Eduardo y Marisol han tenido tres. Eneko es el mayor, Unai el de en medio y Aimar, el más reciente, apareció en un de repente. “Fue un fallo mecánico”, suelta Eduardo a través del manos libres aguantándose la risa. Tres pelotaris. Los dos primeros vuelven esta temporada tras un tiempo alejados de los frontones. El chiquitín está empezando. “Anda probando”, me cuenta Eneko. A rebufo de sus hermanos, Aimar ha respirado pelota toda su corta vida. Ya va en serio. Esta temporada se ha decidido por la pelota a mano -la prefiere a la herramienta- y probará si “eso del ciclismo es tan bonito como parece”. Le encanta la bici. Tímido hasta no hace nada, a los ocho años “ha aprendido y mezclado lo que ha visto de sus hermanos”, dice el padre. “Es un bicho”, entrecomillo que dijo Eneko, cuando debí escribir otra cosa, lo que le salió de la boca al referirse al pequeño, su viva estampa, un chaval fuerte de espalda ancha y buen brazo; es “un carbón”, con la “erre” y la “b” cambiadas. ¡Un figura!
Eneko Fernández San Juan nació en septiembre de 1996 en Vitoria, pero “soy de Durruma”. San Román de San Millán, perteneciente al municipio de San Millán-Donemiliaga, en cuyo Ayuntamiento, Eneko y el resto de concejales, tratan las cuestiones que tiene que ver con el día a día de los 15 pueblos de toda la zona.
El señor concejal ha regresado al frontón. Al no poder entrenar en condiciones, condicionado por el trabajo, y al poco de cumplir los 20, toma la decisión de dejar la pelota. Unos meses después Unai hace lo propio. “Nos quedamos sin ritmo, sin fuelle y, con mucha pena decidí dejarlo”. Mataba el gusanillo con el frontenis y el squash, “que no eran lo mismo”, y vuelve hoy, otra vez, “pero con la paleta a goma y filosofía distinta”. Los dos hermanos y un tercero, Ion Kintana, forman la terna de Araia en el Provincial. Con una idea fija: “pasarlo bien”. El equipo surgió de una apuesta. El que perdiera en un mano a mano de paleta entre Ion y Unai pagaba la comida del otro. En esa comida “surgió la idea”. Eneko se apuntó de suplente. Los hermanos se estrenaron contra Cortázar y Berrueta, de Errekaleor, “y nos dieron de lo lindo”. El frontón vuelve a formar parte de su vida, pero sin planes. “Vigilaré a Aimar”, dice, “aunque es Unai quien se ocupa de entrenarle”.
Siendo unos críos el padre les preparó un frontón de pega, en la bajera de casa, de apenas diez metros de largo, cinco cuadros y chapa, donde los dos mayores entraban en pelea y el padre contra los dos. “Aita ponte tú, que Unai no da una”, decía Eneko cuando el segundo apenas levantaba un palmo del suelo. Eneko era serio y Unai “un jatorra”. No paraban de discutir todo el día. Por todo. “Menos en la cancha”, coinciden Eneko y el padre. “Discutían por la silla en la que se sentaban a comer”, recuerda Eduardo y, en la vida, “nos peleábamos por cualquier cosa”, subraya Eneko, “pero en la cancha éramos los mejores amigos”. Ellos, y también el padre, estaban encantados de jugar juntos. Eneko en la zaga, con un gran golpe de derecha, tranquilo -“fuera de cancha tengo mala hostia”- y Unai más nervioso, rematador, “muy Bengoetxea”, resume Eneko.
No les viene de casta, aunque Eduardo influyó lo suyo para que los hermanos eligieran pelota en lugar de fútbol “como todo el mundo”. El abuelo Emilio, el patriarca, “ágil de coco”, cuenta Eneko, prefiere el mus. “No se pierde una partida, desde Agurain hasta Pamplona”. Eneko empezó a jugar a los seis. Cuando al año siguiente le tocó empezar a Unai se fueros juntos a Olazagutia. No había gente de su edad en Araia. Hechos en Navarra, no volvieron a competir en y por Álava hasta 10 años después. Ricardo fue su maestro, un hombre serio y recto, entrenador de los de entonces, de mucho corregir, y en voz alta, “al que suelo ver cada vez que voy a Alsasua para estar con Leire”. Leire es la novia. Su primer compañero fue Eduardo Gastaminza y juntos, subcampeones del valle de Sakana. Un año después, en compañía de Unai, ganarían el campeonato contra Iragi e Iker Grados. “La txapela nos la puso Aitor Zubieta”, recuerda orgulloso. Los Fernández marcan territorio y dejan sin txapela a los “sakanícolas”, como les llama Eneko. El primer partido de blanco lo había jugado en las fiestas de San Román con otros tres chavales de los que “no recuerdo sus nombres”. Aquella cita se fue repitiendo año tras año. El festival era así: hermanos Fernández contra? otros dos. Tiene más campeonatos que txapelas. Con Asier Díaz de Heredia ganó en Barañain y con su hermano, con quien se encontraba cada dos años, se impuso en los provinciales de frontón y trinquete en categoría juvenil.
En la final del provincial de frontón “jugamos nuestro mejor partido”, dice. Habían sufrido mucho durante el campeonato, pero “tuvimos un final plácido” contra Díaz de Heredia y Kandela en el partido decisivo. Aquella misma temporada, después de estrenarse con “más pena que otra cosa” en el trinquete, ante Beñat Kandela, “me prometí” -se lo comentó a quien quisiera oírle, incluido el entrenador Aitor Luzuriaga- “no volver a jugar nunca más en ese sitio”. Sin embargo le hicieron cambiar de idea y le convencieron para jugar por parejas con su hermano. “Íbamos sin ninguna confianza pero acabaríamos ganando la final a Sevilla y Kandela”. El éxito les llegó nada más volverse a Araba. Les acogieron en Zaramaga hasta que salió grupo en Araia. Íñigo Ladrón de Guevara se encargó de los hermanos y de un par de chavales de la zona: Aitor Zerain e Ibai Ortiz de Guinea.
Recuerda aquella como una buena época. Gareth Arregi le ganó la final del provincial. “La peleé, me ganó bien y me rompí el escafoides”, recuerda. Paró tres meses y dejó sin semifinal a su compañero del parejas, Pablo Campo, “hoy de la cuadrilla”. Ese mismo año, recién llegado, jugó el Virgen Blanca con Díaz de Heredia, con pocos puntos y también lesionado, “pero llegamos a la final”. Arregi y Saratxaga fueron mejores.
Eneko es un chaval, joven aún, que retoma su pasión. Aquella que, arrastrando a toda la familia, le llevó por carreteras de media Euskal Herria. Ganando partidos, jamones y amigos. Y vomitando en cada viaje. “Se ponía malísimo”. El segundo y el tercero aguantaban mejor.