Síguenos en redes sociales:

Un hombre del norte a cremallera abierta

Antón Areitio / Puntista

Un hombre del norte a cremallera abiertaFoto: DNA

Con Antón puse a funcionar la grabadora del móvil. Con el resto fue a puro boli, papel y tiempo pero con él, sería el grabador del audio el que trabajara recogiendo el fluir de recuerdos y vivencias que salieran por su boca, a borbotones, en cuanto se abriera la cremallera de su memoria prodigiosa. Meses llevaba detrás de él, hombre ocupado, inquieto, deportista, a caballo entre Gasteiz y la casona de Estrada, y por fin, en mallas y maillot amarillo, con la bici de montaña que coge cada dos días para recorrer los montes de Vitoria, las tierras de Zuya, el Prado y Armentia, la sierra de Cantabria y los caminos cántabros próximos a su casona, donde el ecléctico Antón, a su imagen y manera, ha levantado un hermoso jardín botánico, un bosque contemporáneo con más de 600 árboles donde disfruta, dice, más que en ningún otro sitio. “Va siendo hora de dejarlo”, le dice el traumatólogo, “que ya no estás para la bici o el pádel”. Pero él no hace caso. En breve, le montarán el relevo al chispazo que pauta su corazón y cada vez se ve mejor con la nueva cadera y el espíritu no le muda. Total, que no para. Por San Vicente de la Barquera le conocen bien y los peregrinos del camino del norte a Santiago casi tienen parada obligatoria frente a la sillería de su casa cántabra, donde la cancha de pádel no falta “para invitar a los amigos” y la canasta de baloncesto para las nietas. Los nietos, los mellizos, “en dura pugna con el fútbol” -su padre es el exfutbolista Jon Kortina-, ya están apuntados en la Escuela de Pala del Estadio, donde él empezó, con 14 años, a pegarle a la cesta de manera autodidacta. “Parece que el deporte vuelve a casa con los nietos”, me dice. “A las hijas no les tiraba”.

Le ves, a los 71 años, y aún conserva esa belleza y porte que Zubiaurre, Arrue o Arteta pintaban en sus lienzos, con más o menos realismo. Un tipo alto, fuerte, con buen pecho todavía. Y nariz larga. Y ojos claros y vivos. Conversador y bullicioso. Antón Areitio Lejarreta nació en agosto del 47 en la clínica del doctor Tauste, donde la actual Delegación del Gobierno. Sus padres, José y Segunda, se vinieron de Vizcaya (Ermua y Zaldibar, respectivamente) con su patente americana y levantaron lo que alimentó durante décadas a miles de vitorianos: Areitio, la fábrica de cremalleras, frente al parque del Prado. El hijo, Antón, “estudiante regular” en los Coras, apuntaba maneras para el deporte. Practicó fútbol, hockey y pelota desde muy pequeño. “Se me daban bien los deportes”, reconoce. Y claro, cada vez que visitaba la tierra de los padres, feudo puntista en Markina o en Gernika, lo que primero agarraba era una cesta. En casa no había con quien practicar y lo hacía sólo, en el frontón del Estadio donde se pasaba horas en solitario.

Empezó tarde a competir porque el negocio, los estudios y la familia le mantuvieron ocupado. Al colgar la cesta -“hay que ver cómo te maltrata”, lamenta-, cambió de herramienta. Cogió la pala y siguió compitiendo hasta los 50. Cosechó éxitos en el GRAVN y Liga Vasca junto a Larramendi e Igartua, en pared izquierda y en trinquete, y luego se sumaron al grupo Careaga, los Guevara, Macazaga, Goiko y los jóvenes Bernedo y Orlando. “Se armó el Belén, el circo había llegado a la ciudad”, recuerda. Cada sábado al mediodía, el Maitena se convertía en el templo del espectáculo para la tercera edad. “Aquello era otra cosa”, me cuenta. Era espectáculo, sí, y competencia y juego, pero la rivalidad era terrible. “Alguna vez nos pusimos muy gallos? y hubo más que palabras”, pero eran amigos y todo acababa más que bien.

Aquel fin de etapa coincidió con sus años de directivo. Primero en el Zidorra y luego en la Federación. A pocos meses de la celebración del Mundial de 1986, el comité organizativo atravesaba un mar de aguas inquietas. Era necesario un elemento aglutinador en el renovado Comité Ejecutivo, cuya cabeza correspondía al nuevo presidente de la alavesa, Antón Areitio, en sustitución de Alberto Bengoa. Le acompañaban quienes le empujaron al cargo: Richar Arroyabe, Aramendía, Oyanguren -hombre clave-, Bengoa, Margarita Miñón, de protocolo, Pepe Zubía, Nalda y, claro, los representantes de las instituciones. Cuerda en el Ayuntamiento y Ollora en la Diputación. El Mundial ya estaba en marcha, se enderezó el rumbo, la Internacional fijó el camino y las instituciones estaban ahí al quite por lo que pudiera ocurrir... La pelota salió adelante por sí sola. Resultó un éxito de público, de participación y económico. El nivel de los pelotaris, la calidad de la instalación y la labor de todos dejó la sensación de que Vitoria había organizado el mejor Mundial de la historia. Quedó la infraestructura, las excelentes relaciones con el resto de delegaciones internacionales y 12 millones de la época con los que la Federación tuvo la oportunidad de crecer y mejorar.

Deportista y aventurero, ambos perfiles gasta, se ha abierto hoy para hacernos partícipes de sus viajes por el mundo. Ríos y montañas que atravesó andando o en bicicleta. Historias que le forjaron. Personas que le influyeron. Y el deporte que le dio vida. ”Haber formado parte de la familia pelotazale alavesa, en los mejores años de mi vida me han llenado de orgullo y nostalgia”, resume. Queda pendiente mucho aún. Tiene cuerda, pila y cuerpo . Y muchas ganas. De vivir y de contarlo.