración, el snórkel. Durante esos días de abril la vida transcurrió, casi en su totalidad, en la cancha y proximidades. Los niños, todo el rato pegados a la cesta, haciendo pausas para llevarse a la boca unos trozos de pizza, enchiladas, chilaquiles y frutas de todo tipo y razón. “Se portaron de maravilla con nosotros”, redunda José Vicente, que llevará la historia a una de sus experiencias literarias sobre viajes y vida. Seguro que aparece un renglón donde se menciona el “Porfirios”, el resort donde “tan bien nos atendieron y tan a gusto cenamos”.