tignes - Solo la madre naturaleza, feroz, imprevisible e indomable, encarnada en una tormenta brutal de granizo que provocó el desprendimiento de las laderas en Val d’Isère, camino de Tignes, el puerto que remataba la etapa, y convirtió la carretera en un río con cascada, pudo con Egan Bernal, el nuevo líder de Tour tras arrebatar el amarillo a Alaphilippe, hecho jirones por el colombiano. En Val d’Isère, a 20 kilómetros de la meta, descargó el cielo entre truenos y rayos. La granizada desbordó torrentes, provocó corrimientos de tierras e inundó la carretera por la que los ciclistas deberían pasar al final del descenso del Iseran. Era imposible. Ni los bulldozers pudieron desahogar la carretera. Fue el día de la Bestia, el apodo con el que se conoce a Bernal. El colombiano, capaz de subirse las montañas sobre los hombros, despellejó al francés en el segundo y apasionante capítulo de los Alpes. Bernal, desatado, fue un terremoto. Su epicentro se situó en las entrañas del colosal Iseran, un puerto que respira a más de 2.700 metros de altitud. El hogar de Bernal. Allí, a 5 kilómetros de la cima, sacudió el Tour el joven colombiano, a un paso de hacerse con la carrera. Su ataque, descomunal, fuerte, largo y profundo estremeció el Tour, que dejó de luto a Francia. Alaphilippe, el líder, se quedó en blanco y Pinot, abandonó. Bernal agitó los Alpes con violencia, los zarandeó con un actuación prodigiosa. En la cima del coloso alpino, donde se paró el crono del Tour por la tempestad, Bernal logró una renta de 50 segundos sobre Thomas, Kruijswijk, Buchmann y Landa y 2:07 sobre Alaphilippe. Además, bonificó con 8 segundos por ser primero en poner pie en el Iseran. A falta del cierre alpino, el colombiano manda en la general con 48 segundos sobre el francés y 1:16 sobre el galés.
A Egan Bernal le subieron en coche para vestirse de amarillo. El liderato se lo ganó en el Iseran. A todos los derrotó el prodigio del Ineos en una ascensión gloriosa. Bernal es un elegido. En el techo de la Grande Boucle, Bernal tocó el cielo. Fue el primero en abrir huella en el mastodóntico Iseran. En esa cima se congeló el reloj del Tour. Camino de Tignes, donde moría la jornada, una avalancha de piedras colocó un muro infranqueable sobre la ronda gala. La noticia la supieron los corredores en el descenso del Iseran, cuando la carrera, dinamitada por el colombiano, saltaba por los aires y Alaphilippe era un escombro. Bernal, que coronó con 2:07 sobre el líder, bajaba con Simon Yates, procedente de una fuga, cuando un enlace de carrera, a modo de emisario de Prudhomme, el director del Tour, le dijo que aquello, su gesta, quedaba frenada. También tiraron de la maneta del freno del grupo que perseguía a Bernal: Thomas, Kruijswijk, Buchmann y Landa... A Alaphilippe, en un isla, un Robinson sin Viernes, sin contacto, alejado a más de dos minutos de Bernal, le echaron el alto. Fue un alivio para el líder, al que le visitó un milagro en modo de tormenta. El francés tenía aspecto de perder hasta el apellido en Tignes. Sin nadie que le apoyara, con los mejores de la carrera por delante, Alaphilippe se hubiera quedado, probablemente sin un lugar en el podio, donde aún persiste.
A otro francés, a Thibaut Pinot, le visitó la desgracia mucho antes de que se incendiara el día. Roto por dentro, con el alma partida y el corazón desgarrado por un dolor inconsolable. El escalador que soñó con los Campos Elíseos era un lamento, infinita la desesperación cuando se subió al coche de equipo. Entonces se tapó la cara y lloró su desconsuelo. Lágrimas de frustración. Cojo, amputado por el estrés muscular que le desgarró el organismo, Pinot se descabalgó del Tour, que no tiene piedad ni con los valientes. “No queríamos perder la esperanza, pero el dolor era demasiado fuerte. Ha sido imposible continuar”, dijo su director. El rey del Tourmalet, el quinto de la general, enrolló su desgracia y se fue. El Tour lloró su despedida.
Pinot nunca llegaría a Tignes y miró con nostalgia lo que quedaba. En realidad, nadie en bicicleta pisó la llegada. Antes de que se desatara la tormenta, el Iseran abrió las fauces. Quería devorar los cuerpos, a los que solo les quedan los 21 gramos del alma, la piel y los huesos. Ineos construyó el altar de los sacrificios. Castroviejo, el mejor caballo de tiro, resistente y tenaz, prestó sus piernas en la aproximación. Reventó. Se fue al arcén. Allí le tomó el testigo Van Baarle, que se dejó caer de la escapada y calentó aún más la ascensión. Ineos mutó en el Sky. Poels se destacó después. El Iseran entró en estado de ebullición. Thomas no se le pensó y lanzó la primera salva. Al ataque. A romper. El cambio de ritmo del galés apretó la garganta de Alaphilippe. Kruijswijk respondió al envite. Otro latigazo. El líder, trémulo, era una imagen borrosa, a punto de la claudicación.
bernal dinamita el tour Entonces, ira y fuego, pura lava, escupió fuego Egan Bernal, poderosísimo en las cumbres que provocan el estrangulamiento de los pulmones. Arrollador, imponente, abrumador, el colombiano era una estampida en sí mismo. Vestido de blanco, el mejor joven de la carrera, apenas 22 años, el imberbe Bernal era un ciclón que quería el amarillo. Arrasó con todo. Se erizó y contó cadáveres a su espalda en cuanto puso el gesto de guerrero. Alaphilippe sabía que allí estaba su lápida. Escuchó el réquiem entre jadeos. Thomas, Buchmann y Kruijswijk peleaban por no desprenderse del todo ante la agitación de Bernal, un mar embravecido. Puro oleaje. Pleno de voltaje, Bernal electrocutó al Tour, que iluminó con una luz cegadora, exuberante. A Alaphilippe se le apagó la bombilla. Vela sin lumbre. Todos le abandonaron en medio del tiroteo. Sin socorro. Por delante, Bernal mordía el asfalto con su profunda pedalada. Lo araba. Nada de molinillo. Desgastó la montaña a paladas para enterrar al resto de rivales, incapaces ante el empuje del colombiano. Imposible achicarle. La Bestia estaba suelta y era peligrosa. No había cadenas ni bozal que pudiera detenerle la furia. Holló el Iseran con más de un minuto sobre el resto de favoritos, Landa incluido, y 2:07 sobre el desvencijado líder. Solo la tempestad desatada camino de Tignes congeló su Tour.