alfacar - Nadie conocía Alfacar, otro descubrimiento de la Vuelta, enamorada de su querencia por las cumbres inéditas, en la que nadie antes dejó huella, salvo los paisanos del lugar y la guerra, siempre presente. En una montaña vigilada por un nido de túneles y trincheras de la Guerra Civil en la Sierra de Alfaguara, se impuso la tregua entre los favoritos. Solo la escaramuza de Simon Yates, que arrebató medio minuto a Kwiatkowski alteró otro día en el horno, que viene siendo la partitura de la carrera, secuestrada por el sol. Los golpes de calor hacen más daño que los puñetazos de autoridad. En Alfacar reinó la mano solidaria de Ben King, que nada tiene que ver con la aristocracia. “Es un sueño hecho realidad. No me lo puedo creer”, dijo el corredor de Dimension Data, la mano de Qhubeka, la que reparte bicicletas en África para cambiar el mundo. “Decidí creer en mí en los 200 últimos metros, pero he llegado totalmente destrozado. Estaba vacío, con agujetas, mucho líquido en el estómago de todo lo que había bebido durante la etapa”. La siguiente copa fue de champán. Gloriosa. El norteamericano se impuso a Stalnov, ambos procedentes de la fuga del día, la que quiso el Sky de Kwiatkowski, el líder que mantuvo su condición en el primer final montañoso tras la chepa de Caminito del Rey. El polaco concedió un puñado de segundos con Simon Yates, que no se paró quieto. El inglés y Buchmann fueron los mejores entre los favoritos, que revolotean apretados. La Vuelta es el camarote de los hermanos Marx.
Entre océanos de olivos y pueblos que se pintan la cara de blanco para esquivar el sofoco y el sol inmisericorde, en un decorado ideal para Curro Jiménez y no menos atractivo para los westerns de Sergio Leone, donde los planos cortos sostenían el peso dramático de la muerte entre disparos, desenfundaron Ben Gastauer (Ag2R), Nikita Stalnov (Astana), Jelle Wallays (Lotto-Soudal), Ben King (Dimension Data), Pierre Rolland (Education First), Lars Boom (Astana), Óscar Cabedo (Burgos-BH), Luis Ángel Maté (Cofidis) y Aritz Bagües (Euskadi-Murias). Otro zapador del Euskadi-Murias, un equipo al que le toca escapada por día. Una buena costumbre en el estreno de la muchachada de Jon Odriozola.
Encadenados al espíritu de los cuatreros que huyen tras asaltar un banco hacia la frontera, recorrieron la serranía en busca de la buena ventura. La cuadrilla del shérif Michal Kwiatkowski, con su estrella brillante sobre la casaca roja, dejó que los comisarios del Sky trotaran, sin forzar, para hacer frente al galope frenético de los que quieren dejarlo todo atrás para llevarse el botín del futuro. El tesoro estaba escondido en la sierra granadina de la Alfaguara, que rememora al poeta universal, a Federico García Lorca, asesinado por los fusiles de la sinrazón. A Lorca lo enterraron cerca, pero no se sabe dónde, en otra de tantas cunetas que entierran la historia negra de España. Granada, como la poesía de Lorca, le dio altura a la etapa por su escultórica pose, por la majestuosa Alhambra y el maravilloso Albaicín, el marco que encendió a Stalnov, Wallays y King, el líder virtual, que se despegaron de sus compañeros cuando olfatearon el puerto, que resoplaba a un par de brazadas. Wallays agitó la bandera blanca y Stalnov y King se encaramaron a las faldas de Alfacar, perseguidos por Rolland, que resistía.
el látigo holandés Por detrás, el Lotto NL rompió la calma chicha y dispuso toda su artillería. Fuego en el infierno que abrasó a Pello Bilbao, calcinado en la parrilla andaluza. Sin resuello, la escuadra holandesa ideó una tortura y convirtió un puerto imberbe, que debutaba en la Vuelta, en un coloso que mordió con saña. King y Stalnov discutían la gloria de los jornaleros, mientras menguaba el grupo de favoritos, que padeció el látigo de Kuss. De la percha se descolgaron muchos, cimbreados por el sufrimiento. En él se ensortijó Zakarin, doliente, que no pudo seguir el redoble de la banda holandesa. Otra víctima. Como Nibali, desconectado cuando el puerto elevó el mentón. De la Cruz se vio en la cruz, pero pudo quitarse los clavos a tiempo. La ascensión fue de cuellos estirados, bocas abiertas y maillots a dos aguas para refrescar el bochorno interior y la hoguera que crepitaba el organismo, siempre al límite en una subida sin aire, de aspecto claustrofóbico, que aniquiló Pello Bilbao, derretido al sol. Miguel Ángel López, su líder, se manejó con solvencia, al igual que Ion Izagirre, el capitán del Bahrain. En su primera Vuelta, Izagirre tiene duende aunque es hijo de la lluvia.
También los es Simon Yates. El inglés que asombró en el Giro de Italia hasta que se quedó deshabitado, activó su pedaleo de aire pizpireto y despreocupado. Ganó unos metros y después un puñado de segundos en meta porque entre la docena de nobles no había sobrantes. Nairo Quintana se cobijó en la rueda de Kwiatkowski. Fabio Aru bamboleó la cabeza. Valverde, a las órdenes de Quintana, elevó el tono. “He tirado para Nairo para que no se fueran mucho (los rivales) porque cuanto menos tiempo cojan, mejor”, dijo el murciano, firme en un grupo que anuló a Meintjes, Formolo y Woods, que se desparramaron al olvido bajo la mirada de las trincheras de la sierra de Alfaguara. En el tablero de ajedrez, Ben King derrotó a Stalnov. Casi tres minutos después asomó el ímpetu de Yates y Buchmann, que rascaron algo ante la llegada de Kwiatkowski, líder en la montaña que coronó a Ben King, rey en Alfacar.