Se llama Roberto, se apellida Marchand y vive en Mitry-Mory, a las afueras de París. Quizás hayan visto por la pequeña pantalla su figura encogida, como los atributos sexuales masculinos cuando el grajo vuela bajo y hace un frío del carajo (negro del whatsapp aparte). Desde sus escasos 152 centímetros de altura ha divisado miles de historias, pero miles, miles? Ha sobrevivido a las dos grandes guerras mundiales, ha conocido 17 presidentes de la República Francesa, ha sufrido los rigores de la humanidad? y es feliz. Eso sí, ahora que un jodido médico maligno le ha prohibido disfrutar de su gran pasión, el ciclismo, se siente un poco alicaído. No obstante, lo asume con deportividad, aplacado por la fuerza de la lógica. Y la lógica, unida a la prohibición médica, le han imposibilitado participar en pruebas ciclistas a sus 106 primaveras, veranos, otoños e inviernos. ¡106! Toda una vida y media? ”Supongo que llegó la hora de hacerse definitivamente mayor”, sostiene con resignación cristiano-deportiva. Grande, señor Marchand, muy grande. Se llama Robert, se apellida Marchand y el 4 de enero de 2017 se ganó la admiración de todo el mundo y parte de la vía láctea. Aquel día, con 105 años a cuestas y un chasis de metro y medio escaso, se pegó 92 vueltas en una hora al velódromo de Saint-Quentin-en-Yvelines. La media, 22’547 kilómetros por hora. Se había ganado a pulso un récord creado expresamente para él por la UCI, el de mayores de 100 castañas. Se llama Robert, se apellida Marchand y lanza su mirada cansada atrás para recordar una existencia dura y nada aburrida. Recuerda los cascos prusianos al entrar en su pueblo durante la Primera Guerra Mundial. Recuerda las vacas que ordeñaba siendo niño. Recuerda sus primeros pinitos en el deporte de la mano del boxeo. Recuerda que le desaconsejaron practicar ciclismo por su baja estatura. Recuerda que probó con la gimnasia, que se hizo profesor de Educación Física y bombero. Recuerda que se casó en 1939 y que enviudó cuatro años después. Recuerda que se hizo comunista, emigró a Venezuela y hasta crió pollos. Recuerda que volvió a cruzar fronteras para talar árboles en Canadá. Recuerda que retornó a Francia y se dedicó a la horticultura, a la zapatería y al vino. Recuerda que con 67 años le entró de nuevo el gusanillo de la bici. Recuerda que participó en ocho ediciones de la Burdeos-París y en cuatro París-Roubaix. Recuerda que con 81 años pedaleó desde París hasta Moscú. Recuerda que con 105 años los periodistas le volvieron loco por su gesta y que incluso saltó en paracaídas. Y recuerda que aún puede recordar, algo maravilloso después de 106 años de vivencias. No competirá por prescripción médica, pero seguirá pedaleando cada día al menos 5 kilómetros. Ésa es su vida. Se llama Robert, se apellida Marchand y es un pequeño-gran hombre. A sus pies, señor ciclista. El deporte vía redes. El pasado fin de semana un servidor plantó sus reales en la República Independiente de Catalunya -o casi-, y más concretamente en Barcelona. La teórica excusa, una competición de pelota vasca; la excusa real, una competición de pelota vasca y disfrutar junto a unos amigos, que es un deporte muy sano. Como consecuencia, no pude ver los éxitos deportivos de los nuestros con el Estrella Roja, Celta y Barcelona Lassa como víctimas propiciatorias. No obstante, siempre estaba puntualmente informado vía whatsapp por mi hija pequeña, la optimista, así como por varias webs. Bendita tecnología, que nos ayuda y complica la vida a partes iguales. Eso sí, seguir los minutos finales del choque ante los celtiñas a golpe de comentario de web o de nuevo whatsapp supone poner en riesgo a la patata. Cada novedad me provocaba una contención de la respiración y una lectura timorata. Como ejemplo, los últimos seis mensajes de mi hija pequeña, la optimista: “El mejor paradón del mundo, el de Pacheco”; “¡No lo hace ni Keylor Navas!”; “Pacheco y los defensas nos están salvando”; “Gol del Celta”; “A aguantar dos minutos”; “¡Se acabó!”. No se puede resumir mejor el final de un partido. Mi hija pequeña, la optimista, es un hacha. Ha salido a su padre.