para los deportistas llega la puesta a punto después de un verano plagado de excesos o al menos de posibilidades para saltarnos la rutina nutricional que tanto éxito nos ha dado a lo largo del año. Debemos volver a abrir nuestra agenda de recetas y alimentos saludables, para recuperar ese punto de forma perdido, pero jamás perdiendo el gusto por el placer que supone comer.
En este ya el final de septiembre pega los últimos coletazos un producto estrella (sobre todo de junio a octubre): el tomate. Sabemos que posee un sinfín de preparaciones posibles, todas ellas sabrosas para nuestra mente y nuestro cuerpo, pero nos vamos a centrar en su consumo en crudo y sobre todo en por qué hacerlo.
¿Por qué debemos consumirlo? Es un alimento riquísimo en vitaminas C, B y E, con una antioxidante natural como es el licopeno, fibra, y apenas 22 kcal por 100 gramos . Y, sobre todo, si sabemos comprarlo, o mejor aún, si nos lo regalan recién cogidos de la huerta, tiene un sabor espectacular al que nadie se puede resistir. De hecho, es una de las verduras más consumidas a nivel mundial, y por algo será. Destacaría que su bajo contenido en calorías hace que sea muy interesante para su ingesta en esta fase de puesta a punto.
¿Cuál comprar? ¿Dónde comprarlos? Con la oferta que existe hoy en día de tomates, a veces nos resulta muy difícil de decidir cuál sería la mejor opción. Cada tomate es diferente por su textura, gusto y forma. Yo he probado buenísimos de cada una de las clases, pero también malísimos. Por tanto, me decantaría más que en el tipo, (no existe el tomate supremo), en los que están mejor en cada momento o los que nuestro frutero nos ofrece como trending topic del momento. Si nos regalan tomates de la huerta, cualquier clase es de agradecer para la eternidad. Resumiendo: dejar que os asesoren, no siempre el más caro es el mejor, aprendamos a reconocer los buenos y los malos tomates, y seamos agradecidos con cualquier donación que pueda llegar a nuestras manos.
¿Se pela el tomate? No, podría decir que según el caso, pero para mí, siempre es la última opción. Perdemos fibra, perdemos sabor y perdemos esa variable de texturas que nos aporta la rica piel. Siempre que se pueda, todo con piel. Eso sí: no quiero decir que haya que comerse las impurezas, rasponazos, o marcas del tomate. Obviamente esas cosas las desecharemos.
¿A la ensalada de tomate se le echa vinagre? ¿Y sal? Si nos gusta, ¿por qué no? Pero como profesional del tema os diría que no es necesario. El tomate, aunque varía mucho según su clase, siempre tiene ese punto de acidez y mezclado con un buen aceite de oliva virgen extra, que también tiene un punto ácido, hace que el vinagre sea un producto innecesario en este tipo de preparaciones. Incluso dependiendo del vinagre que usemos, podríamos llegar a matar el sabor. En cuanto a la sal, si no tenemos problemas de hipertensión claro que podemos echarle. Al fin y al cabo, la sal es un potenciador de sabor que además nos aporta un toque crujiente, que nunca está de más si lo usamos en su justa medida.
¿Cómo se corta el tomate? Cada uno, como quiera. Pero tengamos en cuenta que al cortarlo los cuchillos sufren mucho, y hay que limpiarlos rápidamente antes de que su acidez acabe con el filo de nuestras herramientas.
Tenemos un montón de opciones, y todas ellas me hacen generar ríos de saliva de una forma alarmante. Pero venga, me voy a mojar con lo que sería mi ensalada de tomate perfecta: primero, una mezcla de tomates, a poder ser lo más variada posible (desde cherry, raf, feo de Tudela, tomata o delicioso tomate pera). Todos ellos cortados de manera irregular en formas similares a gajos. Bañado con un aceite AOVE de la variedad picual, sal en escamas y un toque de pimienta negra recién molida. Y lo último que nos queda, y probablemente de las cosas más deliciosas que hay, es una vez acabado el festín rematarlo tomando, o untando si la dieta nos lo permite, ese caldo sobrante que queda en el plato. Jamás renuncies a ese último placer.
¡Os invito a cada uno de vosotros a buscar vuestra ensalada ideal!