- El miedo atávico al viento, el terror, trazó el itinerario entre dos islas, de Oléron a Ré, unidas por la línea de costa del Tour, donde la veleta giraba alocada, pilotando los designios de los ciclistas, atemorizados por la incertidumbre que provocan las certidumbres. Pendientes del viento, de sus recovecos, de su juego de marionetas, de sus emboscadas. Todos miraban al parte meteorológico, atentos a la información sobre la dirección del viento. Advertidos los ciclistas por los soplidos que se le alimentan de las almas perdidas, el estrés colonizó el sistema nervioso del pelotón, con la orejas tiesas y el oído pendiente del pinganillo, donde se escupen los informes que dictan el comportamiento del viento. En días así, los pueblos son sumideros, esclavos de la rabia y la furia de Eolo. Los aplausos y los vítores son los gritos de alarma. Un altavoz que alude al peligro. Un cuadro de Münch. Por eso, en la Isla de Ré, el punto de fuga de la etapa, Mikel Landa era un tipo feliz. No le había barrido el viento. No le amputaron los abanicos y ni le mordió el asfalto. Él, que es un Quijote, que en los molinos de viento percibe la amenaza inquietante de los gigantes, se ancló al Tour. Inamovible. Las contraventanas del Bahrain le refugiaron. Olvidó el silbido penetrante que le atemoriza. Aliviado. "Fue un día de muchísimo estrés, hay que estar contento sólo por llegar a la meta. Es que ni he podido beber agua, todo el día con la mano en el freno", diseccionó Landa.

La bandera que otorgó la salida, la agitó Romain Lemarchand, sustituto de Prudhomme, positivo por covid-19. Libre de contagios el pelotón, Schär y Küng se dejaron llevar por el viento. El pelotón, con el biorritmo alterado, no les dio demasiado carrete. Se peleaba por cada cuña de asfalto, encarecido el metro cuadrado. La burbuja inmobiliaria que provoca el viento. Los blindados de los favoritos formaban a modo de legiones romanas, en un algoritmo defensivo para combatir el acento del viento. Las manos, en los frenos. Los guardaespaldas de los líderes danzaban al baile de las ráfagas. Soplaba el viento del este y nadie quería perder el norte del Tour, la flecha que indica el camino a París. Landa, apaleado por el viento días atrás, se metió en el carenado de Mohoric, Caruso y Pello Bilbao. Eran su escudo. El alavés sabe que su Tour está en las entrañas de los Alpes, pero para alcanzar la cordillera es imprescindible sobrevivir en la línea del frente que peinaron los maizales, aguardando la cosecha de octubre. La recolecta de la Grande Boucle se recogerá antes. El Tour de los segundos se almacena grano a grano. Reloj de arena. Y se escurre como arena entre los dedos.

Pogacar y Guillaume Martin tuvieron esa sensación cuando cayeron en una isleta. El esloveno recuperó la alegría de inmediato. Se repuso de un respingo. Al francés le costó algo más rearmarse. Sus mosqueteros le unieron al pelotón. Nada como tener contactos. En esa secuencia quiso el viento soplar de cara. Acható cualquier instinto de eliminación de los deshilachados. El viento de cara boxea con las narices de los corredores. En La Rochelle, el Ineos se subió al ring, a bailar las piernas entre rotondas, cambios de dirección y todo tipo de mobiliario urbano. Otro equipo más para el cuadrilátero de los desvelos. Veloces al encuentro con el puente de la Isla de Ré entre latigazos. De chasquido en chasquido. Buscaban los abanicos. No encontraron la cuneta ni la fuerza del viento necesaria. Suspiró la mayoría.

El lugar ideal para los navegantes, felices en sus veleros propulsados por el viento. En el arco del puente no hubo flechas que hiriesen a los jerarcas. Se frenó el ímpetu ocupando el ancho de la calzada. Manifestación. Solo sudó frío Miguel Ángel López, al que sus gregarios remolcaron a tiempo en la chepa del puente, una belleza minimalista de líneas simples y una parábola de media sonrisa. Como la de Landa, al que el sabor a salitre de la mar le sentó bien. El puente fue una pasarela feliz para el de Murgia, siempre vinculado al equipo, que no dejó que su cometa se perdiera. Asegurado Landa, con todos los líderes a buen recaudo, se transitó hacia el esprint, donde Sam Bennett derrotó a Ewan por media rueda. Al irlandés le cayó en cascada la emoción. Trébol de la suerte. Landa también celebró su fortuna. Aislado del viento que asusta.

El alemán gana en un apretado esprint. El alemán Pascal Ackermann (Bora-Hansgrohe), de nuevo gracias su gran potencia, volvió a ganar el pulso que mantiene al esprint con el colombiano Fernando Gaviria (UAD) y se hizo con la segunda etapa de la Tirreno-Adriático, con salida de Camaiore y llegada a Follonica, de 201 km, repitiendo lo acontecido en la primera y reforzando su liderato al frente de la prueba. Si el lunes la victoria de Ackermann fue muy cómoda, aunque tuvo que remontar, ayer mandó prácticamente desde el primer instante de lanzarse es esprint, siendo el colombiano quien vino desde atrás, aunque sin poder remontar.