El otro día se presentó el trofeo de la Final Four de Vitoria y poco después Baskonia disputó el título del bolo veraniego de la ACB contra el Madrid. Todo lo que va a pasar a partir de ahora es una mezcla de las expectativas generadas en la Supercopa y la ilusión, presión o como lo queramos llamar de poder coronarse campeón de Europa en casa. Estas pachangas de septiembre, que en fútbol se juegan en agosto, las carga el diablo. Con los equipos normalmente incompletos y seguro que a kilómetros del punto óptimo de rodaje, casi nada suele ser lo que parece. Que uno esté un poco más avanzado en la preparación física o que haya mudado menos su plantilla respecto al curso pasado puede plantear o disimular una diferencia de manera crítica. Le pasó al Madrid en 2017. Un mes después de destrozar al Barcelona en un torneillo de estos ya había perdido LaLiga. Baskonia se presenta en esta temporada con el proyecto más continuista que se recuerda. Por primera vez desde 2012 regresa el entrenador que estaba antes del verano y el bloque, más allá de Beaubois, se mantiene. Con todo lo impredecible que es el deporte, nada debería privar a Baskonia de un inicio rápido. Los sistemas están ya interiorizados y no hay tanta pieza nueva que asimilar. Asumido que es una gran noticia para Vitoria organizar la Final Four, soy un escéptico de que albergar un evento así te de una ventaja competitiva. Sí, ya sé que Baskonia fue campeón europeo en casa y que el Madrid también volvió al circuito de ganadores continentales como local, pero creo que para los jugadores es más un marrón que otra cosa.

Le puede pasar un poco al Atlético de Madrid este año en la Champions League. No hay mayor motivación que jugar y ganar una final europea, sin importancia de que sea en tu estadio o en el del máximo rival. Ni la revancha, ni la localía... Nada puede incrementar las ganas de conseguir un título que el mero hecho de ganarlo. Todo lo que sea extra creo que cruza la línea de la motivación para entrar en la de la presión. Nadie quiere cargar la cruz de perder una final en casa. Que se lo digan a Brasil, por ejemplo.

Wakaso Mubarak es el centrocampista de cabecera de Abelardo en este grandísimo inicio de temporada para el Alavés. Las dudas con este chico siempre han tenido que ver con su temperamento y con la toma de decisiones. Durante mucho tiempo ha parecido ese jugador que en cualquier momento te puede dejar con diez o que es capaz de ponerse a regatear en su área, perderla y que te cueste un gol. Y durante mucho tiempo esto era verdad. No era un jugador fiable. Se decía, coincidía con que su entrenador lo mandaba al banquillo, y ya. Porque Abelardo bobo no es.

Ya este curso Wakaso ha igualado su número de titularidades con el asturiano LaLiga pasada. El problema para algunos empieza a asomar cuando su percepción de Wakaso se ha quedado en el pasado y el presente y las decisiones de Abelardo van por otro lado. 450 minutos, dos amarillas, cero rojas, ningún error crítico, ningún momento de sentir que es el perro el que pasea al dueño y no al revés. Hoy en día nuestras impresiones de lo que vemos en el campo se pueden cruzar con infinidad de datos que se nos ofrecen de cada partido. Porcentaje de acierto en pases, mapas de calor y esas cositas. Hace poco un analista dijo en su crónica que Benzema había hecho de nueve puro (conclusión fácil sin Cristiano) y un tuitero al día siguiente le sacó el mapa de actividad con muchas más manchas, y más vivas, en la banda y el carril del diez. Benzema sigue siendo lo mismo pero Wakaso no, al menos estas cinco semanas. Si nos quedamos en el Wakaso loco lo mismo un tuitero al día siguiente va y te dice que ha hecho un 92% en pases y tal. Que la mayoría de la gente, como Abelardo, boba tampoco es y mira los partidos. Veréis como si continúa así, al final acabarán diciendo de Wakaso que no te puedes fiar de un futbolista que cambia mucho de coche.