Las imágenes de la batalla campal que se produjo en los aledaños de San Mamés el pasado mes de febrero, minutos antes de la disputa del encuentro entre el Athletic y el Spartak de Moscú aún siguen muy presentes entre los habitantes de la capital vizcaína. Aquella fue la última carta de presentación de los ultras rusos, con el grupo Fratria, uno de los más violentos de la exrepública soviética y de marcada ideología nazi, a la cabeza. Estos llegaron a Bilbao por diferentes vías e hicieron todo lo posible para pasar desapercibidos hasta el último momento. La gran mayoría de ellos lo logró; los que no, se quedaron con ganas de fiesta. Entre ellos, un radical de 31 años que fue detenido en el aeropuerto de Múnich antes de viajar a la capital vizcaína y al que buscaba la policía francesa por haber golpeado con una barra de hierro a otro hombre, de nacionalidad inglesa, en los graves enfrentamientos entre hooligans y ultras en Marsella durante la celebración de la Eurocopa de Francia de hace dos años. Aquella fue la gran carta de presentación de los ultras rusos ante el mundo; la última fue la del pasado mes de febrero en Bilbao.
Ahora, la pregunta es clara. ¿Volverán a repetirse los lamentables incidentes de Bilbao o Marsella? La duda se resolverá en las próximas semanas. Aunque desde el gobierno ruso insisten en enviar un mensaje de tranquilidad, el aviso llegó hace meses por parte de representantes de los ultras locales: “Para algunos será un festival de fútbol; para otros será un festival de violencia”.
La cita mundialista supone un desafío para el Kremlin, cuyo objetivo en el próximo mes, el tiempo que dura el Mundial, es claro: ofrecer una imagen modélica del país. Un reto para el que las autoridades, con Vladimir Putin a la cabeza, han empleado ingentes cantidades de recursos económicos y humanos en un momento de grandes tensiones internacionales que, eso sí, se han relajado en los últimos tiempos.
Pero sin duda alguna, entre las grandes preocupaciones de los organizadores se encuentra la seguridad. Más aún en un país en el que son habituales los enfrentamientos entre radicales de los principales equipos, siempre con el fútbol como excusa, aunque estos se produzcan normalmente en bosques y descampados, donde se retan a puño limpio, sin armas -algo mal visto en el mundo ultra-, en batallas que reciben el nombre de drakas y que suelen quedar grabadas en vídeo. Todo con tal de exhibir su capacidad para la lucha, pues la gran mayoría son expertos conocedores de distintas artes marciales.
Ahora, con Rusia como excusa para sacar a relucir la violencia con la que conviven prácticamente a diario, unen sus fuerzas contra el enemigo, especialmente ingleses -a quienes se enfrentaron hace dos años en Marsella y Lille, con triunfo para los rusos, mucho más organizados y sobrios que los hooligans-, polacos -con los que chocaron en la Eurocopa de 2012 que se celebró conjuntamente en Polonia y Ucrania- y alemanes. En esa guerra, podrían contar también con ayuda de otros grupos violentos llegados desde Serbia y Argentina.
Pese a la preocupación existente lejos de Rusia, a lo que hay que añadir que la familia real británica no acudirá a la cita mundialista debido al caso Skripal y que el número de aficionados ingleses que se desplazarán hasta tierras rusas será mucho menor que el de las dos citas anteriores, celebradas en Brasil y Sudáfrica, en el país anfitrión aseguran que “se ha exagerado con el problema de los hooligans”. Ese es al menos el mensaje lanzado por Alexey Sorokin, director general del Comité Organizador del Mundial 2018, en una reciente entrevista concedida a la agencia Efe.
“Respecto a la violencia de los ultras, creemos que el problema de los hooligans se ha exagerado. No es una tendencia en nuestra sociedad. No lo vemos como una amenaza global. Claro que está como uno de los retos que hay que cubrir, pero no es una tendencia global dentro del fútbol ruso. A veces puede haber brotes de hooliganismo, pero en general no superan lo que vemos en otros países”, añade. Asimismo, pese a que dice no poder “desvelar los planes de seguridad”, insiste en que harán “todo lo posible para prevenir este tipo de situaciones. Lo de Francia fue una excepción”.
En la misma entrevista, Sorokin admite que “desde el principio” vieron “la seguridad como un asunto de importancia especial” y que el órgano que dirige le dio “garantías a la FIFA de una seguridad máxima” en lo relativo al choque entre aficionados y la amenaza terrorista. En este sentido, el dirigente ruso asegura que han contado con ayuda de “fuerzas de seguridad de otros países”.
MEDIDAS Y SANCIONES Entre las medidas adoptadas por el gobierno ruso está la de señalar a casi medio millar de ultras, que han sido incluidos en la lista negra del Mundial y que no tendrán acceso al FAN ID, el principal salvoconducto para poder acceder a los partidos del Mundial. En total son 467 personas, 157 de ellas moscovitas, tal y como desveló hace algunos días Vladimir Chernikov, jefe del Departamento de Seguridad Regional de Moscú, quien aseguró también que en la Copa Confederaciones, celebrada en Rusia el pasado verano, en una lista similar se incluyeron a casi 200 violentos.
Chernikov explicó también que las leyes rusas recogen que aquellos hinchas que violen de manera flagrante las normas durante el Mundial recibirán multas de hasta 20.000 rublos (algo más de 300 euros), serán arrestados durante 15 días o se verán privados de acceder a un estadio por espacio de uno a siete años. En caso de que el infractor sea extranjero, además de tener que abonar una multa similar, será deportado. Todo por evitar incidentes ante la alerta ultra, una amenaza... ¿controlada?