Estados Unidos, el país que idolatra el éxito, donde Dios y el dinero comparten alcoba, adora a los ganadores. En realidad, el sueño americano no es más que la historia de un paria que se hace poderoso y rico. Lance Armstrong cumplía mejor que nadie con el tópico del hombre hecho así mismo. A su épica de triunfador le subrayaba la superación del cáncer. Armstrong fue la pechera de un país, en la que ondearon orgullosa las barras y estrellas de sus siete Tours. La marca de todos los tiempos. Lo nunca visto. El hombre en la Luna. Después, entre confesiones de excompañeros e investigaciones judiciales, se supo que aquella gesta estaba contaminada por el dopaje y la trampa.
Estados Unidos se indignó y se llevó las manos a la cabeza ante semejante afrenta del hombre que a tantos inspiró y que recibió los más altos honores del país. Todos deseaban ser lo que Armstrong encarnaba y los que no, querían estar a su lado. Salir en la foto. Cuando confesó ante Oprah Winfrey que su éxito se fundamentaba en la mentira, a Armstrong le arrastraron por los suelos y le convirtieron en un maldito. Indigno para la gran América. Probablemente algún día será readmitido en un acto magnánimo. La redención tras la expiación del pecado está impreso en el humus cultural anglosajón.
El héroe americano dejó de serlo, pero Estados Unidos ha decidido girar el cuello al pasado y colgarse de otro ciclista para sacar brillo al escaparate. Que nada se interrumpa en la pastoral americana. Campeón de tres Tours (1986, 89 y 90), Greg Lemond ha recibido la medalla de oro del Congreso estadounidense, la más alta distinción civil del país. "Me sigo preguntando: '¿Por qué yo?'. No sé qué decir. Me hace humilde esta distinción. Sigo pensando que es un honor propio para las personas que salvan vidas o inventan curas para nuevas enfermedades. Me siento realmente honrado, pero al mismo tiempo, me resulta difícil aceptar ese tipo de recompensas”, señaló Lemond en el Wall Street Journal. "No esperaba este reconocimiento cuando comencé a andar en bicicleta. Cuando miro la lista de personas que recibieron este premio, me digo a mí mismo que estoy en muy, muy buena consideración".
Lemond representa la misma historia de Armstrong, la de un ganador y un pionero, pero sin el vidrioso asunto de la hidra del dopaje. Arrancado el texano del palmarés del Tour, Lemond sobresale ahora como el único norteamericano en conquistar semejante hito. La relación entre el californiano y Armstrong se deterioró a medida que el texano apilaba triunfos en los Campos Elíseos de París. En 1999 (primer Tour victorioso de Armstrong), ambos posaban felices, pero apenas dos años después, Lemond denunció haber recibido amenazas por parte de Armstrong. El texano tenía tendencia al matonismo con cualquiera que dudara de sus logros. “Me amenazó a mí, a mi mujer, a mi negocio, a mi vida”.
Según el californiano, todo comenzó tras sus críticas a Armstrong en 2001 por su relación profesional con el doctor italiano Michele Ferrari, un médico dopador que convirtió a Armstrong en un cohete inalcanzable. “La amenaza más grande consistía en decir que iba a encontrar a 10 personas para testificar que yo tomaba EPO. Evidentemente, no encontró a ninguna", expuso por entonces Lemond. A partir de aquellos desencuentros, el viejo campeón y la gran estrella se convirtieron en enemigos íntimos. Lemond cuestionaba a Armstrong cuando el mundo observaba el dedo en lugar de mirar a la Luna. Años después de los fastos, cuando Estados Unidos hurgó en la trastienda de Armstrong, el texano regresó a su condición de paria. El país necesitaba un triunfador para su relato del sueño americano en 2020. Hizo memoria en su orgulloso arcano y encontró a Lemond, el buen americano en París.