Vitoria - Un niño atrapado en el cuerpo de un gigante. La bondad personificada, incapaz de hacerle daño a nadie. Estas y otras muy similares son las definiciones con las que los muchos amigos de Iñaki Gil han recordado durante estos días al harrijasotzaile alavés, fallecido repentinamente el pasado lunes como consecuencia de un derrame cerebral que no fue capaz de superar pese a la fortaleza de un corpachón que parecía poder con todo.
Nacido en Lasarte el 26 de febrero de 1963, Gil no se decantó inicialmente por el herri kirolak. La llamada del deporte rey le llevó a jugar como portero en el Errekaleor. Sin embargo, la evidencia de que disponía de un chásis perfecto para el deporte rural pronto le hizo abandonar la portería y probar en la disciplina en la que verdaderamente destacó. A finales de la década de los setenta participó en el primer Torneo Interpueblos con el Gasteiz-Mendi y esa toma de contacto inicial le sirvió para dar el salto definitivo al levantamiento de piedras.
Una disciplina en la que carecía de cualquier experiencia pero para la que de inmediato demostró estar perfectamente capacitado. Con esfuerzo y dedicación fue aprendiendo de los consejos que le daban sus maestros y las marcas fueron cayendo a velocidad de vértigo. Para poder entrenar recibió la ayuda del dueño de la empresa en la que trabajaba el por entonces joven Iñaki, que le compró la primera piedra con la que se ejercitaba en sus intensos entrenamientos.
En poco tiempo se convirtió en el harrijasotzaile más destacado de Álava y uno de los más importantes de Euskal Herria, estátus que conservó durante varios lustros. De hecho, hasta el día de hoy nadie ha sido capaz de superar su récord provincial de 260 kilos o la plusmarca de Euskadi de 141 kilos con una sola mano. Durante sus años de plenitud deportiva participó en infinidad de campeonatos y exhibiciones en las que siempre ocupaba un lugar destacado y se convirtió en uno de los principales embajadores del deporte rural vasco. Ejerciendo esta labor acudió a lugares tan diversos como Australia, Estados Unidos o Argentina además, por supuesto, de recorrer prácticamente toda la península Ibérica con sus piedras. Aunque el inexorable paso del tiempo y las consecuencias de algunas lesiones le habían hecho bajar el ritmo, lo cierto es que Gil en ningún momento había dejado de lado su gran pasión y continuaba realizando alguna exhibición de manera puntual.
Pero la figura del inolvidable Iñaki iba mucho más allá de su condición de harrijasotzaile. Con una sonrisa siempre en la boca y dispuesto a ayudar en todo momento a quien se lo pidiese, el Hércules alavés trascendió a su faceta deportiva para convertirse en todo un personaje. De esta manera, protagonizó desafíos de fortaleza de lo más variopinto. Como el que le llevó a entrar en el libro Guinness de los Récords al ser capaz de volcar -dentro del programa de televisión Qué apostamos- diez coches en un tiempo de un minuto y cuarenta y siete segundos, el que le convirtió en el tercer hombre más fuerte de España tras tomar parte en la competición que podría considerarse antecesora del actual crossfit o el que le transformó en improvisado motor de un camión de gran tonelaje.
Fue en el mes de julio de 1997 -en la imagen pequeña- y entre una enorme expectación (se cortó el tráfico de la calle Domingo Beltrán) consiguió batir el récord estatal de arrastre de camión al desplazar solo con la fuerza de su cuerpo un tráiler de 26.240 kilos quince metros en treinta segundos. Son solo algunos de los muchos hitos de la trayectoria de un Iñaki Gil que también llegó a hacer sus pinitos como actor.
Múltiples facetas Inquieto por naturaleza, este gran hombre en todos los sentidos -casado pasados ya los cuarenta con su inseparable Begoña- se convirtió en una figura emblemática de la ciudad, teniendo contacto prácticamente con todos los ámbitos de la misma. Así, durante muchos años, fue portero de un local nocturno sin que apenas se le pudiera recordar ningún pequeño incidente. Siempre con su buen talante como principal argumento, era capaz de reconducir las aguas antes de que se desbordasen.
Con la llegada del verano, retomaba también otra de sus grandes aficiones y ejercía de monosabio en la plaza de toros hasta que la fiesta taurina estuvo presente en La Blanca y el Día del Blusa. Un oficio al que accedió por tradición familiar y que compartía con sus hermanos, siendo hombres de absoluta confianza de todos los ganaderos que traían sus caballos a Vitoria. Así, protagonizó una recordada anécdota cuando fue capaz de devolver a los corrales un toro que se les rebelaba a los mansos y los propios profesionales. Llamándolo desde la barrera a golpe de escoba consiguió que abandonara el albero entre el aplauso generalizado de los presentes.
Pero si hay una imagen con la que todo el mundo identifica a Iñaki Gil es la de su inmenso cuerpo encajonado en un coche minúsculo por las calles de Vitoria. Una cabezonería inmune a los consejos le hizo negarse a obtener el carné de conducir pero eso no le impidió motorizarse. Así, primero al volante de un motocarro y después al de los pequeños vehículos para los que no se necesita permiso, acumuló kilómetros y kilómetros pese a los evidentes problemas que sufría para entrar y salir.
Todo ello, siempre con la sonrisa pícara de un niño grande en los labios. El pasado lunes, cuando su cuerpo ya no pudo más, realizó un último acto de generosidad donando sus órganos para que otros pudieran seguir viviendo. Una nueva gesta de un auténtico txapeldun. Iñaki Gil, el campeón de Lasarte.