Él no sabía nada. Ni tan siquiera lo imaginaba. Le tuvieron engañado en el club y hasta el propio hijo le escondió la dicha. Y dicha es para un hijo, ver que el padre recibe agradecimientos y homenaje. Y no es que se hubiese ido a otro sitio, que a la misma hora, o coincidiendo con la tarde del mismo día, en el escenario de sus sueños, uno de los contados, su Athletic jugaba un partido de liga. Y con el Eibar nada menos. “Lo jodido es que las finales no me dejan ir a San Mamés”, me dice Enrique Oribe Calleja, hombre enjuto, hoy, de 82 castañas, con dos nietos incansables, bien vestido, guapo y limpio que, en cuanto terminamos la conversación que construye esta página, me invita a dos tragos de vino tinto antes de que empiece el Barça-Espanyol de Copa. Al día siguiente, el viernes 26, una semana antes de que el Diario le dedique Una cuestión de pelotas, el club Herriaren celebra las finales de uno de los torneos más importantes del campo aficionado en Euskadi y entorno y claro, eso no se lo va a perder. ¡Que cambien de día el partido del Athletic! Lo que no sabía es que el club de sus amores le iba a regalar un momento tan emocionante. Con la entrega de premios, junto a los tocados con la txapela de campeones, él iba a tener la suya y una placa de reconocimiento. Y vivo. Está vivo y coleando. Como tiene que ser. Los homenajes así, en vida. Felicidades Oribe.
Labaka y Telletxea dominaron la final del vigésimo segundo Torneo Herriaren y el pelotari local, Yuste, se hacía con la txapela juvenil del Torneo de Areta. En la foto de grupo saldría Enrique con la suya y la placa de homenaje, acompañado por los nietos Aiert y Arene, de rojiblanco, que, está dicho, el Athletic empataba a esa hora contra el Eibar mientras el Cuco hacía equilibrios en su puesto. En el frontón de Areta, colgado en la ladera del pueblo, ha dado el abuelo los últimos pelotazos de su vida, “que hasta el nieto me gana y no estoy para ningún trote”. El chavalín tiene 6 años y le viene de casta, del abuelo y también del padre, Ernesto, el mayor de los hijos de Enrique, que aunque ahora mata el gusanillo en los campeonatos de veteranos con la goxua, junto a Juanjo y compañía, en su día tuvo el honor de pelear con la selección juvenil de Álava en el GRAVN “junto a un chaval de Agurain de quien no recuerdo el nombre” me cuenta nuestro protagonista. Hoy Ernesto es juez y sale mucho por la tele, la última vez en el partido del domingo pasado en el Ogueta, cuando vimos cómo un renacido Olaizola empujaba al joven Imaz para “echar” del torneo de parejas a Bengoetxea y Larunbe. El hijo más joven también se llama Enrique. Ambos los tuvo con María Ramos, la esposa.
Nació en Bóveda el 13 de julio de 1935 pero al año de vida la familia se trasladó a Areta, donde los padres, Celedonio y Fausta comenzarían una nueva vida. Allí creció y dio los primeros pelotazos. No había frontón en el pueblo, el más cercano, el de Vitorica, les pillaba en los lindes entre Laudio y Areta y, siendo tan pequeños, lo normal era pegarle a las paredes de la escuela. Empezó con Vallejo, Otxoa y Vasco, a los diez años. Con ellos, cada domingo y más creciditos, acostumbraría a desplazarse hasta Altzarrate, donde la empresa Villosa había construido, en valor añadido, frontón, campo de fútbol y bolatoki. A los 14 había terminado la escuela y se había enrolado en Lip, una empresa de amortiguadores. La pelota sólo era un juego, “éramos tirando a regulares, por no decir malos”. No supo lo que significaba disputar un torneo oficial nunca, pero sí, “una sola vez”, vestirse de blanco -“es impresionante verte de blanco en una cancha, eso no se olvida”- con los de siempre y por delante de los pelotaris de verdad, gente más mayor, del pueblo, los Gallastegi, Dorronsoro, el maestro Don Manuel San Juan, de Oion y un cuarto “del que no recuerdo el nombre”. Hace mucho de eso. Por aquel tiempo “las pelotas las hacíamos nosotros mismos”. Eran un bolo y mucho hilo, vueltas y vueltas al bolo, bien cosido a continuación. De las buenas, de las de cuero, “muy pocas se vendían entonces”, se hacían con alguna que los mayores, “gente de tela” echaban a las huertas por encima de las paredes del frontón. No probó nunca en otra modalidad, siempre pelota a mano y de delantero.
Entró en el club Herriaren el año 1980. El frontón se había inaugurado un par de años antes con un partido de profesionales cuyos nombres no recuerda. Llamo luego a Urkijo, institución, el hombre que construye día a día el torneo a ver si, y tampoco y me cuenta que en cuanto pueda se lo pregunta a José Miguel Fernández, al que ve a diario, fundador del club en 1975 y primer presidente, compañero de fatigas desde el principio, el hombre cuya empresa levantara frontones, entre ellos el que nos ocupa, en Areta, primero sin techo y luego cubierto. Murga, de Llodio, también estaba en la primera junta. En el 85 es nombrado presidente y aguanta un par de temporadas, “cuando me dejan un poco solo” y se van Txemi Fernández y Kepa Santua mas jóvenes. Entre el 75 y el 78, años en los que nace el club y se construye el frontón los pelotaris de Herriaren juegan en Vitorica. Medina, Urkijo y Betés fueron la primera generación. Vendrían luego los Hermanos Oribe, Vasco, los Azpeitia y hoy en día los Picón, Alonso, Catalán, González de Arrate y el buque insignia Yuste, los hermanos -chicos y chicas, de mano y pala- Sánchez. Un número próximo a la treintena que baraja el club que hoy preside Rafa Olabarria.
De blanco una vez y tacos “jamás”, nunca, pero toda la vida en el frontón. Preparando las pelotas, las buenas pelotas que se compraban a Cipri, jugando con las estropeadas para matar el rato con la cuadrilla y después, a última hora, con los hijos y los nietos, a quienes persigue de un lado al otro, en cuanto se acaba el partido que toque. El chaval, por cierto, el socio más joven del Athletic en su día, al día de nacer ya tenía su carné, prefiere el frontón antes que San Mamés, aunque le vean con la rojiblanca más que con cualquier otra prenda. Cosa del padre. Fue vocal de la Federación Alavesa, cuando la presidía Alberto Bengoa y se hizo con un carné/tarjeta de identidad de la Federación “con el que podrás entrar en cualquier partido”, le indicaron. Lo intentó una vez “y sin fortuna”. Sólo reconocían en ese papel al también acreditado Carmelo Asurmendi.
Barberito y Arriaran jugaban la primera vez que vio un festival en el Vitoriano. Hoy, Irribarria y, sobre todo Altuna, son sus preferidos. Y sobre los demás, Irujo, por casta y genio. También Retegui, pero menos.