La gloria y la miseria comparten colchón. El adagio concentra lo ocurrido en el cierre de la París-Niza, volteada del todo el último día de manera inopinada. Primoz Roglic, maldito, cayó a los infiernos marcado por dos caídas y una avería mecánica derrotaron al esloveno. Esas sucesos, accidentes de carrera, le aislaron del resto y su equipo, el Jumbo, no pudo socorrerle a tiempo. La formación neerlandesa deberá hacer un ejercicio de autocrítica y una revisión profunda de su estrategia. Si en el Tour llevaron a Pogacar en carroza para que este asestara el golpe definitivo a Roglic en la crono final, este domingo han evidenciado una falta de organización para no proteger a su líder.

El esloveno lo hizo todo bien durante la prueba francesa hasta que el infortunio le agarró de la pechera y le mandó al diván. No es la primera vez. En el Dauphiné del pasado curso, Roglic repitió esa triste historia. La carrera le pertenecía hasta que una caída le descabalgó de mala manera. El esloveno fue el más fuerte de punta a punta, (ganador de tres etapas) pero en el episodio final le sobrevino el drama sin margen para la maniobra. “Estos percances forman parte del deporte”, dijo Roglic, con el cuerpo magullado, por ambos costados y el alma lacerada por el desconsuelo de una victoria que era suya hasta que le torpedeó el destino.

En la orilla opuesta, Maximilian Schachmann recogía el premio con cierto sonrojo. El alemán reeditó el triunfo de la París-Niza de 2020 de rebote. De algún modo sabía que el laurel no le pertenecía del todo. “Fue un día loco. No sé si puedo estar feliz, no es agradable ganar así. Me corresponde el trofeo, pero no sé si alegrarme por cómo se produjo el desenlace”, admitió con elegancia. El germano alcanzó la cima del podio al que se subió Ion Izagirre, tercero en la prueba francesa, por detrás de su compañero Vlasov. El de Ormaiztegi redondea así su idilio con la París-Niza. Quinto en 2016, séptimo en 2017 y cuarto en 2018 a la espera de la Itzulia, en la que pretende subrayar el triunfo logrado en 2019.

Izagirre lo intenta hasta el final

Roglic, piel de campeón, no se dejó vencer a pesar de que su persecución en solitario, después de que su equipo se deshilachara de mala manera, estaba abocada a la rabia y la bilis. El esloveno, sentenciado, no se desconecto. Honró a la competición. Una vez descartado Roglic, penando, el Astana con Izagirre y Vlasov intentó descascarillar a Schachmann, pero el ajetreo no le descentró en el nervioso final, donde Izagirre trató de subir más peldaños. El Bora sirvió de red de seguridad para el alemán. En la llegada a Levens, Magnus Cort Nielsen enfatizó su dicha. Schachmann ganó sin celebraciones y Ion Izagirre posó en el podio de las mascarillas. A Roglic, todavía de amarillo y con el culote hecho jirones cuando alcanzó la meta a 3:08, le quedó el consuelo de la victoria moral en un día maldito para él. Una caída a los infiernos.