El más duro a ambas orillas del Misisipi, no hay otro como él al sur de Río Bravo, ni nadie más bronco al otro lado del Pecos. La pistola más rápida del viejo y nuevo oeste. Un agente de la ley al que el antiguo general de artillería del ejército republicano, prolífico novelista después, Marcial Lafuente Estefanía, hubiera utilizado como modelo en sus historias baratas de vaqueros. El viejo sheriff, un seis pies de mirada amenazadora y gatillo fácil, abandona la jefatura de su brigada de comisarios a la que ha estado ligado los últimos 18 años. Ha guardado su vieja estrella en el cajón, cerca de su 45, aún humeante, y el cargo en manos de Edurne Junguitu, la nueva comandante de los Rangers. Jaime Otxoa de Alda Marañón es natural de Antoñana. Allí nació un 25 de julio de 1943. “Es un remangao y helao de frío”, describe Íñigo, su hijo varón, como el padre, protagonista de un breve episodio de práctica con la pelota. El chaval apenas jugó brevemente en el club de Maestu y Jaime, como los otros niños, también trasteó algún tiempo, hasta que cumplió los 14 y tuvo que ayudar al padre en las labores del campo. Los hermanos Oquina destacaban por entonces entre los de su misma edad, chavales de la montaña.
Con la mili cumplida retoma el mundillo cuando baja al pueblo de vacaciones y más aún cuando toma como esposa a Nati Martínez de Apellaniz, natural de Maestu, donde empieza a echar una mano en el frontón descubierto del pueblo y al poco en el club de pelota. Natitxu, con el tiempo, aprendería lo que no está en los escritos -“Sabe más que nadie”, confiesa Jaime-, le acompañaba siempre que podía cada vez que le tocaba hacer de juez y, sobre todo, cuando llegaba la hora de disfrutar de las ferias grandes y principales pueblos y frontones cuyo concurso dependía en gran manera de nuestro protagonista, responsable, como delegado de material, de que las pelotas estuvieran siempre vigiladas y en óptimo estado. En más de una ocasión las llevaba consigo en una maleta de madera al restaurante que fuera, levantando suspicacia y sorpresa por lo aquella contuviera. Nati hacía de secretaria, de inspectora y hasta de redactora si hiciera falta. Una compañera ejemplar, sin duda, “a la que tantas veces dejé en la carnicería, al mando de todo, junto a los empleados, mientras yo tenía que salir a todo meter donde fuere”. Javi Gómez ha sido colaborador directo, juez y compañero de Jaime. El hombre de las cuentas. “Como juez, Jaime ha sido, es, muy recto, con el reglamento siempre en la mano. Y como persona, un amigo preocupado y solidario por todo y por cada uno de nosotros”, resume. “Es un juez meticuloso”, reconoce Ortiz, ya retirado, tantos años compañero, “puntilloso en ocasiones, metódico e inflexible. Y como persona un buenazo, aunque con el roce de tantos años hemos llegado a discutir como un matrimonio”.
mil anécodtas en mil partidos La recién elegida presidenta del Colegio Alavés de Jueces, Edurne Junguitu, de la última hornada de mujeres llegadas al mundo de la pelota “gracias a él, un tipo genial, atento y amable, dispuesto a echarte una mano”, coincide con el resto cuando considera a Jaime “un juez serio, correcto y metódico que me ayudó mucho desde que decidí hacerme jueza”. El pasado martes dirigió el último festival como presidente de los jueces, en Maestu precisamente y junto a José Ignacio Pérez de Leceta. Han sido 18 años al frente de los jueces alaveses y 12 más antes como uno más. Desde 1990. Se está pensando sacar o no la licencia para la temporada recién comenzada porque la gran fiesta del pasado 9 de agosto en los Fueros fue un homenaje y reconocimiento a su labor y figura, “que no una despedida”, dice. “Pon eso y que yo lo vea”. Le animaron en el club y, sobre todo, Aramendía, amigo, gran juez y directivo de la internacional. Ha protagonizado mil anécdotas, en mil partidos, y ante y contra algún que otro pelotari. No ha dirigido más de una docena de Festivales Profesionales. “Esos los dejaba para los demás”. Como presidente, sólo uno y el primero, en Maestu tuvo que ser, con Oreja III y Tolosa en cancha. “Lee bien el reglamento. Eso es esencial”, le dijo Aramendía, y él siguió al pie de la letra la recomendación. Luego aprendió que era fundamental estar bien colocado. El de atrás, donde él más actúa, atento a la chapa de contracancha, y el “pasa” y el de adelante, el principal, ojo avizor al saque y el juego en general. De una treintena de jueces cuando empezó quedan 18. “Nos vamos haciendo mayores, la afición ha descendido y hay compañeros que prefieren hacer otras cosas o la mujer aprieta”, reconoce. Con Edurne llegaron Rosi Serrano y Ana Fernández. Ya estaba María Sánchez y años atrás, Cristina y Naroa, madre e hija de Dulantzi. Y la primera, Arantxa Altube, “extraordinaria”, que hubo de dejarlo cuando se fue a estudiar a Pamplona. Si hace memoria destaca a Aristimuño, “era muy bueno”, a Amancio García que “estaba siempre a lo que había que estar”, a Domenzain “por su seriedad “? El frontón de Araia, el abierto, “con dos columnas en contracancha” era el más difícil de todos. El de Los Fueros es “el que más me gusta”, porque todo en él es espectacular, “es pura pelota, la de siempre”. El Ogueta es su preferido. “Ojalá se le pudiera subir un poco la chapa superior del frontis”, reclama. Y está el Astelena, “la catedral”, “por bonito y acogedor”. El Labrit es coqueto y Miribilla? “ese no me gusta”.
De pelotaris admiró a Oreja III, “un señor con dos buenas manos, gran gancho y moral frágil”. Disfrutó de los últimos años de Ogueta, un pelotari con “arte y don”. “Con el material de hoy no hubiera tenido rival nunca”, remata. Ha peleado con clubes, pelotaris y técnicos federativos. Seguirá echando una mano en el Comité de Competición, de supercicuta y conciencia, “peleando por el reglamento y la normativa”, como buen comisario. Luzuriaga le considera “responsable y comprometido a la par que amigo”, y Mikel Rafael, “gran trabajador y compañero de viaje”. Se desvive por la pelota, coinciden en la Federación. Es un hombre duro, un poco Harry el sucio, como Clint. Un mucho como Eastwood en El gran Torino. De metal derretido por dentro.