- En un Tour de Francia con mascarilla, inmersa la ronda gala en el laberinto de la pandemia, el miedo rige sin disimulo la carrera más grande del mundo. Los favoritos se comportan como figuras del museo de cera. A la espera de una revelación o una señal del destino les ilumine a modo de místicos y les encamine a dejar sus cuerpos para levitar. Temerosos los líderes de la maldición de la última semana, nadie se expone a pecho descubierto. Menos aún cuando se sube rápido. Demasiados riesgos. Las piernas no pueden con las matemáticas. "Pienso que si estuviesen encima de la bici, viendo las velocidades a las que subimos, se les quitarían las ganas de decir eso" se defendió Enric Mas antes los que cuestionan la ambición de los ciclistas. "En La Lusette ha sucedido lo mismo: Castroviejo se ha puesto ahí a un ritmo constante, siempre entre los 5,5 y los 6 w/kg, y o estás muy bien, o arrancas y te vas para atrás", subrayó Mas, que tuvo que pasar por el carrocero tras una caída. Chapa y pintura.
Nada excitante ocurre en este Tour tan pacato, en el que los favoritos prefieren no serlo y malgastan un escenario inmejorable para someter al resto, para revalorizar sus candidaturas. Acabada la función, siempre existe una coartada para relativizar la nula intención de rebelarse. La velocidad es el último argumento. En realidad, se trata de no perder. Sobresale el arte de defender. Se corre con la cabeza, haciendo cálculos, sobre una mesa de ingeniería. Ese ecosistema sostiene la clave de bóveda de una carrera inane, que se consume en la más absoluta intrascendencia aguardando las promesas de ataques heroicos para el fin de semana en los Pirineos, o quizás en los Alpes. Así se le agotan las horas a la Grande Boucle, con un tercio de metraje enfocando a la carta de ajuste y un monótono y molesto pitido como única banda sonora. Solo la algarabía de Alexey Lutsenko en la cumbre del Mont Aigoual y el jadeo persecutorio de Jésus Herrada y el resto de fugados elevó un palmo la autoestima de un Tour mesetario. El champán es gaseosa en la sobremesa de la carrera francesa.
Tal vez por el orgullo o por la nostalgia de tiempos pretéritos, siempre excelentes y luminosos en el Ineos, la escuadra británica se comportó como se supone en Francia, el sitio de su recreo. Subyugado el Tour al amarillo Jumbo, el pantone de moda del ciclismo, la dinastía Brailsford, esa que enrosca campeones del Tour con distintas denominaciones de origen, sacó la cubertería de plata en el Col de la Lussette, el áspero y estrecho tránsito hacia Mont Aigoual. Ineos, camuflado en el anonimato desde Niza, alumbró el sexto día, rotulado en rojo entre los nobles. Van Baarle se descamisó y se puso al frente de la división británica, que decidió agarrar por la pechera la carrera. Kwiatkowski, Castroviejo y Carapaz componían el árbol genealógico que desemboca en Bernal, el campeón del pasado curso. El espigado Van Baarle dispuso las brasas sobre un asfalto viejo, rugoso y angosto, sin el lifting de las cumbres que esculpen la mitología del Tour. La Lussette era un descubrimiento donde se desempolvó Fabio Aru, aspecto de ciclista de otra época. Espasmódico y bamboleante en su coreografía, quiso reivindicar su nombre, caído en el olvido. El italiano abandonó el grupo de favoritos agitando el manillar de este a oeste. Van Baarle ni se inmutó. Enarcó la ceja. El Ineos no contempla a los actores secundarios.
El relevo Van Baarle lo recogió el infatigable Jonathan Castroviejo, contrarrelojista en la montaña. El de Getxo determinó el tumbao al caminar. Aunque constante, al Ineos no le alcanzó para desencajar los rostros. El grupo aún era panzudo en un puerto puñetero y duro que invitaba a la precaución porque todos temían al abordaje. El Col de la Lussette (11,7 km al 7,3%), desconocido y exigente, era ideal para radiografiar a los patricios de la carrera, muy próximos entre sí en el recuento de la general. Aparecieron todos juntos en la foto de familia. Adam Yates, que ha fichado por el Ineos, se tachonó a su futuro. Uno más en el vagón del Ineos. En el presente es el líder. Ante el riesgo del K.O. nadie osó bajar la guardia en el ring. Impera la diplomacia y el cerebro sobre las pulsiones. Los generales piensan en la gran guerra. La quietud de los favoritos animó el pedaleo de Alexei Lutsenko, el forzudo de la fuga que llegó a la Lussette representada por Powless, Roche, Van Avermaet y Herrada.
Por detrás, Castroviejo no era capaz de adelgazar el grupo, pero el resto no podía desatar el nudo del getxotarra. El atractivo y altivo Col de la Lussette pasó como otra noche que pudo ser y no fue. Hasta Pogacar, al que le seseó la rueda, pinchada, se recompuso de inmediato y regresó al grupo de favoritos sin sofocos. Mikel Nieve, lugarteniente de Yates, pastoreó la subida a Mont Aigoual, comodísima. Una siesta sobre un chaise longue. Yates silbaba y el resto de favoritos se apretujaba en la clandestinidad, sin más pensamiento que restar otro día. "Todavía queda mucho Tour", se escuchó en meta. Será demasiado y aburrido si no cambia. El modo ahorro se impuso una vez más. Todos juntos y de la mano. Solo Alaphilippe quiso enmendar el grotesco error que le hizo perder el liderato el día anterior. Su arranque gaseoso no le bastó para arrebatar el champán a Yates. Catenaccio en el Tour.