Bilbao - En el principio fue el trabajo. Y también la conjugación de su verbo como idioma único de Danel Elezkano y Beñat Rezusta. Fue antídoto en días de veneno, sustento en días de hambruna, músculo en días de trinchera y polvo en los párpados. Ojos rojos. Días de gloria. Tardes de oxígeno. En el principio existió el cemento y el cemento fue principio. Y el cemento fue lana, porque se convirtió en txapela en la final del Campeonato de Parejas. Y la final acabó transformándose en sorpresa, agujeros en los bolsillos para los apostadores -los corredores anunciaron por Irribarria-Zabaleta el doble a sencillo a bombo y platillo en un mundillo redondo donde lo absoluto no existe- y delirio colorado en un paso adelante de Elezkano II, que llegó después de un prodigio defensivo de Rezusta, zurdo para la leyenda, quien conquistó su segundo cetro de la modalidad y se atornilla a un trono únicamente discutido por José Javier Zabaleta, su rival de ayer, pegador incontestable, ahumado por la rotunda fotografía rival. Y la fotografía, todo color, muestra a un zaratamoztarra de manos de estibador y galones de mariscal, compartiendo perfil estajanovista con un Rezusta superviviente. Y la supervivencia fue premio. Y el premio, una txapela. El final trajo un grito al cielo del vizcaíno, al que terminó abrazando su mentor de juventud Mikel Etxegia con la fuerza de un ciclón y con un momento de dulzura de su hermano Ander. Danel se lo dedicó a mucha gente, pero, en especial, a su aita, Jokin. El final fue de dulzura colorada, que terminaron todo piel y hueso, pero enteros. Lo celebraron con los suyos sin quitarse siquiera la txapela de la cabeza. Y pesa. Es de cemento.

Fue Zabaleta un espectáculo. Y la defensa de Rezusta, un metrónomo sin frenos. El camino del bergararra durante toda la competición, diecinueve semanas de martillo pilón, de electricidad, se anuda a la capacidad de sacrificio, de sufrimiento. La solidaridad con Danel, compatibles hasta el tuétano, en el que tienen tatuado el comunismo y la colectivización del sudor, hoz y martillo, le pasó factura al pegador de Etxarren y asoló a Irribarria, que descorchó tarde la semifinal. Yo trabajo, tú trabajas: nosotros trabajamos. El verbo se hace carne.

Irribarria conjugó tarde el partido, que no fue brillante en su primera decena, pero sí duro. El descorche le pasó por encima. No se encontró. Hay días. Tampoco ayudó Elezkano II, a cada paso más entonado. Defendió una barbaridad en el ancho. Fue luz en los puntos ciegos de los cuadros alegres. Rezusta se encargó de serenar el nervio de su homólogo y de tapar el txoko si tocaba. Si bien perfectos los rivales, la entrada tímida de Irribarria fue un peaje para los azules. El zurdo de Arama se recuperó en los momentos finales en pos de una reacción que nació de las entretelas y falleció en tres chapas. Dos de ellas, claves: un gancho con el 16 iguales tras levantar un 16-11 y una paradita con el 21-19 después de rebelarse al 21-17 que dictaba la única salida del cara o cruz. Ese fue el epílogo del partido. Los azules iban a tumba abierta. Sin freno. En cierta medida, la distancia en la delantera fue la que terminó por desnortar un partido que comenzó 6-1 y siempre tuvo dominio colorado en el luminoso. Elezkano II y Rezusta rompieron unos pronósticos que jamás fueron justos con cómo habían estado en el Parejas. Golpe en la mesa.

En el principio hubo distancia. Y de la distancia se forjó un trono. Irribarria, incómodo y romo, quedó anulado por el poder largo. El zurdo y Zabaleta se arrojaron al músculo para eliminar a Danel. Rezusta entró en el mundo laboral por la puerta grande. El debate entre los dos guardaespaldas fue magno: forzado Beñat y chisposo José Javier, elegante.

El comienzo puso en órbita a la combinación colorada, pero el panorama no se aclaró. En total, 670 pelotazos para construir un título. En cualquier caso, la claridad de Irribarria-Zabaleta en anteriores episodios fue a chocar con un muro. Aunque el 6-1 del despertar fue una losa, los azules se esforzaron en trabajar. En buscar la espalda de Danel. El objetivo: provocar una tortícolis, romperle el juego. La cosa funcionó en cierta medida, pero el acierto no acompañó a Iker, que no se encontró. La esencia se quedó en el pelotazo largo y un sotamano espeluznante. Rezusta llegó a defender con sotamanos de zurda desde el siete inapelables. Sujetó. No hay bíceps que frene el poder obrero. Varios errores colorados pusieron pimienta después. Beñat bailó con el cansancio. Fue lo que salvó a los pegadores. Tres fallos consecutivos restañaron las heridas en el luminoso. Y comenzó la huida hacia adelante. 6-5. ¡Peligro! En plena escalada, Irribarria pegó un pelotazo a la chapa de arriba. Y cambió la tendencia. Otro estirón. 9-5. Sin huecos. Sin premio azul. Impotencia. Aun así, Zabaleta rozó lo soberbio y levantó dos pelotas imposibles para anotarse el 10-10.

Y Danel dio un paso al frente tras el sacrificio de Rezusta. Asumió galones. De los galones se pasó a la actividad y de la actividad a la autoridad. Se colocaron 16-11. Pero no hubo tregua. Iker se encontró. Mejoró. Remató desde las cenizas. ¡Ya estoy aquí! Pero les costó elaborar por la defensa rival. La chapa en plena igualada (16-16) le rompió el gesto. El vizcaino obró otro arreón (21-17) e Iker respondió (21-19). Una parada murió entre el cemento, que fue principio y fue final.