Rusia es un sugerente destino para todos los futbolistas convocados, al margen de cuáles sean sus aspiraciones y las opciones que se les adjudiquen. Ningún otro escenario supera a una cita mundialista. Quedan pocas horas para que ruede el pelotón, un tiempo para mentalizarse a fin de poder compensar el esfuerzo acumulado en las piernas durante muchos meses compitiendo a nivel de clubes. Cada selección y cada partido serán objeto de seguimiento, nada ni nadie pasará desapercibido, pero para algunos jugadores se reserva una atención especial. Son las estrellas, los mejor pagados del mundo, son los Leo Messi, Cristiano Ronaldo, Neymar y Antoine Griezmann, más famosos que cualquier personalidad del ámbito del espectáculo, líder político o referente económico.
Este cuarteto genera un volumen de información exagerado gracias a que vende en proporción a lo que cobra y, por supuesto, a que su actividad no conoce fronteras. El fútbol inunda pantallas, redes, ondas y papel, y de ellos se espera que triunfen conduciendo al título a los combinados que representan. Se medirán a selecciones tanto o más fuertes que las suyas, pero se les adjudica el poder de establecer diferencias. Sin embargo, los dioses del deporte que arrasa con todo no saben lo que es ganar un Mundial. Una circunstancia que, por chocante, convierte en un desafío colosal su aventura en Rusia. Si quieren el trofeo que falta en su abultado palmarés tendrán que echar el resto. Sobre todo y por una simple cuestión de edad, Cristiano (33 años) y Messi (30), que acaso estén en vísperas de afrontar su última Copa del Mundo. En principio, a Griezmann (27) y Neymar (26) les quedaría al menos una oportunidad más.
Y apurando la reflexión, es Messi quien asume la mayor cuota de responsabilidad, no ya porque sea el más grande de todos, sino porque históricamente Argentina es un candidato firme al éxito en esta clase de eventos: al cabo de 16 participaciones acumula cinco finales, dos de ellas ganadas (1978 y 1986) y es el vigente subcampeón. Cuatro años atrás Messi rozó esa cuota de gloria sin la que le resulta imposible desplazar a Diego Armando Maradona de la cúspide que ocupa en el imaginario colectivo de su país.
En la comparativa pesa como una losa en favor de Maradona el increíble alarde de fortaleza e ingenio con que deleitó en México 86, así como que en la siguiente edición, en Italia, estuviese a punto de repetir la conquista lastrado por un equipo aún de peor calidad y con él mismo mermado por una lesión de tobillo que no le privó de alcanzar la final, donde se impuso Alemania por la mínima y de penalti a cinco minutos de la conclusión. Dos hazañas inolvidables que por el momento valen para difuminar los impresionantes registros de Messi en el Barcelona.
Este será el cuarto Mundial del azulgrana y, por muy inspirado que se encuentre, no da la sensación de que conseguirá subsanar las deficiencias que se detectan en el grupo que capitanea. También para Cristiano es el cuarto Mundial y en su descargo juega que Portugal es una selección de segunda o tercera fila. Es cierto que en Alemania 2006 los lusos acabaron en tercera posición, pero en las dos siguientes participaciones su papel fue solo discreto. Al astro del Madrid le queda el consuelo de la Eurocopa ganada hace un par de años, un logro que marcaría el tope de Portugal y que constituyó una enorme sorpresa.
el desquite Para Neymar Junior, Rusia se presenta como el marco ideal para el desquite. El bochorno sufrido por Brasil en su propia casa en la anterior edición es un episodio imborrable. El Maracanazo de 1950 se rememora como un accidente desagradable y perfectamente asumible, entre otras razones porque enfrente estuvo Uruguay, máximo exponente del fútbol recio, pero es imposible digerir una derrota por 1-7 en las semifinales con Alemania y un 0-3 con Holanda en el partido por el tercer puesto. Pese a que Neymar, por lesión, no intervino en ninguna de estas dos citas, a un tipo que pretende reemplazar a Messi en el cajón del número uno solo le vale el título para resarcirse.
Neymar regresó de una baja de tres meses largos marcando en Wembley la pasada semana -ayer hizo lo propio ante Austria- y su genialidad cuenta con el amparo de un bloque equilibrado que mezcla veteranos con piezas emergentes, todos suficientemente contrastados en las ligas punteras de Europa. Merece partir como favorito, pero idéntico cartel se le adjudicaba cuando ejerció de anfitrión. Corea y Japón 2002, el último Mundial que Brasil depositó en sus vitrinas, empieza a estar muy lejos, demasiado.
El paradigma de la irregularidad en la era moderna de los Mundiales lleva el nombre de Francia, hoy confiada de nuevo en la indiscutible calidad de las muchas figuras que reúne en sus filas, con Antoine Griezmann a la cabeza. Fue apeada en cuartos de final en Brasil 2014, pero más doloroso fue el resbalón en la final celebrada en París que le privó de la Eurocopa 2016. De aquella decepción salió Griezmann elegido como mejor jugador del torneo y ahora el mercado suspira, pendiente de su futuro inmediato.
Su atractivo crece cada día que pasa y Rusia asoma como el escaparate de su definitiva consagración. Sin duda es el peldaño que le separa de Messi, Cristiano y Neymar. Claro que para ponerse a su altura, el galo no dispone del permiso de estos monstruos y tampoco hallará facilidades por parte de otras selecciones donde el colectivo prima sobre la individualidad.