Campeón extraordinario, Primoz Roglic encontró al fin la paz en el santuario de Arrate. El esloveno desplegó su mejor versión para coronarse en la Itzulia de la pasión. Se subió al trono de la carrera encabezando una revuelta que agitó el Astana, el equipo que corre con antorchas y que empleó la estrategia de la tierra quemada. Esa chispa provocó la victoria magnífica de Roglic, que conocía el camino a la gloria de la Itzulia porque talló su nombre en el frontispicio de la carrera en 2018. El esloveno se subió al cielo de un respingo. Voraz, hambriento, competitivo de punta a punta, Roglic derrocó a Brandon McNulty y arrodilló a Tadej Pogacar, otro campeón enorme. Nunca se venció el joven prodigio, que le tocó perder. Roglic arrancó un triunfo monumental desde las entrañas de un día que supuró magma. Un infierno para McNulty, electrocutado entre la bajada de Gorla y el desplome de Krabelin. Demasiado peso para el norteamericano. En ese tramo tomó Roglic al asalto la Itzulia. La sujeto por la pechera. El esloveno se impulsó por el tobogán de Gorla y anidó en Arrate después de una exhibición hipnótica. Valeroso, Roglic apagó la melancolía. Cerró la herida del Tour. La cictrizó. Es un campeón de cuerpo entero el esloveno, que se tomó la revancha con Pogacar. "Me he acordado de lo que me pasó en París", ha expuesto Roglic con la txapela en la cabeza. Desprendido del dolor de aquel recuerdo, Roglic se emocionó.
A diferencia de la escena que vivió en La Planche des Belles Filles, donde salió a defender su tesoro, Roglic corrió al ataque. A toque de corneta. Se desprendió de cualquier cautela y cargó con todo. Eso le supuso un logro redondo en un jornada repleta de aristas. Roglic dejó el liderato sobre los hombros de McNulty en Hondarribia. Acertó con el cálculo. McNulty se desintegró. En una etapa incontrolable, sobresalió el esloveno, que supo leer cada recodo del camino. Interpretó de maravilla la carrera. McNulty y Pogacar dudaron un parpadeo. Cerraron la vista un segundo. Para cuando abrieron los ojos en el descenso escalofriante de Gorla ideado por Aranburu, comenzaron a deshojar la margarita de la derrota. Roglic se ató a la resurrección y a su nueva vida de líder a partir de un error del UAE. Un pequeño agujero en el descenso, que Pogacar achacó a un ciclista del Ineos, fue la tumba para Pogacar y McNulty, obligados a perseguir. Estratégicamente sin mácula, Roglic, que había desperdigado a sus peones por delante, aprovechó la inercia de la corriente de la carrera para encaramarse a lo más alto. En la foto del podio le acompañaron Jonas Vingegaard y Pogacar. Roglic lució su mejor pose.
También Valverde, al que agasajaron con un ramo de flores y una camiseta del Aurrera de Ondarroa, que cumple 100 años, antes de que se disparase el día del todo o nada. El Bala tiene varias vidas. Las exprime. De ese goteo surgió el deseo de revolcar la Itzulia en el caos. Lució el sol en una travesía repleta de dinamita. Izada la bandera pirata. Tibias y calavera. Los rodillos echaron humo. Chispas para el incendio en una recorrido repleto de nitroglicerina. McNulty amaneció de amarillo, el color del campeón, para encarar su gran desafío, salir vivo entre las llamas, pero ardió en la pira. Negro. Arrininibieta y Elkorrieta, las dos primeras grupas, enloquecieron al pelotón, que rompió la camisa de fuerza. Anarquía y el gozo. Un espectáculo para los sentidos.
De ese primer contacto, el Jumbo, en versión atacante, envió a Tolhoek para el tablero de ajedrez. Un peón. Un reguero de fuego llevaba a las brasas de Azurki, atizadas por el Movistar. A Tolhoek y Bevin se ató Hugh Carthy. A la fiesta del fuego llegaron dispuestos a danzar Omar Fraile, Carapaz y Mas, embajadores de Izagirre, Adam Yates y Valverde. El líder Mcnulty, Roglic, Pogacar, Pello Bilbao, Izagirre y Landa, que componían el senado de la Itzulia, respiraban detrás, todavía sin agobios. El UAE, con Pogacar y el líder, dispuso a dos gregarios para encapsular la fuga. Los favoritos bajaron las revoluciones tras el sofoco inicial. McNulty quería sosiego. No le convenía el jaleo. Landa y Pello Bilbao arengaron a Mark Padun. El Jumbo endureció la carrera para desconchar la defensa del norteamericano.
Aranburu provoca el incendio
En Gorla, la cima que anuncia futuros profesionales, Valverde tiró un desmarque. Roglic se abalanzó de inmediato. Pogacar se tachonó a su compatriota. Juego de tronos. Guerra fría. UAE y Jumbo se medían en cada palmo. Roglic lanzó a Sam Oomen para la fuga. Pogacar respondió con Marc Hirschi. Ulissi y Majka pastoreaban el grupo de favoritos. El descenso provocó a Alex Aranburu. Fue la espoleta. Cuerpo a tierra. El de Ezkio, un kamikaze, arrastró a Ion Izagirre. Roglic se colgó de él. Valverde, el eterno, se arremangó. Landa se coló en el mismo fotograma. McNulty y Pogacar se cortaron. Vingegaard y Pello Bilbao compartieron limbo. No podían con los conductores suicidas. La pequeña herida se hizo más grande cuando el grupo de Roglic se incrustó entre los zapadores. Movistar contaba con Verona y Mas para llevar a hombros a Valverde. Izagirre tenía los muelles de Fraile y Aranburu. Roglic contaba con Omen y Tolhoek. En el tramo llano que desembocaba en Azitain, el campo base de Krabelin, el nudo gordiano de la jornada, un compendió de rampas, se alzó el orgullo de Roglic.
El esloveno y el resto de jerarcas disponían de 40 segundos sobre McNulty, al que solo le quedaba Pogacar como porteador. Al líder se los tragó Krabelin. Flores de camposanto. Roglic, exuberante, formidable, aplastó la montaña sentado. Landa, Valverde, Carthy, Gaudu e Izagirre boqueaban. Pogacar abandonó al líder para evitar el hundimiento. Pulso esloveno. Enemigos íntimos. Roglic ahogó a Landa y asfixió a Izagirre. Valverde implosionó. Solo Carthy y Gaudu le aguantaron la mirada. Pogacar fue recogiendo lamentos. Roglic y Pogacar se retaban en la distancia. Su historia viene desde el Tour. El esloveno del Jumbo apretó en cada pulgada. El joven Pogacar se desgañitaba en la persecución, pero no le alcanzaba para limar el despegue de Roglic, que enroscó la cabeza en el manillar. Se atornilló en busca de la Itzulia. Su misión para suturar la memoria.
El esloveno no se concedió ni un lujo. Espartano, estajanovista, Roglic reprodujo un soliloquio. Ni Gaudu ni Carthy le dieron palique. Pogacar hablaba con el codo, pero el resto esquivaba la conversación. Eran mayoría, pero no se entendían, enredados en la madeja de los intereses, el Babel del ciclismo. En Trabakua, el minuto de Roglic se mantuvo. En el retrovisor, Izagirre y Pello Bilbao se soldaron a Landa, Pogacar, Valverde, Adam Yates y Chaves, entre otros. A la Itzulia le restaba Arrate, el santuario, el altar del ciclismo vasco. Acceder a él era un asunto tortuoso. Pogacar intentaba convencer a sus acompañantes. No sedujo a nadie. Landa le negó. El restó, también. Vingegaard, compañero de Roglic, segundo en la general para entonces, actuaba de ancla. En el portal de Usartza, Roglic disponía de 40 segundos sobre Pogacar. El esloveno y Gaudu firmaron la alianza una vez Carthy se quedó solo con el eco de su interior. A Pello Bilbao el podio se le escurrió entre las arrugas del esfuerzo. Landa también acható la nariz. La fatiga descascarilló a Izagirre. Cuentas de un rosario en el pasillo humano. Roglic concedió el honor del triunfo en Arrate a Gaudu. El esloveno, feliz, expansivo, se descorchó. Se bañó Roglic de dicha en los metros finales, disfrutando de la revolución, de una victoria para los adentros. Había derrotado a Pogacar. Se arrancó el dolor del Tour. En el santuario encontró la paz. Roglic se gana el altar de la Itzulia.