El deporte europeo puede estar entrando en una nueva era. Quizás no sea tan trascendente como la que siguió a la sentencia Bosman, pero puede abrirse un escenario en el que lo privado gane terreno a lo público. Hace unos días una resolución de la Comisión Europea de la Competencia dio la razón a los patinadores de hielo holandeses Mark Tuitert y Niels Kerstholt en su denuncia contra su Federación Internacional (ISU) que pretendía prohibirles, bajo amenaza de sanciones severas como la exclusión de los Juegos Olímpicos, participar en competiciones no organizadas y autorizadas por la propia ISU. Competencia alude a un ilegal abuso de poder ya que justifica que con estas normas la ISU limita a los atletas profesionales la posibilidad de desarrollar su actividad y pretende proteger únicamente sus intereses comerciales al impedir la creación de otras competiciones.
La federación de patinaje tiene tres meses para readecuar sus normativas tras esta resolución de la Unión Europea, pero ya hay muchos deportes pendientes de si este caso sienta jurisprudencia. El primero de todos, el baloncesto, que tiene el litigio entre la FIBA y la Euroliga en los cajones de la comisaria de Competencia Margrethe Vestager y que, con los mismos argumentos, caería del lado de la Euroliga, a cuyos clubes se quiere obligar a ceder a sus jugadores para las polémicas ventanas de selecciones. Al final, lo que se dilucida en este asunto es el nuevo reparto de actores en el negocio del deporte de élite y profesional, el papel que en él les corresponde a las federaciones y si estas deben prevalecer e invadir competencias que deben recaer sobre los clubes y organizadores.
El fútbol es el único deporte que aún, de momento, logra hacer convivir la tradicional estructura piramidal con el creciente poder que están tomando las organizaciones privadas y consigue con enormes cantidades de dinero sofocar los intentos de los grandes clubes de ir por libre. Pero en otros deportes el pastel económico es mucho más escaso y el caso del baloncesto es paradigmático de esta lucha que en muchos casos adquiere tintes políticos. El Comité Olímpico Internacional defiende el modelo de siempre, pero fueron ellos los que abrieron las puertas y abrazaron el mercatilismo puro y duro al aceptar a los deportistas profesionales.
profesionalismo salvaje El tenis, el golf o el pádel tienen sus circuitos profesionales en los que se mueve mucho dinero al margen de sus federaciones internacionales respectivas; en el atletismo se creó la Diamond League, que agrupa a los grandes y millonarios mítines, con el visto bueno de la IAAF; y, a nivel de Euskadi también la pelota o el remo cuentan con sus competiciones de alto nivel sin que sea necesario que los deportistas estén federados. Fuera de Europa, la National Hockey League estadounidense no parará su calendario por los próximos Juegos Olímpicos de Invierno, lo que privará de muchas estrellas del hielo a la cita de Pyeong-Chang.
Al final, las federaciones, sobre todo las de rango olímpico, y las organizaciones privadas están condenadas a entenderse dentro de los límites que marca las leyes de competencia europea para armonizar sus calendarios, algo en lo que el baloncesto están dando que hablar para mal. Aún así, se siguen dando situaciones curiosas y contradictorias. Por ejemplo, se está hablando de imponer sanciones a un jugador de baloncesto si, por la coincidencia de calendarios, renuncia a jugar con su selección en las ventanas FIBA para mantener su compromiso con su club, que es el que le paga su salario. Sin embargo, no se dice lo mismo si Rafa Nadal o cualquier otro tenista renuncia a jugar la Copa Davis porque no le encaja en su planificación. Es la demostración de que todos los deportistas no son iguales.
La Unión Europea ya ha mandado un aviso de que está vigilante y el COI alega en sus conversaciones con los responsables de deportes de los países miembros que “si todo en Europa es visto desde una perspectiva de negocio, se pierde el valor social del deporte. Y el deporte es mucho más que negocio”. El romanticismo está muy bien, pero el COI no puede pecar de hipócrita al criticar aquello de lo que se beneficia. El deporte europeo ha recibido otra sacudida que ha agitado sus cimientos. Quizás sea el momento de sentarse a hablar.
La Comisión de la Competencia ha dado la razón a dos patinadores holandeses en su disputa con su Federación Internacional
El COI defiende el modelo tradicional ya que “si todo en Europa es visto desde la perspectiva del negocio, el deporte pierde su valor social”