En la recuperación del Alavés, cuyo inicio tiene fecha, lugar y minutos perfectamente fijados, hay algo que se empieza a parecer a un patrón y que me ha llamado la atención. Tiene que ver con la capacidad del conjunto de Abelardo de entrar en combustión casi de manera selectiva y con una virulencia letal. Aquel día en Gerona se concentraron tres goles en los últimos veinte minutos. Pasó también contra el Leganés, a quien mandó a la lona en 360 segundos volcánicos tras la reanudación del partido y se reprodujo en un inicio de KO contra el Celta. Ocho de los doce goles de la era Abelardo han llegado en los primeros quince minutos de cada mitad o en los últimos quince de partido. Más allá de esto, es significativa la capacidad que ha tenido en estos tres choques para detectar o forzar un momento de desconcierto y debilidad del adversario para noquearlo de manera inopinada. Hay en este Alavés un instinto asesino que no se corresponde ni con su situación ni con su teórica pegada.
Los partidos del Alavés, especialmente en Mendizorroza, empiezan a tener una textura similar en la que es el equipo de Abelardo el que va marcando los biorritmos del encuentro. En todos ha tenido esos momentos puntuales de desarbolar por completo al rival y dejar la sentencia o incertidumbre del choque solo a expensas del acierto. En casi todos ha habido un momento de falso dominio del oponente, sustentando en posesiones que se eternizan en la mitad de la cancha del Alavés pero que no se traducen en ocasiones realmente claras (el Celta fue el que más tuvo). En la serie de partidos contra Málaga, Las Palmas, Sevilla, Leganés y Celta Pacheco ha vivido bastante tranquilo, más que casi cualquier portero de la segunda mitad de la clasificación. El funcionamiento del Alavés se basa en su seguridad colectiva y esa aparente capacidad para seleccionar el momento de hacer daño y cómo explorar las debilidades de su rival. Leganés y Celta, los dos últimos visitantes de Mendizorroza, no pueden ser equipos más dispares. Con el conjunto de Garitano sabes que te va a tocar picar mucha piedra antes de poder hacer algo. El Celta, mucho más talentoso, también es más frágil y propenso a conceder atrás. Con eso sobre la mesa ha encarado el Alavés dos partidos en los que en uno se limitó a fallar menos que el rival (le salió durante 75 minutos) y en otro buscó forzar los errores ajenos. Así apuñaló dos veces al equipo de Juan Carlos Unzué en dos jugadas rápidas bien ejecutadas pero que contaron con la inestimable colaboración de una de las peores defensas del campeonato. El Alavés tiene una serie de jugadores en ataque que por características y personalidad encajan bien en esta ebullición de la que es cómplice la grada.
Después del partido Abelardo reconoció lo que supongo que casi todos pensamos. “Las cosas van mejor de lo que esperaba”, dijo el técnico, que cogió al equipo con seis puntos de déficit respecto a la salvación y ahora lo tiene con cinco de margen. Hasta el partido en Gerona, confiar en las posibilidades del Alavés se había convertido en un acto de fe que no guardaba relación con la realidad del momento. Yo en esta misma tribuna daba prácticamente por muerto al equipo. Quizás uno a veces peca de sangre caliente, pero es cierto que en aquellos momentos no había nada futbolístico a lo que agarrarse. Los que me siguen saben que no daba casi ninguna oportunidad al Alavés. Ahora mi sensación es opuesta. No veo manera en la que este equipo vaya a sufrir para mantener la categoría. Incluso las derrotas, a excepción de la de San Mamés, han dejado un poso de crecimiento, de ser parte de un proceso que ha transformado una ruina de conjunto en uno verdaderamente sólido y reconocible. Si antes no había motivos para creer en un resurgimiento, ahora no hay síntomas para anticipar una recaída. Pero si se produjo esa recomposición, supongo que todo se podría volver a desmoronar. Lo bueno es que si esos jugadores no se sumieron en el desánimo absoluto es imposible que caigan en la euforia. Sigue quedando mucho, pero la pinta es muy buena.