A punto de estrenar la temporada oficial 2020-21, parece existir un consenso en que la palabra clave, sobre la que gira todo, sean objetivos, anhelos, expectativas e ilusiones, es adaptación. No puede decirse que sea muy original, puesto que fue de lo que más se habló cuando se reanudó la competición a mediados de junio. Ahora se trata de volver a adaptarse a lo que vaya a venir y se palpa preocupación dado que resulta casi imposible concretar en qué consistirá el futuro inmediato. Un futuro que promete novedades difíciles de prever bajo un enunciado que para unos sería la manoseada "nueva normalidad", para otros un "más de lo mismo", con toda la negatividad que transmite la expresión, y que para casi todos se presenta como un enorme y amenazador interrogante, sencillamente. Adaptarse es un ejercicio que no compete solamente al Athletic, todos los clubes están inmersos en un proceso marcado por la incertidumbre que pondrá a prueba la calidad de los profesionales como nunca antes.

Hay que considerar que esta vez no son once jornadas embutidas en mes y medio, sino una carrera de fondo que nos conducirá hasta las puertas del próximo verano. De ahí que el calendario asome como esos gráficos que pormenorizan los itinerarios más empinados del Tour. Una rampa interminable sobre una superficie áspera, con desniveles que se disparan tras cada curva. El campeonato de liga cobra en estas condiciones de extrema dureza un valor superior incluso al que por ley le corresponde. De una parte a causa de que las 38 jornadas se han encajado en un período más corto de lo habitual y además están el resto de los frentes que van a ocupar con partidos muchos días entre semana. En el caso del Athletic, se da la circunstancia de que su agenda aparece repleta de obligaciones a pesar de que por tercer año consecutivo haya quedado excluido del escaparate europeo: liga, Copa y Supercopa, a la que se agrega la añorada y mal gestionada final copera pendiente, que ahora se ubica en primavera, acaso en abril.

Un montón de compromisos a afrontar con la obsesión permanente por preservar la salud de los jugadores a fin de eludir tesituras del tipo de la vivida durante la pretemporada. En verdad que lo de adaptarse a los imprevistos no va a suponer una novedad en el seno del equipo. Por ese lado el equipo ya puede decir que ha aprendido algo. Empezando por Gaizka Garitano, que ha tirado para adelante en precario, rodeado de promesas y con la vista fija en Los Cármenes, escenario del inminente debut y también de experiencias contrapuestas. Allí se obtuvo el pase para la final y allí se rumió la frustración que marcó el final del campeonato exprés ideado por Javier Tebas.

Durante el mes de trabajo que acumula la plantilla, tanto en Lezama a diario como en los amistosos la palma ha correspondido a los chavalitos. Un hecho inesperado que ha servido para animar el cotarro a falta de reclamos en forma de fichajes. La esperanza de que se vaya acometiendo en el equipo un relevo no únicamente generacional sino que contribuya a elevar el nivel del fútbol, especialmente en su vertiente creativa, sería el principal aliciente de cara a una temporada que por las dificultades comentadas quizás no sea la idónea para volcarse en este tipo de cuestiones. Sin embargo, aún a riesgo de sonar contradictorio, después de comprobar lo que da de sí la propuesta concebida por el entrenador en estos dos años, sobre todo en el tema de pelear por una plaza en Europa, objetivo capital para la economía de la entidad y no solo, se antoja conveniente y hasta necesario ir dando minutos a futbolistas que apuntan maneras, a sabiendas de que lo lógico es que acusen la exigencia que impone la máxima categoría.

Regenerar la estructura debe ser un proceso gradual, apoyado en un criterio igual de generoso (o condescendiente, según se prefiera) que el que ha imperado a la hora de otorgar titularidades a hombres que han engordado sus estadísticas personales sin corresponder a la confianza que en ellos deposita el míster. Al respecto de esta problemática surge el eterno dilema que coloca en un lado de la balanza el presente, o sea los resultados contantes y sonantes, y en el opuesto una lectura en apariencia menos pragmática tendente a ir poniendo las bases de un proyecto a medio plazo. Combinar ambas miradas, atender el hoy e ir preparando el mañana, es el reto del Athletic para la temporada 2020-21. Una tarea compleja e inaplazable, que requiere tacto y valentía a fin de eludir el estancamiento, un peligro que se intuye.