La Itzulia se replegó hacia la línea del mar mirando el horizonte de Hondarribia, de su promontorio, de su plaza de armas. Polvorín. Para alcanzar la gloria es obligatorio atravesar la muralla. La gran defensa. No hay pértiga capaz de superar las piedras de la historia, fuertes, sólidas. Es obligatorio ser un Sansón. Como Ion Izagirre, que levantó la muralla un centímetro antes que Pello Bilbao, emparejados ambos en la foto finish. El de Ormaiztegi mide tres centímetros más que el gernikarra. Eso mejoró su estirada. Ese tubular y algo más le alcanzó para batir al vizcaino y encontrar la redención en una Itzulia que se le torció en la crono de Bilbao. Izagirre se quitó la tristeza de encima en la agonía. Tan ajustado fue su duelo, que Pello Bilbao celebró el triunfo. Equivocó la percepción el vizcaino. Incluso Izagirre vio al gernikarra por delante. Espejismo. Ambos estaban confundidos. Juego de espejos. Izagirre y Pello Bilbao mantuvieron una conversación en la que explicaron las sensaciones. El de Gernika se vio ganador después de cruzar la línea, pero explicó a Izagirre que él había metido antes la rueda. “Él lo ha celebrado. Además he visto que me superaba tras la línea de meta. Creía que me había ganado”, ha argumentado el de Ormaiztegi que encontró la paz en Hondarribia tras la tristeza que le embargó tras la crono.
Entre las murallas que saludaron el triunfo agónico de Izagirre y que elevaron a Brandon McNulty al liderato, también existe un pozo, el del francés, cuya construcción se remonta al siglo XVI. Su profundidad es de 15 metros. Allí se cayó el liderato de Primoz Roglic. El esloveno, que solo tiene ojos para Pogacar, dejó el trono de la Itzulia, que ocupa el norteamericano. El ajedrez del UAE en Erlaitz dejó sin defensa a Roglic, en un limbo. Se enrocó. Vingegaard, su alfil, se adentró en el grupo en el tablero en el que se jugó la etapa y en el que creció la opción de McNulty. El danés olvidó a su rey, aislado en un grupo de nobles con demasiados intereses encontrados. El Jumbo perdió la partida. El líder alcanzó Hondarribia con un retraso de 49 segundos. Roglic es segundo ahora, a 23 segundos de McNulty. Pogacar, compañero del nuevo líder, es sexto a 43 segundos. Entre medias, Vingegaard es tercero, a 28 segundos, y Pello Bilbao, cuarto, a 36 segundos. Por encima del minuto lucen Adam Yates, Buchmann, Valverde, Izagirre y Landa. En Hondarribia roló el viento de la Itzulia.
Del interior, desde Gasteiz, descerrajó la Itzulia hacia la costa, el azul de Euskal Herria, el carácter del cantábrico. Salitre y sudor. Izó las velas el pelotón, un fueraborda. Soltó amarras para navegar por una jornada taquicárdica. Un frenesí de mecha corta. Las prisas de los días de prisa. El futuro es hoy. El comienzo tuvo el eco de los estallidos. Una carga de dinamita. Se agitó el avispero en cada gesto, en cada quiebro. Las escapadas, que en días anteriores tenían aspecto de suflé, hinchadas por la levadura de la desgana del pelotón, fue un asunto de minería. Pico y pala. No hubo tiempo para la reflexión hasta que se quemaron más de 100 kilómetros. Se hermanaron entonces Ben O’connor, Juan Pedro López, Jefferson Cepeda y Guillaume Martin, el ciclista filósofo.
El galo ha publicado un libro, Sócrates en bicicleta, una obra que sitúa a grandes pensadores en la mesa de autopsia del ciclismo, donde se escudriña hasta el alma. El ensayo juguetea con la ficción, la fábula con las meditaciones más profundas. Nietzsche entrenando con valentía, ilustres filósofos masticando puertos junto a los grandes campeones, Heidegger conociendo las profundidades en una zanja, Sócrates escapándose del orden del pelotón o Sartre dando órdenes a la selección francesa… Un cuento fantástico. La fantasía de Martin concluyó en Jazkibel. O’Connor, Jefferson Cepeda y Juanpe López claudicaron en Erlaitz, donde la filosofía choca contra la prosa de la realidad. Les engulló la montaña.Erlaitz es el juez
Ese es territorio Landa, que se encrespa en cuanto olisquea una rampa. El alavés, perfil felino, estrujó el manillar por la parte de abajo y buscó ganar altura después de que Fuglsang se dejara ver. A la cometa del alavés se agarró McNulty, la opción B del UAE, y Esteban Chaves. Roglic clavaba la mirada en Pogacar. Es su obsesión. Chaves se ahogó ante el empeño de Landa y McNulty. Vingegaard pastoreó a Roglic, que midió con ojo de sastre y criterio de contable. Pero no contó con la derivada. El danés cosió el desgarro y el grupo de los jerarcas se empastó en la corona de Erlaitz. Se reordenó la Itzulia por una fracción de segundo. En un parpadeo, McNulty se descapotó con el viento del mar aplaudiendo en un falso llano que castiga más que la subida.
En las corrientes de aire, Pello Bilbao detectó el movimiento. Se subió al tobogán del descenso junto a Esteban Chaves. El chico de la sonrisa enseñó los dientes. McNulty, Izagirre, Vingegaard y Buchmann conectaron. Roglic y Pogacar, íntimos, se vigilaron en el grupo perseguidor. Valverde, el incombustible, con el cosquilleo en las piernas, decidió rapelar con la idea de echar el lazo al grupo que respiraba por delante. Su intento quedó suspendido en el aire, a modo de una promesa de una noche de verano, de un ya nos veremos. Roglic, que solo contaba con Tolhoek en el senado de favoritos porque Vingegaard no se descolgó del grupo delantero, se desentendió. El esloveno prefiere pelear con McNulty. La decisión del líder y la ausencia de entendimiento infló las alforjas de los buscadores de etapa y el petate de McNulty a unas brazadas de Hondarribia. Esteban Chaves quiso morder con un ataque lejano. Buchmann le anestesió. Se armó el esprint. Izagirre y Pello Bilbao se encontraron en la foto-finish, confundidos por el flashazo. Cuando se apagó la luz, se iluminó Izagirre, que se quitó la pena de encima.