El chascarrillo -precioso vocablo- fue como retroceder a nuestra juventud, como ver a Jordi Hurtado en su más tierna infancia. Presenciar la pantomima de Cristiano Ronaldo a la conclusión de la final de la Champions (sí, lo reconozco, me la tragué) me hizo recordar de forma inevitable un maravilloso e inigualable episodio televisivo vivido en 1992. Una jovencísima Mercedes Milá presentaba un programa cultural (cómo hemos cambiado?) titulado Queremos saber. Por aquel entonces, la Expo de Sevilla era una pura maravilla, en los Juegos Olímpicos de Barcelona se clamaba con estilo manoleril “Amigos para siempre” (cómo hemos cambiado bis) y Felipe encaraba su último mandato cada vez menos embutido de pana y más de franela. La joven Milá daba paso a un turno de preguntas entre universitarios que se congregaban alrededor de una mesa de intelectuales (más o menos). Casi al término del programa, y tras una pregunta de un joven en relación al socialismo de entonces (cómo hemos cambiado bis + bis) un veterano contertulio, escritor para más señas, alzaba su brazo para pedir la palabra. Se trataba del ínclito Francisco Umbral, personaje donde los haya, quien esa misma semana había presentado su libro La década roja. Umbral soltó entonces uno de los mejores monólogos de la historia televisiva, con permiso de Eugenio, Gila y Mariano Rajoy. En resumen, con su habitual prepotencia, Umbral se quejó de no haber podido hablar sobre su nueva publicación, para regocijo de los presentes. “Porque yo he venido aquí a hablar de mi libro. Estoy dispuesto a levantarme y a abandonar la mesa porque he venido a hablar de mi libro y no a hablar de lo que opine el personal, que me da lo mismo”, bramó ante el revuelo generalizado y al mejor estilo Fernando Fernán Gómez...

Un cuarto de siglo después, Umbral volvía a berrear el pasado sábado con acento luso, y lo hacía sobre su libro, lo único que le importa. Ronaldo hizo el sábado el ridículo, y lo que es peor, menospreció de forma vil a sus compañeros y al club que le paga (y bien). El momento más extraordinario en la temporada de un gran club quedó minimizado por un personaje prepotente, protagonista, ególatra, narcisista y muchas más cosas acabadas en -ista. “Fue muy bonito estar aquí? El futuro de cualquier jugador no es importante?”, vomitó el compañero Cristiano, nulo protagonista de un encuentro hasta que se vio en la necesidad de hablar de su libro. Un par de horas más tarde, forzado a buen seguro por el departamento de Prensa y por su jefe, matizó que “puede que me haya equivocado en el timming? o no”. Cristiano Ronaldo, maravilloso jugador, no puede soportar verse alejado de los focos. La del sábado fue la cita de un portero de discoteca llamado Karius y de un Bale goleador que también quiso hablar de su libreto. Por cierto, ¿cómo es posible que un galés haga una chilena sin saber español? Gran chiste de mi cosecha, no se enfaden. El golazo de Bale no molestó tanto a los culés como al propio Ronaldo, consciente de que su libro no iba a ser el más vendido en la noche del sábado. Y para colmo, su única internada fue cortada por el sprint de un espontáneo y el placaje de los guardias de seguridad. Mecagüen Mercedes Milá, Francisco Umbral, los espontáneos, las cajas B y Caín por matar a Abel. A Cristiano tan sólo le restaba hablar de su libro para adquirir protagonismo, un libro ya repetido, cansino, de los que debes exponer ante tu jefe cara a cara y no a través de un plasma, como hacía el otro de barbas. Volvió a presentar un autoplagio de alguna de sus obras, pero que sigue siendo del gusto de los miles de madridistas que le perdonan su egoísmo y vitorean como a Julio César en el Coliseo romano. Umbral, cuánto daño has hecho a la solidaridad humana queriendo hablar sobre tu libro durante 26 años seguidos?