- En la Ribeira Sacra, entre vides, Astana dio el último trago a su esfuerzo. Desistió el equipo kazajo. Calculó que su cacería era un brindis al sol después de que no insertaran a nadie en la fuga en un relampagueante inicio.
Soler, Wellens, Van Baarle, Arensman, Périchon, Stybar y Woods, los fugados, conformaban un motor V8 de mucho caballaje. Solo se unían los ríos, el Sil y el Miño, que acompañaban la carrera, trazada entre cañones y viñas dispuestas en escalones de piedra, llamados socalcos, a lo largo de la ribera.
Entre las terrazas que supuran vino, el Total dispuso a sus fusileros para enfocar a los huidos. Parecía demasiado tarde. Otra vez. Galeotes. Remaban más por castigo que por convicción. En ese tránsito, lo más emocionante fue observar el cambio de bicicleta de Roglic. El líder dispuso de su nueva montura de inmediato.
El esloveno regresó a la oficina con calma. Roglic mantenía el gesto sereno de Ézaro. Continuó con ese perfil en Ourense, donde venció Tim Wellens en el duelo con Woods. El belga astilló al canadiense en una jornada que dejó la general con la misma temperatura que antes y a Wellens festejando su segundo éxito en la Vuelta. De Sabiñánigo a Ourense, carretera Wellens. De repecho a repecho. De curva a curva. “Sabía que tenía que entrar bien colocado en esa última curva”, expuso Wellens.
En el Alto de Abelaira, Roglic ordenó a los suyos que asomaran por el frente en un trazado que unía toboganes sin la brisa de la costa. Aún desbrozaba el terreno el Total. Entre los siete magníficos, se desconchó Périchon. Los fugados abandonaron el cooperativismo. Woods agitó la convivencia. Cada uno defendió su minifundio. Se serenó el pelotón tras comprobar que la fuga se disputaría la vitrina.
La persecución dejó de tener sentido. La discusión, a voces, se producía entre quienes percibían el frenesí que emana de las flores de la victoria en un grupo que acumulaba enorme calidad. Soler, Wellens, Van Baarle, Arensman, Stybar y Woods iniciaron el ritual del racaneo después de idas y venidas.
de curva a curva
En carreteras secundarias, estrechas lenguas de asfalto festoneadas de árboles aún frondosos, el otoño dulce, Wellens trazó mal en un curva durante el descenso y por esa puerta se colaron Soler y Stybar.
El checo, encendido, enroscó la cabeza sobre la tija del manillar. Tiró el retrovisor. No le importaba que Soler se subiera a su sidecar. Wellens suturó la curva y se cosió a Stybar y Soler. Arensman, Van Baarle y Woods maldecían la corriente de aire que se coló entre ellos. Wellens, Soler y Stybar ahorraban para después derrochar.
Esa aproximación al laberíntico final, una cuesta enredada, enmadejada, permitió que Arensman, Van Baarle y Woods recompusieran la estampa y se soldaran al reparto. En el juego de miradas, en una cuesta burlona que finalizaba de repente, sin margen de error, Wellens y Woods se quedaron a solas. “Me han faltado fuerzas”, apuntó Soler, al que no le alcanzó. El belga, poderoso, se encumbró porque encontró la curva antes que el canadiense.
Wellens repitió sonrisa tras la lotería de Sabiñánigo. En un final siamés, en otro repecho, cantó bingo el belga. Tim Wellens, el chico de la curva.