- En los bosques de Somiedo, donde los osos dejan huella, todavía queda el rastro de los duelos salvajes de Froome en el Vuelta. El británico se peleó con Juanjo Cobo en una carrera que ganó el cántabro en Madrid, pero perdió años después por asuntos de dopaje. Froome conquistó aquella Vuelta de 2011 en diferido. El arcano de la carrera también reporta el duelo de 2014 entre Contador y Froome en los mismos lugares por los que la Vuelta se posa. La Farrapona es un imán. El puerto era el ocaso de una jornada que despertó revoltosa, a voces por el cronometraje, y los dientes afilados, dispuestos a hacer presa. La Colladona, La Cobertoria y San Lorenzo perfilaban el skyline de la carrera, que coronaba en el vértigo de La Farrapona. En el coloso asturiano, Roglic y Carapaz no honraron la memoria de Froome. Prefirieron la pluma a la espada. Firmaron un entente cordial. Guerra fría. Política de distensión. Hibernación. Empate en la cima de la Vuelta. El líder y su principal opositor reservaron energías para el Angliru, que amenaza hoy con la tunda de sus rampas eternas, cuestas que no admiten maquillaje.

Sigue la táctica de hormiga del Tour Roglic, al que nadie osó retar. Piernas cruzadas y tamborileo de dedos en el salón de los jerarcas. La subida fue de fogueo, sigilosa, como si de la montaña colgara un cartel de neón rojo que decía: “No molesten, por favor”. Solo el ajetreo entre David Gaudu y Marc Soler en la lucha por la gloria dio realce a La Farrapona. Los favoritos afeitaron la cumbre. El francés descubrió el sabor de la victoria en su esgrima con Soler, que no tuvo el filo de Lekunberri. “Me precipité”, expuso el catalán, que lijó un minuto con los mejores. Gaudu, ligero, pudo con él. Su grito de felicidad atravesó las montañas majestuosas de Somiedo, donde habitan los osos, acurrucados en las oseras. En ese hábitat, Gaudu lanzó su zarpazo y un alarido liberador. El eco de su éxtasis. Soler sorbió la derrota, siempre lacerante, en La Farrapona, el punto de fuga de una etapa que esperaba los primeros planos de los galanes y se decidió entre la soberbia actuación de los secundarios de lujo el día que falleció Sean Connery.

Era el escenario ideal para encender la carrera al sol. Calor al calor. Las montañas son estufas. Agobio para el cuerpo. En La Colladona, Guillaume Martin, Gaudu, Armirail, Wellens, Eg, Donovan, Storer y Oliveira se lanzaron a la aventura. A Soler se le indigestó la primera cucharada de montaña, le supo mal. Agria. La escupió. Soler tiene crecederas en la Vuelta. En La Cobertoria, Soler era un tiro. Dejó el grupo de favoritos, donde Roglic y Carapaz compartían eran extraños viajeros de un bla-bla car. Soler, valiente, coceando los pedales, accedió a los aventureros. Le esperaba Oliveira. El movimiento del Movistar era de largo alcance. El catalán no estaba muy cerca de Roglic, pero su presencia era un incordio para el esloveno y Carapaz, siameses. Soler pretendía el jaque en varios movimientos.

San Lorenzo zurció el ochote. El alto tiene nombre de santo y rampas demoníacas. Carretera al infierno. San Lorenzo fue quemado vivo. Martirizado en una parrilla. El puerto era un balancín del sufrimiento. En ese tortuoso deambular, Roglic, hierático, dispuso los mastines para pastorear la ascensión. Nadie quiso moverse, porque cerca de los límites, la herrumbre se produce con apenas un latido de corazón de más. Se imponía el jadeo, las bocas abiertas y la nariz chata del dolor. En San Lorenzo, la bisagra hacia La Farrapona, Soler y los suyos se entendían sin necesidad de hablar. La mímica de la esperanza.

La aproximación a La Farrapona tenía la cara de fatiga, repleta de arrugas, la piel cuarteada del esfuerzo. Froome se quedó ahí, en una imagen en sepia del pasado. El campeón no es el exuberante muchacho que descubrió las oseras. Roglic quería adentrarse en ese mundo fantástico. Vingegaard, Gesink, Bennett y Kuss llevaban a hombros al esloveno. En ese territorio la fuga se encogió entre riscos fastuosos y naturaleza en estado puro. Donovan, Storer, Gaudu, Martin y Soler iniciaron la partida de la desconfianza. Carapaz solo contaba con la barandilla de Amador. Chaves se arrodilló rodeado ante un retablo de árboles que amarillean deslizando sus tonos ocres entre penachos verdes y el gris del asfalto con historia.

La serpiente de La Farrapona, la carretera que asfixia lentamente, seseaba. Soler prefirió bufar, harto de la guerra psicológica. Gaudu se colgó de su percha. Storer, Martin y Donovan se desconcharon. Amador tuvo que dimitir. Carapaz era un solista en el imperio de Roglic, cómodo, rodeado de caras amigas y un ritmo apetecible en el zigzag. Los favoritos parecían muñecos del museo de cera. Inmóviles, temerosos a derretirse y desfigurarse. Soler y Gaudu subían hombro con hombro en la mesilla de la miseria. Soler se desprendió del botellín. Declaración de guerra. Entre los jerarcas pesó la paz. Solo Vlasov enseñó la cresta. A Roglic no le alteró el pulso. El corazón, desbocado, bombeaba entre Soler y Gaudu. El francés estalló su alegría en el armisticio de La Farrapona, donde Roglic y Carapaz no salieron de la cueva.

11ª etapa

16. Mikel Nieve Mitchelton-Scotta 1:17

General

10. Mikel Nieve Mitchelton-Scotta 4:43

55. Imanol Erviti Movistar a 1h.17:34

60. Julen Amézqueta Caja Rurala 1h.23:02

Protesta por Suances. En tierra de osos, arremetió Chris Froome (Ineos) para protestar por los tres segundos que picaron a Richard Carapaz, líder del conjunto del ciclista británcico, en Suances, donde el día anterior venció Roglic, que se colocó de líder de la general. Hubo un amago de plante en el pelotón por esa cuestión en la salida de la etapa de ayer, pero en Villaviciosa no prosperó el boicot a pesar de que algunos equipos no estaban de acuerdo con el cronometraje de Suances. Aún está fresca en la postal de la memoria el motín del Giro de Italia, cuando los ciclistas obligaron a la organización a recortar una etapa 100 kilómetros por eso de la lluvia, la fatiga y cierto frío.